Pontevedra vuelve a ser ‘arty’ con su resucitada Bienal: «Llegó a ser un referente y posicionó una ciudad pequeña en el circuito internacional»

En las ruinas de Santo Domingo, entre ábsides góticos al aire libre, un rosetón roto y el musgo que cubre las piedras del convento del siglo XIV, sorprende una barricada blanca construida con almohadas y sábanas. De lejos parece una nube, pero es una instalación de la artista kurda Zehra Dogan, que pasó casi tres años en una cárcel turca por un dibujo sobre la destrucción de Nusaybin. El régimen de Erdogan lo consideró «propaganda terrorista». Artistas como Ai Weiwei y Banksy clamaron por la liberación de Dogan, que gracias a la presión internacional fue absuelta y este verano se alza como una de las estrellas de la Bienal de Pontevedra, donde presenta su estremecedor diario de prisión o una pieza en la que el público usa un tirachinas contra un tanque, como ella hacía de niña.

Bajo el lema Volver a ser humanos. Ante el dolor de los demás, Pontevedra recupera su Bienal tras 15 largos años de ausencia. Y lo hace con una valiente reflexión sobre un presente en guerra. La devastación de Palestina y la invasión de Ucrania se contextualizan entre los ecos de otros conflictos, mediáticos en su día o caídos en el olvido: la barbarie en Yugoslavia, el terror talibán en Afganistán, el genocidio de Ruanda, la guerra civil de Sudán, la violencia crónica en Malí… También nuestra Guerra Civil. También Goya con unos Desastres universales.

«La guerra es la norma y la paz la excepción, nos recuerda Susan Sontag. ¿Qué podemos hacer ante el conflicto? El pensador Rob Riemen aboga por recuperar los valores de la Ilustración y volver a ser humanos. Esa es la tesis de la bienal: lanzar un mensaje humanista, de esperanza», explica el comisario y catedrático Antón Castro, que dirigió tres ediciones en los años 80. «La Bienal llegó a ser un referente y posicionaba una ciudad pequeña como Pontevedra, de 86.000 habitantes, en el circuito internacional del arte contemporáneo», suspira Castro, que ha reunido a 60 artistas de 28 nacionalidades, el 40% de los cuales han pasado por la Bienal de Venecia, la decana en Europa.

Aunque la de Pontevedra fuera la más antigua de España -se fundó en 1969- y por ella pasaran grandes artistas, en 2010 se celebró la última edición. La crisis económica y la desidia política sentenciaron una de las citas artísticas emblemáticas del país, que dependía de la Diputación de Pontevedra, en aquel momento bajo la presidencia de Rafael Louzán (hoy, preside la Federación de Fútbol, en sustitución deLuis Rubiales, no sin polémica, ya que había sido condenado por prevaricación, aunque el Supremo le ha absuelto).

«La Bienal no vuelve, renace. Ya estamos trabajando en la edición de 2027 y esperamos garantizar su continuidad más allá de vaivenes políticos», reivindica su presidente, Rafa Domínguez, vicepresidente de la Diputación y tenaz impulsor del encuentro. «En el sector cultural había muchas voces que reclamaban esta Bienal», añade. Y más en un país en el que las bienales nacen y desaparecen, como la de Valencia o la BIACS de Sevilla, impulsada por Juana de Aizpuru.

Tal vez la obra que mejor resuma la esencia de esta Bienal tan política como arriesgada sea Alepo/Guernica/Kiev/Rafah de la artista mexicana Fritza Irizar. El título lo dice todo. Instalada en una sala acristalada del Museo de Pontevedra, ahora solo es un inmenso cuadro de tres por 6,7 metros, todo topos de colorines. Debajo está el Guernica de Picasso, cubierto por un trencadís de papeles recortados: imágenes de las víctimas de guerra publicadas en diferentes medios. Con un cañón de confeti, Irizar disparó al Guernica hasta hacerlo desaparecer. Casi como réplica, si el visitante mira hacia el patio interior del museo emerge un oasis: Flor de seis pétalos de la gallega Almudena Fernández, un mosaico-jardín que evoca la idea del filósofo Byung-Chul Han de que «Dios le ha regalado flores al hombre para aliviar lo más irrefrenable de la violencia».

Tras este preludio simbólico, Antón Castro despliega una exposición de tesis, densa pero lejos de conceptualismos crípticos, que clama por un humanismo ilustrado. Aquí no hay colores ni bandos: todas las guerras son guerras. A primera vista incluso cuesta distinguir el paisaje de devastación en Ucrania, fotografiado en 2022 por Gabriel Tizón, del cerco de Sarajevo en 1992 documentado por uno de los mejores fotorreporteros nacionales, Gervasio Sánchez.

Antoni Muntadas condensa esa confusión bélica en un mural de seis metros de sangre y muerte, ¡Tengo miedo!, basado en el popular tebeo que todo niño español leyó en los años 50, Hazañas bélicas. «Todas las guerras son un continuum», lamenta Castro mientras pasea por las salas del museo cual capitán (de joven y como buen gallego estudió Náutica, pero la aparcó por Filosofía y Letras). El espacio de exposición se ha transformado en una especie de laberinto que remite a los camarotes de un buque y las paredes se han pintado con líneas diagonales y geometrías abstractas. «Son las bandas bálticas que se usaron en las flotas de la Primera Guerra Mundial como forma de camuflaje. En la Segunda, los aliados lo extendieron también a los aviones», señala Castro. Un camuflaje de guerra que es puro arte geométrico.

«El arte es un arma de la Revolución», así instruían en clase a los niños cubanos, recuerda Dagoberto Rodríguez, uno de los fundadores de Los Carpinteros, colectivo de artistas en La Habana, aunque vive en Madrid desde que abandonó la isla. Rodríguez presenta Home Tow, una especie de maqueta de arquitectura con la forma de lo que parece una metralleta oxidada: se trata del acero de un misil estadounidense Tow, el más usado en el mundo.

Más allá del museo como epicentro de la Bienal y como sucede en Venecia, pero con aires atlánticos y a escala Pontevedra, la antigua iglesia de Santa Clara se alza como uno de los espacios de exposición más sugerentes. Su magnífico retablo barroco coronado por columnas salomónicas contrasta con las piezas contemporáneas como la moderna talla de Flores heroicas de Marina Nuñez, que representa las batallas épicas de la pintura clásica libradas por flores que combaten entre sí.

Otro santuario, el de la Peregrina, dio el pistoletazo de salida a la Bienal coincidiendo con el solsticio de verano y convirtiéndose en el lienzo multicolor de una instalación lumínica de Patrice Warrener, «el artista de la luz», que ha intervenido monumentos como la Abadía de Westminster o Notre Dame. En apenas un mes la Bienal ya ha atraído a más de 23.000 visitantes y la agenda hasta el 30 de septiembre la expandirá a otros puntos de la provincia, como el pueblo de Ponteareas, donde Janet Navás realizó una performance en el espectacular esqueleto de la nave de aceros del Tea, antes de que empezaran las obras que la convertirán en un mercado municipal. «De hecho, las obras se atrasaron para que pudiera realizar su actuación», resalta Castro.

La última asignatura pendiente es la Isla de las Esculturas, creada en 1999, a la que se sumarán otras dos piezas. A finales de los 90, la Bienal transformó una isla fluvial impracticable en el museo al aire libre más grande de Galicia, con una superficie de siete hectáreas y una lista de artistas de primer nivel: Giovanni Anselmo, Robert Morris, Jenny Holzer… A pesar del estado de semiabandono actual, con obras grafiteadas y restos de botellones, la recuperada Bienal también quiere resucitar su isla.