Malos tiempos para la lírica ecologista. La industria financiera y los bancos centrales han dejado de apostar al todo o nada en materia de sostenibilidad. La primera, al acumular un cada vez más alarmante déficit crediticio para avalar proyectos sin huellas de carbono y los segundos, que se vanaglorian de supervisar al sector bancario bajo sus jurisdicciones, al dejarse llevar por los nuevos cantos de sirenas que proclaman, desde el otro lado del Atlántico, una cruzada hostil hacia las agendas verdes, por considerarlas un artificio , la doctrina que defiende la justicia social, la igualdad y los derechos civiles.
En escasamente unos meses, durante el trayecto en el que la versión Trump 2.0 ha emprendido su nueva andadura en la Casa Blanca, las autoridades monetarias se han rasgado las vestiduras, las que les habían tejido de forma concertada para amortiguar los riesgos climáticos. Tanto los medioambientales, asociados al empleo de combustibles fósiles, como los físicos, derivados de los costes que emanan de los fenómenos meteorológicos extremos y catástrofes atmosféricas que se suceden por la mayor parte de las latitudes planetarias, corroboran las tesis alarmistas de la comunidad científica y ocasionan una factura billonaria por indemnizaciones a ciudadanos con cargo a los bancos y aseguradoras a los que fiscalizan y regulan.
Uno de estos esfuerzos integradores, quizás el de mayor enjundia, es el que ha reunido desde el pasado año a los bancos centrales de la OCDE, considerado el club de las economías de rentas altas y que alberga a los principales organismos de supervisión. Aunque también en el seno del G-10, la sede de reunión de los grandes bancos centrales bajo la órbita del Banco Internacional de Pagos (BIS, según sus siglas en inglés) de donde emanan, además, las reglas de Basilea, ciudad donde tiene su cuartel general, que componen su protocolo de exigencias y requerimientos para evitar episodios como el colapso crediticio de 2008. Sin embargo, donde ha estallado el disenso ha sido en el G-20, el foro llamado a ser el gobierno económico global desde que se certificó la quiebra de Lehman Brothers.
Donald Trump no solo ha agitado las aguas de las instituciones multilaterales o puesto en jaque el orden global, sino que ha dividido a potencias industrializadas del G-7, amenazado a los BRICS + y vilipendiado las estructuras de consenso del G-20, al que ya ha trasladado su mandato, junto a la OCDE, de cancelar logros de especial trascendencia como el acuerdo para aplicar un tipo impositivo mínimo del 15% sobre los beneficios empresariales larvado durante la Administración Biden.
En su última reunión, en Durban (Sudáfrica), los banqueros centrales que acudieron la semana pasada a la cita del G-20 suspendieron sus avances para apuntalar las lagunas normativas y de supervisión, ante la manifiesta división que apreciaron entre ellos. A la convocatoria, no acudió Jerome Powell, presidente de la Fed, que fue representada por su Philip Jefferson, aunque se llevó una encendida defensa de sus colegas monetarios por la insistente petición de dimisión por parte de la Administración Trump -ahora también personificada en el secretario del Tesoro, Scott Bessent, por su “empeño en no satisfacer la demanda de la Casa Blanca” de bajar tipos de manera intensa para estimular la actividad y el consumo.
Aunque la mayor economía global registra una perseverante inflación y muestra evidencias de que podría desencadenarse otra espiral de precios por la escalada arancelaria.
Disensos creados por la Vieja Economía
La OCDE, por mandato del G-20, venía sopesando las estrategias de los bancos centrales sobre cambio climático, dado que “evolucionan” -decían en su reunión estival de 2024, cuando asumió la vigilancia encargada por el grupo que integra a las potencias industrializadas y a los mercados emergentes- con un grado de variación notable a la hora de promover inversiones en activos de origen renovable. Incluso varios de ellos han hecho la vista gorda al permitir -e instigar en alguna ocasión- la afluencia masiva de capitales hacia valores fósiles por sus bancos supervisados.
Es decir, han alentado la Vieja Economía, cuya vuelta ya preconizó Jeff Curry, estratega jefe de Goldman Sachs, en el otoño de 2021, cuando se desencadenó la escalada de precios energéticos por el cierre del grifo del petróleo y el gas siberiano al que Vladimir Putin sometió a Europa y a Ucrania antes de la invasión de Rusia. Así lo admiten fuentes del organismo que agrupa a las 38 economías de rentas altas con sede en París.
Curry, en la actualidad directivo responsable de Energía del fondo Carlyle, avanzó entonces la intención de las de torpedear las inversiones sostenibles y los flujos de capital con sello ESG, mientras instauraban procesos de imagen corporativa o para pintar de verde sus negocios grises. Al tiempo que recordó que la industria petrolífera y los lobbies fósiles había controlado los designios de los ciclos de negocios desde que la OPEP se hizo con las riendas del crudo en los años setenta.
Desde Green Central Banking, una firma que provee de datos, análisis y propuestas científicas y académicas al mercado y a los propios bancos centrales sobre la transición energética, asegura que la gestión del riesgo climático por parte de las autoridades monetarias “no está asociada a la exposición económica” de sus áreas de influencia, ni siquiera a la política medioambiental de sus gobiernos. Pese a que son “agentes indispensables” para avanzar hacia la descarbonización.
