Cuando le contactamos por teléfono, el director Calixto Bieito (Miranda de Ebro, Burgos, 61 años) se encuentra en Buenos Aires, en su día libre de los ensayos de La verdadera historia de Ricardo III, de Shakespeare. Las entradas para verla se agotaron durante tres meses seguidos. Bieito habla italiano con un tono de voz agradable, tranquilo y calmado. «Lo aprendí en Barcelona y trabajando como guía turístico en autobuses», explica. Es uno de los directores escénicos más solicitados. Sus compromisos le hacen moverse continuamente por todo el mundo. El próximo 10 de agosto estará en Pésaro para la inauguración del Festival de Ópera Rossini con una nueva puesta en escena de Zelmira, un drama del compositor Gioachino Rossini estrenado en 1822. Después, llevará Tosca, de Giacomo Puccini, a Oslo; Katia Kabanová, de Leo Janácek, e Idomeneo, rey de Creta de Wolfgang Amadeus Mozart, a Praga; Falstaff, de Giuseppe Verdi, a Hamburgo; Carmen, de Georges Bizet, a Londres; La valquiria, de Richard Wagner, a París…
- Será su primera vez en Pésaro.
- Alberto Zedda [el director del Festival durante 11 años] me había invitado varias veces, pero siempre le dije que no.
- ¿Por qué?
- Porque siempre pensé en Rossini como un comediante: hacer ópera cómica, por la que tengo un gran respeto, es muy difícil.
- Es difícil hacer reír a la gente…
- También creo que los actores que saben cómo hacer reír a la gente, cuando van a lo trágico, son los mejores de todos los tiempos. Creo que Rossini era una persona trágica por dentro, pero con la máscara de la alegría.
- ¿Qué es ‘Zelmira’ en la producción de Rossini?
- Una de sus obras más oscuras. El uso que hace de la repetición de frases musicales no es solo un recurso decorativo, sino una forma de suspender el tiempo, de entrar en un espacio emocional donde la acción se detiene y la conciencia se expande.
- Su idea del protagonista es…
- Más que un personaje mítico, es una persona que define la lealtad frente a la manipulación y la mentira. El tiempo se suspende para entrar en la introspección de sus emociones. Zelmira no actúa en el mundo, sino que el mundo actúa dentro de ella. Rossini no cuenta una historia, sino que abre una cámara interior donde orbitan el dolor, la incomunicabilidad y la fidelidad. La música gira como una espiral, no para avanzar, sino para profundizar. Hay partes musicales que me parecen increíblemente hermosas: las arias de Zelmira, las intervenciones del coro. Siempre me ha llamado la atención la influencia que tuvo Rossini fuera de las fronteras italianas. Zelmira lo convirtió en el compositor más importante de Europa.
«Camino antes de empezar a preparar un trabajo para que la mente divague. Luego necesito estudiar como si fuera un examen universitario»
- ¿Procede usted de una familia musical?
- Cuando tenía tres o cuatro años estaba obsesionado con la pintura al óleo. Luego me di por vencido y comencé a estudiar piano, pero también lo dejé. Mi hermano es un músico de verdad, profesor en el Conservatorio de Barcelona. Mi padre trabajaba en los ferrocarriles, pero le encantaba la ópera, sobre todo la italiana, aunque no era un experto. Mi madre siempre ha cantado en un coro semiprofesional.
- Además de música, ¿qué estudió?
- Estudié en la Escuela de Dramaturgia de Barcelona, pero vengo de la Historia del arte y la Filología.
- ¿Cuánto han influido los estudios de Historia del arte en sus direcciones?
- Mucho. Pienso en los tonos negros de Francisco Goya, en el Surrealismo catalán, en el Romanticismo alemán, en las obras contemporáneas de Anselm Kiefer… A menudo voy a museos. Si alguien me busca y no estoy en un cine, tiene muchas posibilidades de encontrarme en un museo o una librería.
- ¿Cuál fue la primera obra de arte que le llamó la atención?
- Cuando era niño, mis padres me llevaron a la cueva de Altamira para ver arte rupestre. Me impresionaron los bisontes: pasé la noche sin dormir. Esto es lo que hace el arte: te emociona, te hace pensar y te cambia.
- Le interesó el arte, pero también el cine.
- Cuando tenía 16 años, mi cultura era cinematográfica. Consideraba Roma el centro de la vida: iba a ver las películas de Pier Paolo Pasolini y Luchino Visconti, Vittorio De Sica y Roberto Rossellini… Todo era increíble.
- Una vez dijo que encuentra la inspiración caminando por el bosque.
- Camino mucho. Como también lo hacía Robert Walser, un escritor al que adoro. Caminar es el trabajo preparatorio que hace que la mente divague. Luego, para preparar un trabajo, necesito estudiar como si fuera un examen universitario. Tengo que saberlo todo, incluso sobre el período histórico en el que se escribió la ópera.
- ¿Tuvo algún mentor?
- Sí. A menudo hablaba con Montserrat Caballé. Me gustaba mucho. Me dijo: «Tú que eres libre, vete… Nunca pierdas la libertad». Pero mis dos mentores fueron el filólogo Adan Kovacsics -que me hizo escuchar a Wilhelm Furtwängler y a Glenn Gould, con ese sonido increíble, tan parecido a gotas de agua- y el director artístico Brian McMaster, que me llevó a trabajar por toda Europa.
- ¿Se considera afortunado?
- Mucho. De joven recibí becas del gobierno francés para aprender de los grandes maestros antiguos. He estado con Peter Brook, Jerzy Grotowski, Peter Stein, Peter Zadek… Asistí a los ensayos de Luca Ronconi: sus notas de director sobre La serva amorosa, de Carlo Goldoni, siguen siendo una lección para mí hoy. También estuve en Estocolmo con Ingmar Bergman…
- ¿Cuál es su mejor recuerdo?
- Sin duda, cuando Giorgio Strehler me invitó a cenar en una villa de Bucarest. Solo él y yo. Estaba vestido de negro, muy elegante, con el pelo blanco.
- La prensa a veces lo ha llamado provocador. ¿Se considera a sí mismo como tal?
- No pienso mucho en mí mismo como artista. No es mentira, ni falsa modestia, pero, dicho esto, no me siento provocador. Los medios de comunicación de Londres usaron esa etiqueta para mi Carmen, tal vez para vender más entradas.
- ¿Qué hará ahora, después de la entrevista?
- Dar un paseo. Voy a ver correr a los caballos. Me gusta mucho.