A veces, los veranos vienen con serpientes informativas. De pronto, en los medios y en las redes se cambia el foco o se recupera la memoria. Está empezando a pasar en este 2025, en el que parece que Gaza -oh, sorpresa- se está muriendo de hambre. Como si no llevara así meses, sin misericordia, con una población esquelética por los efectos de la ofensiva de Israel, vieja de 21 meses. Hambre intencional, provocada por la mano del hombre. Hambre que puede ser un crimen de guerra. Palabra de Naciones Unidas.
Tendencias aparte, es obvio que la franja palestina está sufriendo una crisis de desnutrición inenarrable, que crece de forma «alarmante» y «pasmosa», como lo califica la ONU y que hay que denunciarla, sin descanso y sin estaciones. Los trabajadores sanitarios -esos que tampoco comen pero salvan vidas, como los periodistas que tampoco comen pero cuentan su realidad-, afirman que toda la población sufre una terrible falta de alimentos y de alimentos adecuados, lo que está condenando a la muerte a niños y adultos. Como las bombas. Unos no pueden crecer y se encogen sobre sus huesos. Otros acaban inmovilizados de debilidad, hasta que se apagan.
«La hambruna está golpeando ahora a Gaza de forma aterradora», afirma a través de un canal de WhatsApp el doctor Mohammed Salmiya, director del Hospital Al-Shifa, en la ciudad de Gaza. «Estamos desbordados por las oleadas de pacientes que sufren desnutrición», reconoce. El sábado se murieron en su centro dos niños y este martes se han sumado dos más, en el norte de la franja. Denuncia que en apenas 72 horas al menos 21 niños han muerto de desnutrición y hambre. Desde el inicio de la ofensiva israelí, que arrancó en octubre de 2023, son ya 101, según el Ministerio de Sanidad, que aún controla Hamás, que confirma que la cifra rauda.
Del total, 80 son menores de edad y 50 de ellos han muerto desde marzo, cuando tras la tregua fallida en la zona Tel Aviv apostó por el bloqueo absoluto como castigo redoblado, impidiendo la entrada de alimentos, bebidas, medicinas o combustible. Son datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), dependiente de Naciones Unidas. Y es que los ritmos de la muerte se aceleran por la falta de todo y, también, por los daños que en los organismos tienen ya los gazatíes, agotados. A veces, «cuando Israel permite la entrada de alguna ayuda, es muy muy muy tarde para muchos», afirma el doctor.
Según su experiencia directa, el hambre alcanza «casi al 100% de los pacientes» de toda la franja, un dato que se atreve a dar por lo que compara con otros hospitales y centros salud, los escasos que quedan en funcionamiento. Unos 900.000 niños en Gaza padecen hambre y 70.000 de ellos se encuentran en estado de desnutrición, directamente. El médico advierte que se enfrentan a un número alarmante de muertes «especialmente en pacientes diabéticos y renales», para los que no hay ni medicación ni máquinas que ayuden a sus cuerpos enfermos. Una sesión de diálisis es un lujo inalcanzable.
A la vista de la creciente presión internacional, incluyendo las quejas del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, el Gobierno de Benjamin Netanyahu decidió levantar mínimamente el bloqueo en mayo, pero desde entonces sólo ha permitido el ingreso de ayuda limitada al enclave. El problema es doble, por la poca entrada de bienes y por quién los reparte, porque Israel se ha negado a confiar en las agencias de la ONU o en organizaciones internacionales con una dilatada experiencia en la zona, a quienes acusa (sin pruebas) de supuesto «colaboracionismo» con el Movimiento de Resistencia Islámico.
Así que, en connivencia con Estados Unidos, los israelíes han dejado ese reparto en manos de la controvertida Fundación Humanitaria de Gaza (GHF, por sus siglas en inglés), un chiringuito privado amigo de los dos Gobiernos que no está sabiendo hacer su trabajo, que ha sumido las llamadas colas del hambre en el caos, hasta el punto de que en ellas han muerto ya 875 personas, según datos de la Oficina de Derechos Humanos de la ONU, difundidos a 13 de julio. De entonces a hoy, dicen las autoridades de Gaza, la cifra supera ya los 900.
Ha habido muertos por avalanchas y por aplastamiento en la desesperación de quien trata de lograr algo de harina, arroz o agua, pero el Programa Mundial de Alimentos (también de Naciones Unidas) ha confirmado que sobre todo hay ataques «de tanques israelíes, francotiradores y tropas» contra los palestinos indefensos. Si Israel dice que las denuncias de la ONU son exageradas, ahí están los ojos de la prensa local para contar que son reales. «Once minutos de carrera por comida», publicado por The Guardian, da cuenta de ello.
