Dani Rovira (Málaga, 1980) no es exactamente Dani Rovira. O, mejor, el Dani Rovira que uno, si se deja llevar por la pereza de los lugares comunes, cree que es Dani Rovira nada tiene que ver con el Dani Rovira que de un tiempo a esta parte se ha dejado ver en series como Cuando nadie nos ve, en películas como Mediterráneo o en monólogos de la claridad y hasta amargura de Odio o Vale la pena. Playa de lobos, de Javier Veiga, llega a la cartelera con el ánimo declarado de acabar con los prejuicios y, apurando, con el propio Dani Rovira o con aquel Dani Rovira que ya va camino de desaparecer. Decía Mack Sennett que comedia es cuando un hombre se cae en una zanja y se mata. Que drama, en cambio, es cuando te sale un padrastro. Pues bien, la última película de Dani Rovira es zanja, es padrastro y es una tragedia tan disparatada que acaba por ser la más brillante de las comedias. Y con Guillermo Francella.
- ¿Cómo es la experiencia de trabajar con un mítico como Guillermo Francella?
- No solo es un plus. Actores como Francella consiguen transformar el miedo inicial que da estar con alguien de su tamaño en justo lo contrario. Con su cercanía, calidad, saber hacer y talento, te hacen ser un poquito mejor actor. No solo lo he disfrutado, sino que estoy agradecido porque me ha dejado seguir su estela. Él hace que se cumpla eso de que para ser mejor en el ajedrez, hay que jugar con quien juegue mejor que tú. Sin duda.
- ¿La comedia es mejor cuanto más duele? O, de otro modo, ¿es el drama lo que hace que una comedia sea buena? Me acuerdo de su monólogo ‘Odio’.
- Sí, sin duda. La comedia es una forma de entender el mundo. Es como una salsa que le pones a todo. Y, como las salsas, se hace mucho más patente en situaciones muy dramáticas por puro contraste. La comedia no deja de ser la cámara puesta en el drama de alguien. Siempre que hay una comedia, hay alguien sufriendo un cúmulo de despropósitos. Es así de cruel. Lo que hace divertido una situación trágica es que es ficción y te ríes. Si te llevas la farsa a un thriller, a un drama o a momentos crudísimos de la vida real, no es que sea mejor, sino que simplemente el contraste es mayor. Si vas vestido de fosforito por mitad de Gran Vía, destacas…
- Por eso dicen que los mejores chistes son los de los funerales.
- El ejemplo del cementerio es diáfano. Se supone que es un sitio donde no te debes reír y el cuerpo sabe que no puede. Y de repente, eso hace que no puedas evitar reírte. Nos pasaba a todos en el instituto. Bastaba que te colocaran en primera fila para que te entraran ganar de descojonarte. Luego te sacaban al pasillo y ya nada. No había tensión. La comedia es como una ventana que se abre en una habitación donde el ambiente está muy cargado, es puro oxígeno para la vida.
- La película tiene un momento en el que un personaje pide a otro que piense en voz alta a quién mataría. Pregunta obligada: ¿ha pensado alguna vez en matar a alguien?
- Todo el mundo tiene lo que llamamos pensamientos intrusivos. De hecho, la única diferencia entre ser un delincuente o no serlo es la realidad, que lleves a efecto el pensamiento. Yo soy cómico y mi cabeza está siempre creando una realidad paralela. Lo importante es tener en cuenta el contexto en el que puedes o no decir o hacer algo. Pero, por resumir, creo que todos tenemos esos pensamientos, y es sano. El cerebro ocupa el 99% de su tiempo en pensar cosas que no valen para nada o que no se pueden llevar a cabo. Tiene que ver con momentos de calentura y con situaciones que nos han sacado de nuestras casillas. Pero de ahí a llevarlo a cabo, hay todo un Código Penal.
- Y luego está la conciencia.
- Sí, uno luego tiene luego que dormir por la noche. Con cosas menores ya no puedes conciliar el sueño, imagínate con algo así.
«Es falso que no se puedan decir cosas como hace 20 años: se pueden decir y te escucha más gente»
- Tengo la impresión, corríjame si me equivoco, que después de su monólogo ‘Vale la pena’, y tras verle en la serie de Urbizu ‘Cuando nadie nos ve’, Dani Rovira está en otra pantalla de manera definitiva.
