Kaouther Ben Hania (Sidi Bouzid, Túnez, 1977) habla, pero con cautela. Entiende y explica al que quiera escuchar que todo gesto, declaración u obra de arte es por necesidad política, pero no quiere que sea la política —la cotidiana, la de todos los telediarios— la que se lo coma todo. La política es voraz y, cuando aparece disfrazada de proclama, todo lo oculta, todo lo tapa, todo lo tergiversa. La voz de Hind, la película que por su clarividencia, audacia y maestría parte el año en dos es esencialmente una película política, pero lo es en su sentido más amplio, cierto y honesto. Lo es no solo por reconstruir uno de los hechos más brutales ocurridos delante de todos nosotros en los últimos años, sino por asuntos tales como la emoción, el rigor y la perfecta construcción de un drama que discurre enteramente en la parte de atrás de la pantalla y de los propios ojos de un espectador que, de repente, se descubre solo ante todo lo malo, todo lo injusto, todo lo, en efecto, político.
«Sinceramente», dice la directora, «creo que, como una vez escuché, toda película es la propaganda de su director. Mi trabajo consiste en elegir un punto de vista y ese simple acto, decidir desde dónde contar una historia, es una decisión política. No se pueden hacer películas de otra manera». Pausa. «La pregunta es: ¿Se puede ser neutral? ¿Pero qué significa ser neutral? Necesitas un personaje desde el que contar una historia, una voz, un sentido… Cuando me acusan de propaganda en verdad lo que se pretende es silenciar La voz de Hind. No hablaré de política porque sé que cualquier cosa que digamos es política. No puede ser de otro modo». Cauta.
La voz de Hind es la historia de la niña de seis años Hind Rahab. El 29 de enero de 2024 fue asesinada junto a sus dos tíos y sus cuatro primos por el ejército israelí en el barrio gazatí de Tel al-Hawa. También fue masacrada la ambulancia con sus dos ocupantes que acudía en su socorro. El coche en el que viajaba la familia Rajab recibió 355 impactos de bala. La película, íntegramente rodada en el centro de emergencias de la Media Luna Roja, no deja ver ni escombros ni destrucción ni sangre ni soldados con gesto amenazante. Simplemente se ve —puesto que se ve, no solo se escucha— una voz, el llanto sostenido de auxilio de Hind Rajab y la desesperación muda de todos. Incluidos cada uno de los espectadores. Nada más. La película ganó el Gran Premio del Jurado en el Festival de Venecia, donde tuvo lugar la entrevista, y estará con toda probabilidad, como las dos películas anteriores de la directora (El hombre que vendió su piel y Las cuatro hijas), en la carrera por los Oscar.
Todo empezó en exactamente el sitio exacto en el que anuncia el título: en una simple voz, una voz que pedía auxilio. «Cuando escuché a Hind Rajab por primera vez en internet sentí tristeza, una enorme pena, pero también impotencia. Creo que era un sentimiento compartido por el mundo. Su voz no es solo su voz, es la voz misma de la hambruna en Gaza, del genocidio, de la impotencia, precisamente, frente a la injusticia. Me llevó tiempo dar con la idea desde donde contar la historia. Si yo he sentido lo que he sentido, qué no habrá pasado por la cabeza de los trabajadores de la Media Luna Roja que no pudieron hacer nada delante de la simple llamada de auxilio de una niña. Para cualquiera de nosotros, esperar una ambulancia no lleva más de unos minutos. Pero eso no fue así en Gaza cuando sucedió lo que sucedió. La ocupación significa que algo tan sencillo se convierte en imposible por culpa de unas reglas kafkianas que impone el ejército de ocupación», dice la directora para explicar, y se ha dicho, el principio de todo.
Cuenta que lo primero que hizo, fiel a su espíritu de documentalista, fue contactar con los empleados de la Media Luna Roja para recabar de primera mano lo sucedido. Cuando completó el casting, los actores fueron invitados a hacer otro tanto cada uno con la persona real que encarna. «Fue muy inspirador poder hablar con Rana [Hassan Faqih] y a la vez muy intimidante», comenta la actriz Saja Kilani que da vida a la coordinadora de la sala de urgencias en la que sucede la cinta. Y sigue: «Ella y todos los demás son los auténticos héroes. Cuando hablamos con ellos, todos sentimos la responsabilidad de convertir un hecho de sobra conocido en una obra que trascendiera, que no se limitara a reproducir lo que pasó».
A su lado, Motaz Malhees, el otro protagonista, le da la razón y como exiliado palestino en Londres que es no puede por menos que emocionarse. «Recuerdo que en cuanto me eligieron, no pude contenerme y, pese a que nos advirtieron de no hacerlo, busqué a Omar A. Alqam en Instagram y me puse en contacto con él. A punto estuve de arruinarlo todo, pero no podía hacer otra cosa. Ahora somos amigos», dice.
«El hecho de que todo el reparto sea palestino», vuelve a tomar la palabra la directora, «ayudó mucho durante el rodaje. Todos conocían lo que había pasado, todos sentían la muerte de Hind Rajab como una cuestión personal, todos estaban implicados hasta el punto de que les asustaba aun más que a mí que la película se convirtiera en simplemente un docudrama o que se interpretara de manera oportunista. El compromiso fue máximo y extenuante». Y añade: «No soy política. No soy activista. Soy simplemente una cineasta y lo único que puedo hacer es una película».