Los reportes de los hospitales tampoco mienten, recuerda el doctor Salmiya: hubo 67 muertos por este motivo el domingo en el norte; 39 el sábado en el sur; diez civiles (seis niños) el 13 de este mes, cuando buscaban agua; 15 más dos días antes cuando hacían cola para obtener suplementos nutricionales frente a una clínica en el centro…
En un comunicado de prensa emitido el domingo, GHF afirma haber distribuido más de 82 millones de comidas a través de sus escasos puntos de distribución de ayuda en el enclave, desde que inició sus operaciones a finales de mayo. Sin embargo, para una población de aproximadamente 2,1 millones de personas, esa cantidad equivale a menos de una comida por persona al día durante los más de 50 días transcurridos desde que la organización lanzó su programa. Pocas medallas que colgarse.
Un portavoz de GHF reconoció ayer incluso a la cadena NBC News que «no llega suficiente ayuda a Gaza». «GHF es la única organización que ha podido conseguir ayuda y eso necesita cambiar rápidamente, como venimos diciendo desde hace semanas», dijeron.
«Últimos salvavidas»
El secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, ha destacado este continuo deterioro de las condiciones humanitarias en Gaza, donde «los últimos salvavidas que mantienen con vida a la gente se están derrumbando», según Stéphane Dujarric, su portavoz.
Ross Smith, director de Preparación y Respuesta a Amergencias del Programa Mundial de Alimentos, denuncia el agravamiento de la situación tanto de entrada de alimentos como de reparto, con incidentes acumulados que son «los más graves» hasta ahora, concentrados en los últimos días. Los ha visto su propio personal, sin intermediarios. «Es algo que se podría haber evitado por completo, pero es una auténtica tragedia», añadió.
Sus expertos en seguridad alimentaria avisan de que una de cada cinco personas corre el riesgo de morir de hambre. Las evaluaciones del PMA muestran que una cuarta parte de la población se enfrenta a condiciones «similares a la hambruna». Hay casi 100.000 mujeres y niños que sufren «desnutrición aguda grave» y necesitan tratamiento lo antes posible. «La gente muere por falta de asistencia humanitaria todos los días, y estamos viendo que esto se intensifica día a día», denuncia, cuando esa asistencia es «la única solución en este momento» para Gaza. Casi una de cada tres personas «no come durante días», advirtió el PMA .
«La situación es la peor que he visto nunca», confiesa Carl Skau, director ejecutivo adjunto y director de operaciones del Programa, en una sesión informativa seguida online. Skau contó cómo algunas madres habían instado a sus hijos a no jugar para evitar que se agotaran, debido a la falta de alimentos. La energía del juego, para la supervivencia.
Israel mantiene que hay cientos de camiones de ayuda estacionados dentro de Gaza esperando su distribución y el portavoz de las FDI, Nadav Shoshani, habla de 700 vehículos dentro de la franja. Antes de la guerra, alrededor de 500 camiones con ayuda entraban diariamente en el enclave, según la Cruz Roja, por lo que incluso en el caso de que esos vehículos accedieran a diario y lo hicieran cargados hasta los topes (cosa que no ocurre), su ayuda sería insuficiente porque ya no va a atender a personas cercadas permanentemente, sino cercadas, bombardeadas, tiroteadas, desplazadas. En octubre hará dos años.
Smith, del PMA, insiste en señalar como clave para esta crisis la ayuda precaria y los obstáculos que se encuentran para trabajar en el terreno. Los trabajadores humanitarios, explica, tienen un conjunto de condiciones operativas mínimas que deben existir para que puedan operar eficazmente. Incluyen, entre otras cosas, puntos de paso hacia Gaza, una «ruta adecuada» dentro del enclave para que los equipos puedan moverse independientemente y la entrada de más de 100 camiones de ayuda al día, como mínimo. Su organismo transportaba más de 200 vehículos de asistencia al día a Gaza durante el alto el fuego de principios de este año. Desde mediados de mayo, ha podido transportar menos del 10 % de lo necesario.
«También necesitamos que no haya actores armados cerca de los puntos de distribución de alimentos, cerca de nuestros convoyes y cerca del movimiento de esos convoyes de un lugar a otro», ahonda. Añade una máxima que parece básica, de cajón, pero que no entra en la mentalidad de las autoridades israelíes: que la ayuda «debe llegar a las personas donde están, y no en lugares predeterminados».
Aunque ha habido «principios de acuerdo» con Tel Aviv sobre algunas de esas relamaciones («necesidades», puntualiza), no se han respetado «en la práctica». Y aquí es donde realmente está el problema», insiste. Ya no habla sólo de necesidad, sino de «necesidad crítica» de un alto el fuego «para que podamos actuar con eficacia». La agencia de la ONU tiene suficientes reservas posicionadas fuera de Gaza para abastecer a toda la población durante dos meses, siempre que puedan trabajar en calma y moverse con seguridad. Pese a los recortes de financiación, ayuda y dinero hay ahora para Palestina, al menos para lo inmediato. Lo que es un problema para otras grandes emergencias del planeta, no lo es en Gaza. Es peor: habiendo, no se puede entregar.
