«De donde vengo, creemos en todo tipo de cosas que son falsas./ Lo llamamos Historia». La frase literalmente explota en la dicción y las formas refinadas del mismísimo Mago de Oz (más en concreto en la canción Wonderful a cargo de un Jeff Goldblum maravillosamente cínico en su papel de superfacha verde) y ahora mismo la podría mantener sin despeinarse (o a la vez que se despeina, según) cualquier líder mundial. Ésta es, por resumirlo mucho, la nota en la que se afina la segunda entrega del soberbio y majestuoso díptico de Jon M. Chu que no solo amplía la mitología del musical estrenado en 2003, sino que lo pule, limpia y da esplendor hasta convertirlo en una pieza ahora mismo adorablemente subversiva, probablemente sin pretenderlo del todo. Porque, en definitiva, de lo que habla y canta Wicked, más allá del valor de la amistad y otras melodías, es de cómo la mentira, el señalamiento del no idéntico (en este caso, los animales) o el nacionalismo excluyente (la mítica No Place Like Home es genialmente reinterpretada ahora por Erivo) se llevan por delante cualquier amago de vida decente. Además de justa, soportable, libre o digna de ser vivida, como se quiera.
No es Cabaret, cuidado, pero como si lo fuese. Si se mira desde un poco de distancia, la película de Bob Fosse llegó a la cartelera el mismo año que fueron detenidos unos sujetos por entrar sin permiso en el complejo Watergate del Partido Demócrata y que sería el desencadenante del escándalo que acabaría con el mentiroso Richard Nixon. La cinta de 1972 no hacía nada más que jugar a los paralelismos evidentes y colocar los Estados Unidos del momento y la Alemania de los años 30 frente al espejo de la Historia, la misma Historia que es ventilada con desdén por el señor Oz. Chu no quiere tanto. A él le basta con no equivocarse, con seguir con respeto y sentido no tanto de la medida como de la desmesura el texto original para que, como si de un hechizo se tratara, la magia surta efecto. Y para que quede claro de qué va todo esto, esta segunda película añade una hora de guion al libreto de Broadway y exacerba hasta la simple redundancia el argumento central de la película no por casualidad estrenada el mismo año del inicio de la Segunda Guerra Mundial: la manipulación de las masas por los líderes embusteros y zafios.
Wicked: Parte II arranca en el punto exacto que lo dejó la primera. Elphaba (Cynthia Erivo) se opone con todas sus fuerzas, que son muchas puesto que solo ella posee poderes mágicos y suyo es el libro de encantamientos Grimorio, al empleo de los animales (ahora tratados como subespecies o, en la terminología actual, extranjeros sin papeles) como esclavos en la construcción del camino de baldosas amarillas. Recuérdese, los animales fueron señalados como chivos expiatorios en la reproducción de un mecanismo que parece no envejecer. Pero nuestra heroína no lo tendrá fácil. Madame Morrible (Michelle Yeoh), brazo ejecutor de Oz, ha puesto a todo el reino en su contra. Y en el todo está incluida la grimosa y perfecta Glinda en su burbuja (Ariana Grande). Lo que sigue es muchas cosas. La primera de ellas y más importante es la reconstrucción de una amistad entre viejas amigas que sirve a la vez para redimir a una (Glinda) y comprender en su sentido más amplio y perfecto a la otra (Elphaba). Pero también es la arqueología de un relato que, en verdad y como ahora sabemos, no habíamos entendido del todo o, de otro modo, se había contado de forma interesadamente mentirosa; lo que incluye la verdadera historia del hombre de paja, el hombre de hojalata y el león miedoso. Por lo demás, el reencuentro con Dorothy tras el fatal desplome de las casas de Texas resulta tan artificioso, reconozcámoslo, como sencillamente encantador.
Jon M. Chu acierta en cada una de sus decisiones. Por poner pegas y, con respecto a la primera entrega, la sobreabundancia de efectos digitales esta vez nubla ligeramente la vista. Eso y que no hay tema comparable a Defying Gravity. Pero en donde definitivamente abruma el director es en algo tan elemental como darle todo el poder a Cynthia Erivo. El despliegue de la actriz resulta tan apabullante como encantador. Toda la carga de la prueba descansa en que ella sea capaz de colocar al espectador de su lado y convencerle de que su resistencia es la de todos y de que pocos colores de piel tan bellos como el verde. Y lo logra sin duda hasta más allá del entusiasmo.
El giro final que no desvelamos por la sencilla razón de que está a la vista y que básicamente consiste en la paradójica conclusión de darle la razón a Oz y mentir para conservar lo que importa, resulta tan inquietante como perturbador y nos recuerda que, en efecto, pocas películas ha dado el cine tan inquietantes y profundamente perturbadoras como, en efecto, El mago de Oz, la película inmortal de Victor Fleming de la que ésta es digna refutación y éxtasis.
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Director: Jon M. Chu. Intérpretes: Cynthia Erivo, Ariana Grande, Jonathan Bailey, Jeff Goldblum, Michelle Yeoh. Duración: 138 minutos. Nacionalidad: Estados Unidos.
