«La suerte está echada». El Gobierno de Israel tiene previsto anunciar hoy que va a por todas en Gaza, que inicia la invasión total de la franja palestina, que ahora controla en un 70% aproximadamente, incluyendo las áreas en las que se cree que están los secuestrados israelíes. No da detalles de cómo va a hacerlo ni anticipa consecuencias. No hay nada claro, sólo que la cifra de 60.000 asesinados desde octubre de 2023, que incluye 180 muertos recientes por pura hambre, va a subir, se va a disparar.
Es la única certeza. Todo lo demás es un agujero negro, porque lo Benjamin Netanyahu, el primer ministro de Israel, es nuevamente una huida hacia adelante: da el paso exponiendo la vida de los 50 rehenes que aún siguen en manos de Hamás, sin tener el apoyo de los ciudadanos y ni siquiera el de su ejército. Apuesta por la política de más brutalidad con el objetivo de sepultar todas esas críticas y disidencias e imponer un criterio que nadie sabe dónde llevará. No es nuevo. La toma de Gaza la lleva anunciando meses pero, como ocurre desde el inicio de esta operación, se plantea sin un plan para el día después, sin explicar objetivos reales ni asunción de responsabilidades.
El Movimiento de Resistencia Islámico ha respondido a los informes sobre la intención de conquistar Gaza diciendo: «Las amenazas de Israel son repetitivas, inútiles y no tienen ninguna influencia en nuestras decisiones».
Se espera que Netanyahu exija hoy a su equipo planes que incluyan «plazos» y una fase de «limpieza» prolongada, similar a las prolongadas operaciones antiterroristas de Israel en Cisjordania, que siguen en curso, informa el diario Yedioth Ahronoth. «Esta medida transferiría el control de Gaza a Israel e impondría un Gobierno militar. Las autoridades afirman que Netanyahu podría estar insinuando esta opción, pero aún no la ha explicado públicamente con detalle», ahonda.
Netanyahu redobla su apuesta en la costa palestina en un contexto de importante contestación. Crece la presión internacional para que deje entrar ayuda en Gaza ante la certeza (que él niega) de que la gente muere por malnutrición; esa crisis humanitaria (o crimen de guerra) ha llevado a países tan potentes como Reino Unido o Francia a anunciar el reconocimiento del Estado palestino para el mes que viene y se empieza a hablar de la posibilidad de imponer sanciones a Tel Aviv; ONG israelíes, no extranjeras ni palestinas, hablan en sus informes de «genocidio» y cientos de exoficiales del Ejército y la Inteligencia nacional reclaman a EEUU que fuerce a una tregua a Netanyahu.
En las calles, se multiplican las protestas de familiares de secuestrados por Hamás que insisten en que hay que negociar para recuperar a los suyos con vida, más aún cuando han surgido imágenes de rehenes famélicos, porque creen que una operación mayor puede llevar a Hamás a ejecutar a los suyos. Ya lo hicieron en agosto de 2024. Israel ha evitado hasta la fecha ordenar al ejército que opere en el interior de la ciudad de Gaza y los campos de refugiados del centro de Gaza justo por eso. La cosa cambia.
Por si todo eso fuera poco, el propio jefe del Estado Mayor del Ejército, Eyal Zamir, ha levantado la voz para alertar del agotamiento de las unidades de combate: no quiere ir a más, sino a menos, para poder dar refresco a unos soldados que, como gusta de decir el primer ministro, batallan en siete frentes en Oriente Medio. Pues contra todo eso Netanyahu dice que hará lo que quiere hacer: reventar Gaza. Sin apoyo de los ciudadanos ni de los uniformados. Complicado.
El líder del Likud insiste en que quiere eliminar a Hamás en Gaza y «liberar a nuestros hijos rehenes», pero el proceso negociador ha encallado, pese a que los islamistas incluso han admitido la posibilidad de abandonar el poder, cederlo a una especie de alianza internacional y hasta dar paso a la Autoridad Nacional Palestina. Todo eso ha sido rechazado en la mesa de negociación. Esta mañana, Netanyahu ha mandado a un portavoz a anunciar que este martes se va reunir su gabinete de seguridad para declarar la invasión total de Gaza. «La suerte está echada: vamos a ocupar por completo la Franja de Gaza», ha dicho ese portavoz a la prensa, avalando lo que se lleva anunciando ya dos días, con intensidad. El vocero añade un aviso: «Habrá operaciones incluso en las zonas donde se encuentran los rehenes. Si el jefe del Estado Mayor no está de acuerdo, debería dimitir».
