Epstein, el fantasma que revuelve contra Trump hasta a sus más leales republicanos

Pocos políticos han usado el ventilador de porquería contra sus oponentes como Donald Trump. El escándalo siempre estaba a la mano para denostarlos. Que fuera cierto, ya tal. Ahora, no parece capaz de ver la viga en su propio ojo, por gigante que sea: el presidente de Estados Unidos está en aprieto por su opacidad al abordar el caso Jeffrey Epstein, el del millonario procesado por pederastia y que se suicidó en prisión en 2019, un financiero que cultivó amigos de alto perfil a pesar de su cuestionable estilo de vida o precisamente por eso. 

El mandatario republicano hizo de su procesamiento una de sus armas predilectas de campaña. Insistía en que sus opositores del Partido Republicano debían dar todas las explicaciones posibles sobre la presencia en las fiestas de Epstein, especialmente del expresidente Bill Clinton. Ya atacó formidablemente con ello a su oponente en las elecciones de 2016, Hillary, esposa de Bill, y siguió con el discurso en las elecciones del pasado noviembre. Decía que el FBI y el Departamento de Justicia ocultaban información comprometedora sobre personalidades de élite como ellos y prometió claridad total pero, ay, ahora el foco está sobre él y las cosas cambian. ¿Por qué?

Nos tenemos que remontar a mayo. Trump estaba en plena pelea con Elon Musk, el hombre más rico del mundo y su elegido para llevar el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), encargado de los recortes en el Gobierno federal. En mitad de la refriega de ex, el jefe de Tesla publicó en su red social, X, el siguiente mensaje: «Es hora de lanzar la gran bomba: Donald Trump está en los archivos de Epstein. Esa es la verdadera razón por la que no se han hecho públicos. Que tengas un buen día, DJT». La piedra estaba lanzada. Ahora era el neoyorquino el que se veía lanzado a la zarza más espinosa posible: la de los abusos sexuales y la pederastia. 

Desde entonces, se ha ido fraguando un tsunami político en EEUU, primero alimentado por representantes demócratas y luego liderado por los republicanos, que reclama claridad y explicaciones. Es sabido que Trump iba a las fiestas de Epstein, ahí están las fotos posando con él y con su esposa y hoy primera dama, Melania, pero siempre ha negado que participara en las orgías con menores que eran el gran reclamo del empresario, y que celebraba sobre todo en en Miami o en una isla de su propiedad, en las Vírgenes, pero también en Nueva York o Nuevo México. 

¿Amigos o no?

Trump y Epstein se conocieron en la década de los 80, porque tenían los mismos amigos e iban a los mismos clubes sociales y deportivos en Palm Beach y Nueva York. En 2002, el ahora mandatario habló públicamente sobre Epstein y lo calificó de «tipo estupendo». No se cortó y reconoció que a su colega le gustaba «las mujeres jóvenes», pero eso en la era previa al Me Too sonaba a broma aceptable, parece. Años más tarde, en diversas entrevistas, insistió en que llevaba años sin tener contacto con Epstein cuando al fin fue arrestado. 

Pero hay versiones contrapuestas: Epstein explicó al periodista y escritor Michael Wolff que Trump fue el amigo más cercano durante una década. En un cuaderno en el que tenía sus contactos más preciados, incluía 14 números de teléfono para dar con Trump, su esposa Melania y otros cercanos a él, como asesores y personal de su grupo y su torre en Nueva York. También desveló que viajó varias veces en su avión, el Lolita Express (el nombre ya lo dice todo), en el que trasladaba a mujeres jóvenes y a sus invitados a su isla privada, Little St. James. 

Epstein, claro, negaba que fueran menores de edad. También hay reportes que indican que Trump visitó al menos una vez la mansión de Epstein en Palm Beach, pero también los hay de que Trump lo expulsó de su club Mar-a-Lago por comportamiento inapropiado, que no ha trascendido. 

En 2016, una mujer bajo el seudónimo de Katie Johnson (también llamada Jane Doe en  las investigaciones formales), presentó una demanda civil en la que acusó a Epstein y a Trump de haberla agredido sexualmente cuando ella tenía 13 años, durante fiestas organizadas por el millonario en Manhattan en 1994. En la demanda original, presentada en California en abril de 2016, la solicitante alegó que fue convencida de ir a las fiestas a cambio de una promesa de convertirla en modelo. En 1996, Trump había comprado la organización de Miss Universo y era muy influyente en el sector. 

