Richard Linklater: «Un artista vive bajo la amenaza constante de ser ignorado u olvidado en cualquier momento»

Blue Moon es una película sin elipsis, sin saltos de tiempo y sin más efectos especiales que la simple emoción. Richard Linklater (Houston, 1960) recrea un trozo de la noche del del 31 de marzo de 1943, en la que el legendario letrista Lorenz Hart (Ethan Hawke) y colaborador eterno del músico Richard Rodgers (Andrew Scott) se enfrenta al triunfo de este último con el musical de Broadway Oklahoma!; obra que marca la ruptura de los dos y con la que el primero nada tiene que ver.

Todo discurre en el interior del bar Sardi’s donde un público entusiasta celebra el triunfo el día del estreno. Mientras, nuestro héroe se lanza a casi un monólogo tan deslumbrante como tenso, profundamente herido y a la vez muy cerca del delirio. La cinta es la primera de las dos obras mayores que el director de la trilogía de Antes de… estrena con apenas unos meses de separación. La segunda, Nouvelle Vague, también histórica, no es nada más que cine, cine que habla de cine, cine que recrea cine, cine que reconstruye el rodaje de Al final de la escapada de Jean-Luc Godard de la manera que el propio Godard haría, o hizo, o habría hecho. Linklater o el cine del cine.

Lleva años detrás de Blue Moon, quizá décadas. Ethan Hawke llegó a decir en una ocasión que la primera vez que habló con él sobre la película le descartó como protagonista por considerarlo demasiado guapo…
Bueno, algo de cierto hay en eso. Empecé a trabajar con Robert [Kaplow], el guionista, hace como doce años. Me contó en qué estaba trabajando. Yo le dije que me encantaba Lorenz Hart. Y se lo mostré a Ethan, pero creo que ni siquiera se lo enseñé como actor. Creo que fue solo como amigo. Su respuesta fue que quería interpretar a ese tipo. No le creí y, ahora, mira. Lo de dejar pasar años es una constante en mi forma de trabajar. Ideas que en su momento se descartan y luego, con el paso del tiempo y sin que haga yo nada, maduran solas. El tiempo nunca se desperdicia, se aprende mucho de él, de ver cómo pasa sencillamente. Desarrollas el proyecto en tu mente y, cuando llega el momento de rodar, ya conoces la película perfectamente. Piensas una película 10 años y la ruedas en 15 días. Es como correr un maratón.
¿De dónde surge su pasión por Lorenz Hart?
Más allá de que fuera un letrista genial, su vida fue apasionadamente dramática. Buscaba el amor de manera desesperada, pero su sexualidad, como gay que era, estaba considerada ilegal en aquel entonces. Llevaba un vida encubierta y vivía con su madre, pero, a la vez, propuso matrimonio a una mujer de la que se sentía profundamente enamorado. Luego, sus problemas con el alcohol… Todo eso está en sus letras y por ello resultan terriblemente conmovedoras.
Y más allá de su pasión por Hart, ¿qué le interesa tanto de una historia como ésta que podríamos calificar de mínima?
Me intriga todo lo relacionado con la creación artística. Dicen que los seres humanos somos conscientes de nuestra propia mortalidad. Los artistas también son mortales y su carrera puede terminar en cualquier momento. Uno se engaña pensando que durará para siempre y, de repente… Pienso en la película Sunset Boulevard. Envejeces o la industria cambia y desapareces. Con Hart pasó algo parecido. La historia del artista olvidado es siempre conmovedora. En un momento dado se pasa de moda o surge una nueva sensación y se acabó. Tengo la impresión de que un artista vive constantemente bajo la amenaza de ser ignorado u olvidado por el público. Incluso los actores y músicos más populares conviven con una gran inseguridad. En un momento de la película, Richard Rodgers dice: «¿Quién es este Sinatra?». Y luego es el propio Sinatra el que dice: «Los Beatles no son música». Y así.

«El arte tiene que provocar no ofender. El comportamiento del presidente Trump me resulta ofensivo, pero no me parece provocativo. No provoca nada positivo»

¿Teme que pueda desaparecer en cualquier momento?
Como cineasta independiente, un poco sí. De vez en cuando, miro a lo que se hace y atrae al público y me digo: «¿No seré un dinosaurio?». Es como si la gente solo quisiera ver películas de Marvel y cosas así. Pero luego te apañas y, al final, logras que te den un par de millones para, con un buen guion, unos buenos actores y dejando el rodaje en 15 días, hacer la película que quieres. Y aquí estamos.
Tanto Blue Moon como la que se estrenará un poco más tarde, Nouvelle Vague, hablan de una forma u otra del pasado y hablan de, en efecto, la creación artística. ¿Qué importancia le da a la memoria?
En general, explorar lo que fuimos es interesante. Y más tratándose en los dos casos de momentos cruciales de la historia cultural. Pero no me considero un hombre nostálgico ni con estas películas quisiera transmitir la idea de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Para nada. La nostalgia es peligrosa porque bloquea y, además, el pasado, así en general, siempre fue peor. Vamos en una sola dirección y así debe ser. Por lo demás, con Nouvelle Vague la idea no es recrear nada sino directamente transportar al público al pasado, que la audiencia sienta que está viendo una película de 1959. No es una película sobre esa época, es una película de esa época.
No cree que el pasado sea mejor, pero la historia del cine no parece haber vivido jamás una época mejor ni una revolución de la profundidad que vivió entonces…
La Nouvelle Vague parisina es tan interesante porque había muchísima gente reunida en un solo lugar. Es casi un milagro que Jean-Pierre Melville estuviera al lado de Rossellini mientras Godard, Truffaut, Rohmer, Rozier y todos los demás empezaban a preguntarse por el cine. Pero, en verdad, la revolución de los nuevos cines sucedió en todo el mundo. Sí, fue un momento en el que todo cambió y del que nosotros, los que hacemos cine ahora, somos herederos. La idea de la libertad artística, del cine personal y de hacer películas sobre la propia vida empezó con esta generación. El simple hecho de poder hacer eso en una película fue toda una revolución.