Todo preguntas
A esta hora, todo son preguntas. La única respuesta aparente es la razón de por qué da el paso ahora Netanyahu: por ocultar toda la oleada de críticas a su alrededor y su debilidad, cuando ha perdido la mayoría del Gobierno y sus votaciones corren peligro. Todo lo demás, es una incógnita: si lleva 21 meses asediando Gaza por tierra, mar y aire y no ha acabado con Hamás, ¿lo hará ahora? ¿Cómo? Si no ha podido traer de vuelta a casa a los rehenes en tanto tiempo, ¿qué información o qué técnica va a usar ahora para lograrlo? ¿Cómo se supone que va a dar la batalla definitiva si las Fuerzas de Defensa de Israel sostienen que están bajo mínimos de fuerzas y medios y que lo que necesitan es un descanso? Y si pierde el liderazgo de un Zamir desgastado y contrario, ¿tiene acaso relevo del mismo peso, tras una guerra que es una trituradora de carne para los mandos militares?
«El tono exaltado en torno a Netanyahu, que afirma falsamente preocuparse por el bienestar de los rehenes, encaja con los crecientes esfuerzos por llevar a cabo una reforma del régimen, desde intentar destituir al fiscal general hasta intentar aprobar una ley que permita a los ultraortodoxos eludir el servicio militar obligatorio», explica en Haaaretz Amos Harel, posiblemente el más destacado analista israelí no seguidista del Gobierno.
Ayer, el gabinete de Israel votó de forma unánime la destitución de la fiscal general, Gali Baharav-Miara, agigantando la grieta entre el poder ejecutivo y el judicial. Dicen que la mueven «motivaciones políticas». Lo que no gusta es, por ejemplo, su firmeza ante los casos de supuesta corrupción del premier. En el caso de los haredim, el Gobierno se piensa dar marcha atrás al reclutamiento de religiosos, pensado para evitar desigualdades, porque hizo que se marcharan de la coalición los religiosos de Judaísmo Unido de la Torá y Shas. Si se revierte la situación, pueden regresar y apuntalar su mayoría.
El domingo, Zamir visitó el Comando Sur de las Fuerzas de Defensa de Israel, donde discutió la aprobación de los planes operativos con los oficiales. Nada que ver con lo que ahora dice su jefe político. El jefe del Estado Mayor aún apoya un acuerdo negociado sobre los rehenes como su opción preferida, aunque las perspectivas de que se concrete parecen escasas tras la ruptura de las negociaciones en Qatar (EEUU se marchó por la «falta de voluntad» del partido-milicia palestino), que se han intentado retomar sin éxito estos días. Si esa vía no es factible, plantea tomar medidas adicionales para segmentar la franja a lo ancho y rodear los tres enclaves donde se concentran los combatientes armados de Hamás, la población palestina y los rehenes israelíes: la ciudad de Gaza al norte, los campos de refugiados en el centro de la Franja y la zona de Al Mawasi al sur, han informado diversos medios israelíes.
Pero en lugar de planificar un aumento de tropas en Gaza, el ejército ha planeado reducirlas, claramente. Aun así, actualmente hay cuatro cuarteles generales de división operando en la franja en lugar de cinco y la dotación de fuerzas es muy escasa. Ante la presión sobre el Ejército regular y los reservistas, el mando planeaba reducir aún más la presencia de sus fuerzas en la zona y centrarse en rodear estáticamente las áreas a las que aún no se ha accedido. Hay que entender que es una generación entera de un país la que está siendo reclutada, como los reservistas y los jóvenes del servicio militar, que llevan rotando y muriendo desde el 7 de octubre de 2023, que no hay familia que no tenga a alguien querido en uniforme. El cansancio es físico y mental, personal y material.
Los riesgos de una operación de este tipo son considerables en esas circunstancias, pero van mucho más allá de suponer un peligro para vida de los rehenes y o de los soldados de Israel: plantearía, para empezar, un grave desafío logístico para reubicar a casi un millón de civiles de la ciudad de Gaza y habría que ver qué armas y con qué intensidad se usan para «aplanar» (otra palabra muy usada en Tel Aviv) el territorio, aún más de lo que ya se ha hecho. Gran parte del sur de la franja ya ha sido devastada en operaciones recientes, sin dejar un refugio claro para los residentes desplazados, porque hasta las zonas supuestamente perimetradas con esa intención (Al Mawasi) han sido atacadas. Construir una «ciudad humanitaria» sobre las ruinas de Rafah o Khan Younis (ya se anunció ese plan a primeros de julio) requeriría meses de trabajo, financiación internacional y, sobre todo y para empezar, legitimidad política, actualmente inexistente en medio de la guerra en curso.
La realidad sobre el terreno ha cambiado, también, a medida que la movilización de la opinión pública internacional contra Israel ha llevado a la apertura de nuevas vías humanitarias, además del lanzamiento de ayuda desde el aire, en el que ha participado también España. Eso ha modificado algunas condiciones sobre el terreno y nadie sabe si hoy se podría maniobrar ofensivamente sin alterar por completo esas rutas y pausas. Posiblemente, quedarían nuevamente anuladas, por operatividad.
