James Vanderbilt, director de Núremberg: «Los juicios a los jerarcas nazis supuso anteponer la justicia a la venganza»

A orillas del Pegnitz y con algunos de los puentes más emblemáticos y coquetos de Alemania, Núremberg podría pasar por el paradigma de ciudad perfecta, perfectamente bávara. Y sin embargo, fue ahí donde los jerarcas nazis fueron juzgados de sus crímenes en un proceso que inauguró el derecho penal internacional y fue ahí donde el cine se convirtió por primera vez en prueba de cargo. La película sobre lo que quedaba del horror de los campos de exterminio conmocionó al mundo hace ahora 80 años y, probablemente, determinó cada una de las 13 sentencias a muerte (más tres cadenas perpetuas). Quizá por ello, por la contradicción que siempre ampara a cualquier gran hallazgo, pocas ciudades representan en su inmutable belleza el horror en su forma más cruda. La nueva película de James Vanderbilt, Núremberg, habla de todo esto. Recrea el juicio más famoso y determinante de la historia reciente, pero lo hace muy atento a cada una de sus paradojas. Y solo el punto de partida adoptado sorprende: el protagonista, al que da vida Rami Malek, es el psiquiatra encargado de decidir si Hermann Göring (al que da vida Russell Crowe con un gesto desmedido) estaba en sus cabales para hacer y permitir hacer lo que hizo y permitió hacer.

«Mi primer interés surgió no tanto de la Historia, así con mayúsculas, como del punto vista para contarlo», razona el director sobre libro de Jack El-Hai en el que se basa la película. Y sigue: «No hay que descuidar que es una historia real. El doctor Douglas Kelley recibió el encargo de determinar si los acusados eran aptos para ser juzgados. Era importante saber si había o no responsabilidad individual, si eran conscientes de sus acciones pese a que siempre podían acogerse al precepto de obediencia debida… Pero lo realmente interesante es que el material permitía entrar en lo más profundo de la bestia. Nunca se ha utilizado un enfoque así para abordar la Segunda Guerra Mundial o los años sucesivos».

La película, de hecho, se plantea como un duelo psicológico entre el psiquiatra y el que fue comandante en jefe de la Luftwaffe. La idea es rastrear el límite exacto en el que la locura deviene maldad, y viceversa. A su modo, el director es un experto en la materia. No hay que olvidar que suyo es el guion de probablemente la mejor película de los últimos tiempos dedicada a desentrañar los oscuros mecanismos que operan en la mente del mayor y más enigmático de los asesinos. Zodiac, de David Fincher, lleva su firma. «Tendemos a pensar que la sociedad aprende de sus errores, que de alguna manera las atrocidades del pasado son irrepetibles hoy. Y, sin embargo, el límite de lo que somos capaces parece no variar con el paso del tiempo. En determinadas situaciones, el ser humano es capaz de volver una y otra vez las acciones más despiadadas. La condición humana, da la impresión, es la misma», reflexiona Vanderbilt por aquello de coser pasado, presente y quién sabe si el futuro más inmediato.

Los juicios de Núremberg fueron relevantes por muchas razones. La más evidente de todas ellas tiene que ver con el nacimiento del derecho penal internacional. Pero más allá de tecnicismos jurídicos, muchos de ellos no exentos de polémica (los cargos contra los acusados solo fueron definidos como «crímenes» después de ser cometidos, por ejemplo), lo fundamental a juicio del director y su película tiene que ver con, precisamente, nuestros días. «Estamos hablando», dice, «de las naciones que acto seguido sería enemigas. Estados Unidos y Rusia estaban al inicio de la Guerra Fría, y aun así todas decidieron elegir la justicia sobre la venganza. La historia del fiscal Robert Jackson, el personaje de Michael Shannon, es increíble. En Estados Unidos es una nota a pie de página, pero era un hombre en la Corte Suprema que se enfrentó al ejército, que quería ejecutar a todos los jerarcas nazis. Él se plantó y dijo: «No podemos convertir en un acto de guerra más la eliminación de un ejército ya rendido». El ejército argumentaba que juzgar a hombres por seguir órdenes era una pésima idea, pero él insistió. Incluso se tomó una excedencia de la Corte Suprema, arriesgando su carrera, para ser el fiscal principal. En definitiva, él se empeñó en anteponer la justicia a la venganza, que es lo verdaderamente heroico de toda esta historia y que nos atañe a todos ahora mismo».

Pero no solo eso. Por primera vez el cine se utilizó como prueba de cargo y, ante la mirada horrorizada del mundo, se enseñaron las únicas imágenes posibles de los campos de exterminio: la de los cuerpos amontonados. «Por eso», continúa, «decidimos utilizar en nuestra película las imágenes reales. Incluso la narración que se escucha es la misma del juicio. No hay nada de recreación. Recuerdo que en Vencedores o vencidos, la película de Stanley Kramer de 1961 sobre el mismo argumento, el fiscal narra sobre las imágenes. Quise, de alguna manera, rendir homenaje al propio cine, a su función determinante que también es moral. Mostramos solo seis minutos, en el juicio fue casi una hora de película».

Sostiene Vanderbilt que las heridas del pasado son las mismas del presente y sin atreverse a más paralelismos que los justos y oportunos, no puede por menos que lanzar un último aviso, que también es advertencia. «Es pavoroso cómo hemos acortado nuestro margen de atención. Pasamos más tiempo mirando el móvil que el cielo. Todo lo queremos rápido y fácil. Y en esta tormenta perfecta en la que nos hemos metido, la memoria histórica pierde el mismo valor que el propio concepto de verdad. El descrédito del periodismo, el éxito de las mentiras en las redes sociales, el revisionismo de extrema derecha y la desatención de nuestra historia forma parte todo de la misma enfermedad. Es fundamental mirar atrás. Mi padre y mi abuelo me hablaban de la Segunda Guerra Mundial. Para las generaciones jóvenes, el nazismo está tan lejos como la edad media. Y eso no puede ser», concluye.

Núremberg, una ciudad ideal, un juicio al más tenebroso de los tiempos y, ahora, una película muy oscura camino de los muy brillantes Oscar. Tan contradictorio todo.


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