Hambruna no declarada
Pese a lo que parece evidente y a las propias denuncias de sus organismos y agencias, no hay una declaración de hambruna en Gaza por parte de la ONU, algo que enfada sobremanera a cooperantes y especialistas. La petición de que se dé el paso no es nueva: ya el 9 de julio de 2024, un equipo de 11 expertos designados por el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas emitieron una llamamiento de socorro afirmando que existía, sin sombra de duda. Denunciaban una campaña de Israel que había ya provocado el mal en toda la franja. Hace más de un año de eso y la situación sólo ha empeorado.
Uno de aquellos expertos fue Moncef Khane, exoficial de la ONU y trabajador humanitario con tres décadas de labor a sus espaldas, que explica que «si bien por hambruna se entiende generalmente una falta aguda de nutrición que puede llevar a la inanición y la muerte de un grupo de personas o de una población entera, no existe una definición universalmente aceptada del concepto en el derecho internacional».
Sin embargo, en 2004, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) desarrolló la Clasificación Integrada de la Seguridad Alimentaria en Fases (CIF), una escala humanitaria cuantitativa de cinco etapas para mapear la inseguridad alimentaria de una población. El objetivo de este instrumento de evaluación es impulsar la acción colectiva cuando se identifica inseguridad alimentaria y evitar que estas situaciones alcancen el nivel 5 en la escala CIF cuando se confirma y declara la hambruna. La FAO, el Programa Mundial de Alimentos y sus socios lo han utilizado como herramienta científica basada en datos durante los últimos 20 años.
Los criterios cuantificables para declarar una hambruna «son espantosamente sencillos», sostiene: «el 20% o más de los hogares de una zona se enfrentan a una escasez extrema de alimentos con una capacidad limitada para afrontarla; la desnutrición aguda infantil supera el 30%; y la tasa de mortalidad supera las dos personas por cada 10.000 habitantes al día». «Cuando se cumplen estos tres criterios, se debe declarar una hambruna. Si bien no genera obligaciones legales ni convencionales, constituye una señal política importante para impulsar una acción humanitaria internacional», denuncia. En Gaza, lo tiene claro, tras el alto el fuego hay un «asedio medieval». Por eso no entiende que no se haya declarado la hambruna como tal.
¿Cómo se explica? Entiende que se pueden escudar en la falta de datos independientes, por la complicación que tiene el personal de la ONU para trabajar por las limitaciones impuestas por Israel, cuando todo depende de reportes de colaboradores de dentro o de prensa local (los ojos del mundo ante la negativa de Israel de permitir que entren medios internacionales, sin testigos). «Carecen de la capacidad de recopilación de datos primarios, que sí poseen para las otras 30 situaciones que monitorean», aclara. «Pero cuando la evidencia física es evidente, cuando se dispone de datos fiables, las consideraciones humanitarias deberían prevalecer sobre los requisitos técnicos».
Eso es lo más evidente, pero denuncia que hay motivos «políticos» también, que «prevalecen sobre el sentido del deber y los imperativos profesionales». «Quienes están al mando saben qué es correcto (o así se espera) y qué podría ser fatal para su persona y su carrera», denuncia. Cita los casos de la persecución de EEUU, socio incansable de Israel, contra el fiscal jefe de la Corte Penal Internacional (CPI), Karim Khan, y la Relatora Especial de la ONU, Francesca Albanese. «Como dice el refrán, el dinero manda, y Estados Unidos es el mayor contribuyente al sistema de la ONU», recuerda, pese a la bajada de las ayudas en la era Trump.
«Es importante recordar que el Estatuto de la CPI establece que el hambre de civiles constituye un crimen de guerra cuando se comete en conflictos armados internacionales. El asedio total de Gaza desde el 2 de marzo, que está provocando la hambruna de civiles, en primer lugar bebés y niños, se enmarca plenamente en el ámbito del Artículo 8 del Estatuto, sobre todo porque es el resultado de una política deliberada y declarativa de denegación de asistencia humanitaria durante meses», expone.
Los palestinos, se duele, «mueren de hambre en medio del silencio ensordecedor del mundo, mientras toneladas de alimentos se desperdician en el lado egipcio de la frontera mientras esperan permiso para entrar en Gaza». «Y lo peor está por venir», augura. «Ya es hora de que se declare esa hambruna», concluye.
Israel ha matado a más de 59.000 palestinos, la mayoría mujeres y niños, en la Franja de Gaza desde octubre de 2023. En noviembre pasado, la Corte Penal Internacional emitió órdenes de arresto contra el primer ministro israelí, Netanyahu, y su exministro de Defensa, Yoav Gallant, por crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad en Gaza. Israel también enfrenta un caso por supuesto genocidio en la Corte Internacional de Justicia de La Haya por su guerra contra el enclave.