El argumentario
Lo que dice Netanyahu no tiene nada que ver con ese escenario de búsqueda de oxígeno, porque requiere entrar zonas complejas y arriesgarse a sufrir más bajas, entre los soldados, los rehenes y la población civil palestina. La inteligencia dentro de la franja no ha sido especialmente exitosa, tampoco, como para esperar que ahora se conozcan todos los trucos de Hamás, por arte de magia.
El primer ministro ofrece dos razones para la apuesta que hoy se espera que se concrete: el estancamiento en las negociaciones para un acuerdo y la «crueldad nazi», como él mismo la ha descrito, que Hamás ha demostrado hacia los rehenes. Pero estos acontecimientos no son casuales. El alto el fuego que se declaró en enero, con la mediación estadounidense, fue violado por Israel a principios de febrero, al negarse a negociar la siguiente etapa del acuerdo, tal como se había acordado. No quiso cumplir los tiempos. Como se esperaba desde el minuto uno, se aferró a la primera fase para devolver a algunos nacionales a casa, pero se negó a avanzar en las negociaciones cuando entraban en juego nuevas peticiones de Hamás, esperables en esta segunda fase del debate.
Así llegamos a mediados de marzo, cuando las Fuerzas de Defensa de Israel reanudaron los combates por orden del Gobierno, haciendo estallar el acuerdo, por más que el amigo americano echase la culpa, de nuevo, a Hamás (que tampoco es, obvio, un negociador flexible o conformista). Incluso inicialmente, cuando los bombardeos aéreos se dirigieron contra altos cargos, bastante anónimos, del ala política de Hamás, murieron aproximadamente 400 civiles palestinos en pocas horas. La vuelta a la violencia era clara.
Unos dos meses después, las operaciones de las FDI se ampliaron y las fuerzas israelíes tomaron el control de amplias zonas adicionales, principalmente en el sur. No sólo murieron miles de palestinos, en su mayoría civiles, sino que el plan de asumir el suministro de asistencia humanitaria a través de una «fundación estadounidense» fracasó por completo. La llamada Fundación Humanitaria de Gaza, esa organización de amigos de Donald Trump, ha hecho del reparto de ayuda un caos mortal.
Lo que la fundación suministraba no cubría el mínimo necesario para alimentar a la población y cientos de palestinos perdieron la vida por el fuego descontrolado de las armas de fuego (y hay indicios de que una parte considerable provino de las Fuerzas israelíes) mientras intentaban desesperadamente alcanzar la comida. Un pueblo israelí exhausto, y en algunos casos desesperado, ha presenciado estos incidentes, pero sin que se hayan producido protestas masivas por la desnutrición de niños. Las concentraciones han existido, pero minoritarias. No hay una corriente solidaria o empática. Sí hay un ansia formidable de recuperar a los rehenes.
Las posibilidades de un acuerdo sobre ellos se han reducido considerablemente y a eso se agarra Netanyahu para justificar ahora la vuelta de tuerca armada. El factor clave es el tiempo y parece que Netanyahu cree que, en esta etapa, juega a su favor, lo que significa que prolongar las cosas le conviene. En la Casa Blanca no le paran los pies, por ahora, aunque es verdad que las críticas de Donald Trump se han elevado un punto: es difícil explicar incluso a sus votantes más conservadores y proisraelíes que se consiente que niños mueran de hambre cuando les bombardean armas norteamericanas.
Una nueva operación militar y nuevas promesas sobre una derrota de Hamás ayudarían a Netanyahu sobrevivir unos meses. Si la guerra se encona, convocar elecciones parece una quimera, incluso si no recobra su mayoría de coalición. Si la guerra se encona, se retrasarán de nuevo sus declaraciones judiciales por supuesta corrupción (cohecho, de fraude y de abuso de confianza). Si la guerra se encona, podrá vender cualquier crítica (como las de los jueces) como una deslealtad nacional. Un acuerdo, lo sabe, forzaría a ceder en alguna cosa, aunque aún saliera ganando, y eso tampoco se lo aguantaría la parte ultranacionalista y religiosa de su gabinete, esa que cree que tiene derecho divino a quedarse con Gaza, Cisjordania y el este de Jerusalén. El destino de Israel, y el inmediato de los rehenes, está en manos de una suma de partidos que busca su interés, sea permanecer en el poder o ampliar las colonias o la anexión total o la vuelta a la costa, a la esperada Riviera.
Queda Gaza, esa a la que entran los camiones de ayuda a cuentagotas, donde el hambre avanza, donde no hay ni anestesia para los amputados o los agujereados por metralla. Nadie sabe lo que puede quedar de ella si Netanyahu va, como dice, a por todas.