De hecho, un estudio del Consejo de Estabilidad Financiera (FSB, según sus siglas en inglés), del brazo ejecutor del G-20 de medidas destinadas a preservar el normal funcionamiento de los mercados de capitales, admite una “amplia gama de opiniones sobre cómo abordar los riesgos climáticos” y ciertas posiciones conniventes con los progresos realizados hasta ahora.
Toda una alusión, velada, eso sí, a la Fed, que ha abandonado tras el retorno de Trump la Red para la Ecologización del Sistema Financiero (NGFS), una división de investigación específica de los bancos centrales sobre los daños colaterales de los fenómenos climáticos adversos. El Green Central Banking avisa que este asunto ha quedado en un “limbo programático” y que el FSB está navegando sin rumbo. Antes de explicar que mientras otras amenazas, como las financieras, son sistémicas y suceden cada cierto tiempo, las climáticas “no resultan cíclicas, sino acumulativas e irreversibles”.
Julia Symon, jefa de investigación de Finance Watch, sintoniza con esta tesis. En su opinión, este organismo del G-20 “ha cerrado su puerta a articular cualquier respuesta regulatoria oportuna y coherente a escala mundial”. Por mucho que el comunicado del G-20 de ministros de Finanzas y banqueros centrales centrase enfatizar la “importancia de fortalecer el diálogo multilateral en el inexorable desafío de abordar los riesgos existentes y emergentes sobre la economía global”.
Críticas hacia EEUU
También hay voces monetarias que critican este paso atrás en Durban, que incluyó una mención expresa para que la OMC “afronte una reforma significativa, necesaria e integral de funciones” que consolide su “futuro” como garante del comercio mundial. Quizás la más crítica haya sido la de la vicepresidenta del Bundesbank, Sabine Mauderer, que dirige la Red para la Ecologización NGFS. En declaraciones a admite que los supervisores subestimaron los riesgos del calentamiento global y recordó que la meteorología extrema “puede impulsar la inflación al interrumpir la producción alimentaria y las industrias” y que los bancos centrales son “animales apolíticos” constituidos por “tecnócratas” que “simplemente, siguen las competencias a las que les han encomendado” sus estatutos fundacionales.
En consecuencia -aclara- “debe ser normal que, si observa algún peligro inminente o un riesgo emergente, lo declare, investigue y lo aborde”. La Fed abandonó el NGFS en enero después de que arreciaran las críticas de Trump, en campaña electoral, contra el “caro engaño” del cambio climático para los contribuyentes y sacara, como ya hizo en su primer mandato, a EEUU de los Acuerdos de París. Mauderer resalta también que, “con el transcurso de los años, hemos caído en la cuenta de que los banqueros centrales hemos subestimado por completo el riesgo físico” del calentamiento global. El NGFS augura en un cálculo predictivo que el impacto de la amenaza climática restará un 15% al PIB mundial y que sus efectos se propagan ya por todas las latitudes y no solo por el Sur Global.
Otro informe, en este caso de la escuela de negocios de Harvard, estipula que las autoridades monetarias “no son independientes a la hora de asumir políticas climáticas” y que la asunción de medidas preventivas “depende de la trayectoria que tomen las agendas de sus gobiernos” más que de la exposición de los fenómenos atmosféricos a la economía nacional o internacional.
El estudio de Harvard -entidad contra la que Trump ha cargado duramente por su elevado grado de estudiantes extranjeros y su defensa de la causa palestina, aduce- valora los esfuerzos de los bancos centrales de Europa y China y la resistencia reciente de la Fed, tras diagnosticar a 47 de ellos, pero pone el dedo en la llaga al afirmar que, “hasta ahora se han dedicado a complementar en vez de sustituir los requerimientos regulatorios y los acervos legislativos para reducir la fuerte dependencia que aún se aprecia de los combustibles fósiles”. Porque “los marcos jurídicos y los acuerdos institucionales bien diseñados respaldan la legitimidad y la autonomía de los bancos centrales”. Y el cambio climático “puede afectar la estabilidad financiera y de precios, dos de sus mandatos esenciales.
La falta de sintonía en el orden monetario internacional surge en un momento crucial, cuando agentes nada sospechosos por ser ajenos al mercado como JP Morgan Chase constatan que las líneas de financiación actuales de la industria bancaria son insuficientes para avalar la catástrofe climática. Solo cubren -dice- la sexta parte de las necesidades previstas para 2030: “No estamos invirtiendo lo que reclama la reconversión industrial verde, pese a los beneficios de incentivar la protección contra las crisis medioambientales”, asegura su estratega Sarah Kapnick, científica climática hasta su reciente fichaje por el banco estadounidense. Para más inri, Luke Sussams, de Jefferies, incide en que los valores de adaptación climática ofrecen rentabilidades un 13,5% más altas que la de otros activos, con previsiones a 3 años de que aumentarán hasta el 21,1%.