- No, no te corrijo. Es así. La comedia como género y como forma de ver la vida va conmigo, es inherente a mí. Pero es verdad que uno va cumpliendo años, experimentando cosas nuevas, y va teniendo curiosidad por investigar otros campos. En mis shows soy dueño de lo que escribo. Sin abandonar nunca la comedia, ahora tengo unas inquietudes que no tenía hace 10 años. Llevo un año y medio sin rodar. No me llegan 500 guiones al año y los que me llegan no me terminan de llenar. Es una apuesta de cara a mí, a no traicionarme, a que cada proyecto me diga algo, que me remueva o que pueda cambiar cositas en la gente. No quiero volver a hacer lo mismo una y otra vez. Hay gente que tiene su fórmula y genial, pero mi alma curiosa desea hacer otras cosas. Lo que pasa es que la gente te encasilla enseguida. Siempre hay alguien que viene y me dice: «A ver si dejas de hacer comedía y cambias un poco», pero ¡si no he parado de hacer cosas diferentes!
- Además, también la propia la comedia se está volviendo un campo de batalla. Pienso en la guerra de audiencias entre ‘El hormiguero’ y ‘La revuelta’. ¿Cree que la comedia se ha politizado o envenenado?
- No lo creo. Lo que sí creo es que se ha diversificado mucho y que el cine quizá no se ha enterado. Deberíamos quitarnos complejos que en su día no teníamos. Estamos en una etapa donde ciertas fórmulas se repiten sin parar y al que intenta arriesgar se le proscribe y no se le da mucha bola. Me gustaría que este país volviera a subirse a la valentía de hacer comedias diferentes como las hizo tiempo atrás. Ahora mismo ves cosas de hace 20 años y dices: «¿Por qué no sigue con esto?». Y no es porque ya no se pueda, es que no se quiere. Que es diferente. Hace falta abrir un poquito el espectro de la comedia. Y sé de lo que hablo porque formo parte de ella y he sido partícipe de producciones que han podido resultar repetitivas. Es curioso que un país como España, tan representativo del humor, se haya quedado tan estancado. Se está creciendo mucho en otros géneros, como el terror o el drama, pero no veo esa evolución en la comedia.
- No entiendo, ¿cree que la culpa es del exceso de corrección política como dicen algunos?
- No, no se me malinterprete. Creo que son muchos factores. Estamos en un país algo vago en el que cuando una fórmula funciona, se repite hasta la extenuación. Si vas con una idea nueva tienes que pelearte con todo Cristo para que te escuchen.
- No es entonces de esos eternos ofendidos que creen que antes se podían decir cosas que ahora no…
- Para nada. Yo creo que ahora se puede decir lo mismo que se podía decir hace 20 años. De hecho, creo que se puede decir mucho más. Lo único que sucede es que hay plataformas suficientes para que la gente te replique, te cancele… Pero eso no está mal ni es censurable. Al revés, es un aliciente para seguir atreviéndose. Y eso tiene que ser más visible en el cine que en ningún otro sitio. El cine siempre ha ido por delante, ha sido transgresor, ha molestado y ha hecho despertar a la sociedad. Y ahora me da la sensación de que el cine va muchas veces esperando a ver qué pasa. Hablo del cine, pero es el arte en general el que tiene que adelantarse o ser capaz de distorsionar la realidad lo suficiente como para que uno se vea reflejado a través de la parodia, la crítica, el esperpento o la vergüenza ajena.
«Sé que encima de un escenario no soy el que escribe las líneas más ingeniosas ni tiene mejores dotes actorales, pero creo que tengo verdad»
- ¿De dónde le vino esa necesidad de abrirse en canal en el monólogo ‘Vale la pena’?