En su declaración, Johnson dijo que los dos hombres la violaron, la retuvieron y la amenazaron. Su caso fue desestimado por no cumplir con los requisitos legales mínimos. No hubo juicio, no hubo condena. 

La polémica

El presidente se ha ido tapando en este tiempo, eludiendo el tema, pero en el seno de su partido, el Republicano, hay líneas rojas que no puede traspasar ni siquiera quien ha desmantelado orgánicamente la formación más antigua del país. Una cosa es pisotear a la derecha clásica y hacerse con las riendas, pero otra es borrar de un plumazo sus valores y principios. Algo parece que queda. Así que su actitud obstruccionista y la de la fiscal general del país norteamericano, Pam Bondi, han elevado tanto la temperatura que ha tenido que dar marcha atrás y prometer, al fin, papeles. El aldabonazo de Musk fue la gota que colmó el vaso. 

Trump ha estado exigiendo a sus partidarios que dejen atrás sus «obsesiones» con Epstein, un señor que estaba a la espera de juicio cuando se mató y que, según la acusación, se ayudó de empleados y colaboradores para atraer a sus residencias a niñas, a quienes pagaba cientos de dólares tras cometer actos sexuales con ellas, pero también para que reclutasen a nuevas potenciales víctimas, «al menos» entre 2002 y 2005. Se desconoce cuántas víctimas hubo. Algunas, reclutadas en barrios necesitados o en familias desestructuradas, tenían apenas 14 años. 

La semana pasada, siguiendo esa línea trumpista de que no había pasada nada, se presentaron unas conclusiones del Departamento de Justicia que decían que básicamente no había nada que ver aquí. Durante meses, la fiscal Bondi prometió la publicación de documentos sobre el financiero y sus amigos, que podrían revelar detalles perjudiciales para grandes nombres del país, suscitando expectación sobre los archivos, durante mucho tiempo fuente de especulaciones y teorías conspirativas. Hasta se ponía en duda la existencia de la famosa lista que citaba Musk. 

Con sus claves, echó un jarro de agua fría a quien quería las cosas negro sobre blanco: «esta revisión sistemática no reveló ninguna lista de clientes incriminatoria», decía el texto. «Tampoco se encontraron pruebas creíbles de que Epstein chantajeara a personas prominentes como parte de sus acciones. No descubrimos pruebas que pudieran fundamentar una investigación contra terceros no acusados». Y fin. 

Llovía sobre mojado porque en febrero Bondi ya publicó documentos relacionados con el caso, suscitando burlas generalizadas, dado que gran parte de la información ya era de dominio público. Nada nuevo, sin consecuencias. Doble decepción para quien esperaba no ya algo que salpicase a Trump sino, simplemente, transparencia pública. Ni siquiera arrojo luz sobre un esperado vídeo de varias horas de duración, cuya existencia se había revelado previamente, del pasillo exterior de la celda de Epstein: le faltaba un minuto a la grabación justo antes de medianoche y no se ha dado una explicación convincente sobre esa laguna, que nadie sabe si puede explicar algo sobre la muerte del procesado. 

Pese a ello, el FBI y el Departamento de Justicia confirmaron la muerte por suicidio, desmintiendo así la teoría conspiranoica de que había sido asesinado para proteger a sus conocidos y anticiparon que no publicarían más pesquisas del caso.

Ante estas fallidas conclusiones, estalló en una rebelión abierta contra el presidente, entre su propia gente, entre los más leales, llevándolo a una semana de vértigo que ha pasado por distintas fases, como el duelo, de la negación a la aceptación, a regañadientes, eso sí. Lo sorprendente es que la estrategia habitual de Trump para salir de cualquier problema pareció no funcionar esta vez. Es más, sólo ha empeorado la situación. Empezó acudiendo a su red, Truth Social, intentando culpar a los expresidentes Barack Obama y Joe Biden y a Hillary Clinton de cualquier misterio sin resolver sobre Epstein.