«Mostrar lo que pasa en Gaza ya no sirve. Nos hemos vuelto insensibles a una realidad servida de manera diaria en las teles y las redes»
A su modo, aunque ahora de forma más lineal si se quiere, la película reproduce parte de lo ensayado en Cuatro hijas, la cinta anterior de la directora. Entonces se narraba la historia de Olfa Hamrouni, la mujer que alcanzó la fama de manera muy dolorosa cuando en 2016 arremetió contra su gobierno en Túnez por no impedir que dos de sus cuatro hijas se unieran al Estado Islámico. La directora proponía a dos actrices (Nour Karoui e Ichraq Matar) que interpretaran a las mujeres desaparecidas. Y que lo hicieran junto a las otras hermanas que en ese momento pasaban a desempeñar el papel de hermanas en la realidad y en la ficción a la vez. Y con la madre, lo mismo. Ella hacía de sí misma, pero, en según qué momentos especialmente comprometidos, la actriz Hen Sabry le tomaba prestada su vida. Ahora, todo cumple la ortodoxia, todos son actores, pero la realidad, o la implicación visceral con ella, sigue ahí, en la voz intacta de Hind Rajab. Los actores sustituyen a sus personajes, pero lo hacen casi de puntillas y dejando claro en todo momento que son lo que son: intérpretes de vidas que no son las suyas. De hecho, por momentos, la pantalla de un móvil que deja ver imágenes de los protagonistas reales sobreimpresas sobre los actores hace que la mirada del narrador (es decir, de la propia directora) entre en plano hasta que la fabulación se transforma en algo mucho más duro, hasta que la realidad se convierte toda ella en pura y verdadera política.
«Durante 30 segundos pensé en la posibilidad de cambiar la voz real por la voz de una actriz infantil. Rápidamente lo descarté. En cualquier caso, la decisión definitiva llegó después de hablar con la madre. Ella quería que fuera la voz de su hija, sin manipulación de ningún tipo, la que se escuchara. Ella no quiere venganza, quiere justicia«, recuerda la directora. Y sigue: «Mostrar lo que pasa ya no sirve. Nos hemos vuelto insensibles a una realidad servida de manera diaria en las teles y las redes. Por eso la película deja que sea la imaginación del espectador la que reconstruya los hechos y que lo haga desde el espacio perfectamente civilizado y reconocible de una oficina, de la sala en la que se atienden las urgencias que resulta tan parecida a cualquier otra sala de cualquier lugar. El contraste me resulta definitivo y, sobre todo, el que el espacio sea tan vulgar, tan reconocible, convierte el drama en algo global, por cercano, por común». Y sigue: «Me gustan las películas que se desarrollan en un solo lugar, un solo set… Pero si nos fijamos, y pese a la evidencia, La voz de Hind no discurre en la oficina que decía antes, lo hace en el coche que no se ve. Esa es la belleza del cine. Es sonido y, como decía, imaginación. El cine va más allá de lo vemos, el cine es lo que sentimos«. Queda claro.
«Sé que me amenazarán como han hecho con los directores de ‘No Other Land’, pero si te rindes al miedo no haces nada»
Para Motaz Malhees, una película como ésta suspende toda la palabrería con la que los políticos acostumbran a referirse a lo que sucede en Gaza. «Todo lo que se habla sobre el futuro o las posibles soluciones no son mas que distracciones para no nombrar lo evidente: el genocidio. No puede ser que los mismos que se escandalizan con lo que ven en la tele sean los que financian las armas con las que se comente eso que tanto les escandaliza», dice y acto seguido agradece el Gobierno español su postura: «Sin duda, es un ejemplo para toda Europa y el que hable de genocidio sin tapujos ha ayudado a que el resto de los países tome conciencia real de lo que pasa». Saja Kilani, a su lado, se limita a confesar que ella acabó por decidirse a hacer cine por todo esto. «Te dedicas a una profesión que amas hasta que gracias a una película como esta das sentido a tu vida», dice.
Y vuelta a la directora.
-En los Países Bajos no ha faltado quien equiparara el sufrimiento de Hind Rajab con el de Ana Frank durante el Holocausto. ¿Le parece oportuna la comparación?
-Sin entrar en polémicas ni en lo absurdo que es medir el dolor de dos niñas, lo cierto es que como Ana Frank, la niña Hind Rajab es el símbolo de una tragedia que nos sobrepasa todos como humanidad.
-¿Tiene miedo de sufrir la misma persecución que han padecido los directores del documental que ganó el Oscar el años pasado No Other Land?
-Sé que me amenazarán, pero si te rindes al miedo no haces nada.
Kaouther Ben Hania, insiste, no quiere hacer política, que es, como reconoce luego, la forma más sensata de, en efecto, hacerla. «Me gustaría que la película se viera en todos los lados. En Gaza, obviamente también. Pero no he querido que se vea de momento en Israel. Creo que si se proyecta allí es una forma de legitimar la ocupación», dice con cautela. Con política y diplomática cautela.