«Ahora, un niño de 12 años está abocado a ver películas en las que solo hay acción asexuada. Eso hace que prolongues una visión infantil del mundo»

Hace poco su protagonista en Blue Moon y en buena parte de su filmografía, Hawke, hablaba de la necesidad de un arte diferente que, precisamente, replique el modelo mayoritario. Él hablaba de «un arte ofensivo». ¿Está de acuerdo?
Me gusta más provocativo que ofensivo. Ofensivo es otra cosa. El comportamiento del presidente Trump me resulta ofensivo, pero no me parece provocativo. No provoca nada positivo. El personaje de Blue Moon puede ser un tipo muy irritante, pero no ofende. Te puede caer tan mal como Godard, muy mal incluso, pero aprecias su honestidad e inteligencia. Imagino que ese es el tipo de arte y el tipo de artista que son necesarios. El cine, de todas formas, es esencialmente un arte popular y tengo claro que si haces algo con honestidad, algo que sea significativo y tenga un valor para ti, habrá una respuesta del público. El problema es cuando te limitas a copiar un modelo o haces las cosas simplemente para agradar. El arte ofensivo de verdad es el que no se esfuerza y te trata como si tuvieras 11 años. Hay demasiadas cosas ofensivas hoy en día.
Ya que mencionó a Marvel. ¿Cuánto tiempo cree que le queda? ¿Se acabará en algún momento?
No sé. Lo qué sí veo es que la relación de los más jóvenes con el cine ha cambiado mucho. Cuando yo era un crío, no había películas «pensadas para los de mi edad». Tenías que colarte a ver las películas para los mayores que eran las que se hacían. Veías a la gente en los bares a los que no podías entrar y les veías también hacer cosas como el sexo que, la verdad, parecía muy divertido. Y querías madurar para llegar ahí. Ahora, un niño de 12 años está abocado a ver películas en las que básicamente solo hay acción y superhéroes. Nada de sexo, por ejemplo. Es pura fantasía. Creo que eso frena el desarrollo normal y hace que se prolongue una visión infantil del mundo. Lo que tengo claro es que la cultura, el arte y el cine es riesgo. Sin riesgo, no maduras. Y es cierto que el monopolio de superhéroes ha sido tan brutal que ni siquiera la crítica se ha atrevido durante mucho tiempo a decir lo evidente: «Todo esto es basura». Como cineasta es muy frustrante ver que películas que ni siquiera hace un director, sino un comité, reciben mejores críticas que películas independientes.
Habla de sexo en el cine, ¿qué ha pasado para que desaparezca de repente el sexo de las películas?
Es raro, sí. El sexo es una gran motivación. No cabe duda. En mi película anterior, Hitman, por ejemplo, lo hay porque es el motor de la relación entre los personajes protagonistas. En parte, todo es culpa de lo que hablábamos antes. Los superhéroes son asexuales porque no son personas reales. Cuando haces películas sobre superpersonas que no son de verdad, les quitas lo que verdaderamente nos motiva: el deseo sexual.

Alguien dijo que solo hay dos tipos de artistas: los que buscan la luz y los que buscan explicar la oscuridad. ¿De qué lado se encontraría Richard Linklater?
No sabría decir. Seré conservador. Creo que la gracia está en encontrar el punto medio entre un sabio pesimismo y un optimismo que no parezca estúpido.
Buena parte de su filmografía gira alrededor del tiempo. En Blue Moon, sin embargo, prescinde de saltos, de elipsis, de experimentos formales… El drama dura lo que dura la propia película. ¿Es una venganza contra todo lo anterior?
Cada película, esta también, es como una escultura del tiempo. El cine, al fin y al cabo, se desarrolla en el tiempo. La película impone su propio tiempo al espectador. Pero el tiempo en el cine se puede manipular. Si escuchas una sinfonía, nunca retrocede en el tiempo. En una película, en cambio, puedes avanzar o retroceder con flashforwards o flashbacks. Esto es obvio. Lo que no hago nunca es partir de una trama o nada parecido. Para mí lo fundamental es la estructura, la forma de organizar el tiempo. La estructura temporal es el factor básico para organizar la película en la mente del espectador.
¿Cómo define su relación con Ethan Hawke?
Más larga de la tuvieron de Rodgers y Hart. Son ya treinta años. Más de la mitad de nuestras vidas.
En el futuro, ¿se imagina que podría acabar su amistad como la de ellos?
No, no creo. Nos damos mucha libertad y no dependemos tanto el uno del otro. Cada uno va por su lado y, de tanto en tanto, volvemos vernos.