- Desde ¿Quieres salir conmigo? y Odio ya iba por ahí. Cuando vas a un show mío, la gente lleva años encontrándose con algo así. Otra cosa son los monólogos de 10 minutos para televisión, que son comedia pura. Reconozco que en Vale la pena hay una exposición personal bastante más grande. Recuerdo que con Odio empecé a escribir un show que reflejaba la temperatura de la sociedad antes de la pandemia, cuando ya se polarizaba todo. Después del confinamiento adquirió más sentido aún. Cuando acabé, pensé en hacer una trilogía de emociones, como el miedo y la tristeza. La vida me fue colando la tristeza por la puerta de atrás. Toqué fondo. El siguiente show salió en una época de muchos cambios personales, fue muy catártico. Yo sé que encima de un escenario no soy el que escribe las líneas más ingeniosas ni tiene mejores dotes actorales, pero creo que tengo verdad. Como lo que cuento lo cuento desde mí, eso funciona. Es una necesidad de mostrarme así y, aparte, me ahorro una terapia. En Vale la pena he descubierto que, además de reírse, la gente se siente un poco menos sola conmigo. Me parece interesante que a través de la comedia se puedan remover cosas para bien. Ahora estoy pensando muy bien el siguiente espectáculo, porque son shows con alta carga emocional también para mí y estás condenado a esa energía durante dos años. Me interesa la emoción humana. Ahora he empezado a estudiar Psicología también.
- ¿Y cómo se lleva ahora con esa tristeza que se coló por la puerta de atrás?
- No me queda otra que llevarme bien con ella. Es como una compañera de piso. Acepto convivir con ella. Soy consciente de que es tentador quedarse ahí, pero estoy en una época en la que no lucho contra las emociones. Las acepto. Ha habido una época de tristeza, rupturas, duelos… He descubierto que, cuando uno se dedica al acto creativo, de esta época puede sacar algo. No hay mal que por bien no venga, que se dice. Con la tristeza hago lo que los cantautores y los poetas, solo que yo soy cómico. La tristeza no deja de ser un motor que me despierta creativamente.
- ¿La echará de menos cuando falte?
- Si la tristeza fuera mi musa, preferiría vivir sin musas y estar alegre, aunque conllevara que me quedara sin trabajo porque no se me ocurriera nada. Pero tengo que aceptar que es una compañera como lo son el miedo, la ansiedad o la alegría. Son emociones que van y vienen. Alguien que no haya estado triste jamás creo que tiene un problema de desconexión de la vida.
- Pese a todo, veo que se protege poco y se expone bastante. Vivimos en una sociedad donde declararse algo, sea o lo que sea, es casi una provocación. Pero usted, además, se define como animalista y vegano.
- Ser personaje público tiene ventajas y desventajas. La ventaja es que puedes llegar a más gente con tus mensajes. Vivimos en una sociedad donde enseñamos cada cosa que hacemos. Pero tengo que admitir que cada vez me importa menos y sufro menos con lo que digan de mí. Es preocupante que la gente se meta en los perfiles a dar su opinión sobre lo que creen que uno está haciendo. Hay ahora mismo hay en el mundo mucha más gente opinando de cosas que haciendo cosas. Ya hay gente que tiene perfiles donde su contenido es reaccionar a cosas absurdas que hace otro. Si nos fijamos, todo el mundo es creador de contenido. Es muy raro. Creo que ahora la gente está muy para afuera, y eso hace que la sociedad esté un poco perdida. Todo el tiempo que estamos despistados opinando sobre el pantalón de uno o la película de otro es tiempo que no estamos con nosotros mismos alimentándonos. Yo ahora estoy en un viaje hacia adentro. El reto está en ir hacia adentro, conocerse, observar, leer, pensar, contemplar. Hago lo posible por aislarme de todo ese ruido de fuera. Pero bueno, haces películas y tienes que dar entrevistas. Luego un fulanito ve un titular y te critica, como si yo hubiera ido a decírselo a él personalmente. Sé que forma parte de nuestra profesión el hablar con periodistas, pero si no, juro que seguiría haciendo mis cosas sin más. Estoy muy para dentro. Hay tanto ruido fuera, tanta hostilidad… Estoy tan cansado de escuchar frases de otros que lo que me interesa es escuchar a la gente que tiene sus propias opiniones, aunque sean locas, pero que sean propias. Valoro más la autenticidad que la capacidad de replicar ideas de otros. Me da pereza todo eso.