La cosa se complicaba porque Trump empezó entonces a hablar de «bulos», cuando antes él habían sido el primer defensor de sacar las vergüenzas al aire. ¿Ahora toda aquella información que decía que tenía el FBI era mentira, un invento? ¿Nadie tenía pruebas, habían sido eliminadas? ¿O es que ahora no interesan porque pueden llevar su nombre? Ante la duda, pesos pesados del nuevo republicanismo comenzaron a pedir públicamente explicaciones a Trump. Entre los discordantes, estaban los nombres de Steve Bannon, Tucker Carlson, Charlie Kirk, Laura Loomer o Jack Posobiec. Hablamos del corazón del MAGA, el movimiento Make America Great Again (Hacer América grande de nuevo), los que han estado con el presidente desde el principio en el dibujo ideológico de la formación de hoy. 

El New York Times empezó a publicar que el presidente no se estaba dando cuenta de lo profunda que era la corriente crítica, hasta que efectivamente fue arrastrando voces y voces de senadores y representantes de la Asamblea. Roseanne Barr, una de las primeras y más leales partidarias del presidente, se desató en X. «Señor Presidente», escribió, «sí, todavía nos preocupa Epstein. ¿Acaso hay un momento para no preocuparse por el tráfico sexual infantil? ¡Atención!». Por poner un ejemplo. «La conjetura en torno a los crímenes y la muerte del Sr. Epstein es una obsesión multifacética que realmente no se puede comparar con nada más. Los conceptos turbios que subyacen a todo esto se remontan a la base misma del MAGA», escribe el diario. 

Los primeros pasos

Así que Trump fue pasando los días poniéndose muy nervioso y cerrándose a cambiar de actitud. El miércoles, cargó contra los críticos diciendo que estaban cayendo en fake news de la oposición. «La nueva estafa (de los demócratas) se llama ahora ‘el Engaño de Jeffrey Epstein’ y mis antiguos seguidores han caído en esta tontería por completo. No han aprendido la lección», dijo en su red, soltando un «ya no los necesito» bastante enojado. Insistió en que a pesar de que ha «tenido más éxito en seis meses que quizá cualquier presidente en la historia de EEUU», de lo único que se habla es del «bulo» de Epstein. «Dejen que estos débiles sigan adelante y hagan el trabajo de los demócratas. Ni se les ocurra hablar de nuestro éxito increíble y sin precedentes, ¡porque ya no quiero su apoyo!», zanjó.

Eso sólo le valió unas horas. No pudo escapar de las preguntas de los medios y, a las pocas horas, debió responder, otra vez con balones fuera: «No entiendo por qué el caso de Epstein sería interesante para nadie. Es sórdido pero aburrido. Creo que solo la gente muy mala, incluyendo las noticias falsas, desearía que esto continuara. Pero dejen (que la gente) reciba la información creíble (del magnate)», expresó antes de tomar el avión para regresar a la Casa Blanca desde un viaje a Pensilvania. Epstein, añadió, «lleva muerto mucho tiempo» y el suyo es un caso «muy aburrido».

De nada sirvió. Ese día, el presidente de la Cámara de Representantes de EEUU, el republicano Mike Johnson, dijo en una entrevista que Trump se deberían publicar todos los archivos relacionados con el caso. «Estoy a favor de la transparencia. Es un tema muy delicado, pero deberíamos exponerlo todo y dejar que la gente decida», afirmó. Además, opinó que Bondi «tiene que dar la cara» y dar explicaciones tras afirmar que iba a hacer pública la lista de clientes de Epstein. Ya no lo pedía un republicano del tres al cuarto, sino posiblemente el más poderoso tras Trump y Vance. 

La historia llega a la madrugada del viernes, cuando la tensión se acelera con la publicación de Wall Street Journal en la que se desvela el contenido «obsceno» de una carta supuestamente enviada por el ahora presidente a Epstein. «Tenemos cosas en común, Jeffrey», se lee, entre otras cosas. El medio incide en que la firma de Trump aparece garabateada bajo la cintura de la mujer, «imitando el vello púbico». La carta concluye además con una frase de Trump: «Feliz cumpleaños, y que cada día sea otro secreto maravilloso». El republicano ha dicho que va a demandar al diario, que la carta es falsa y que esas no son sus palabras. 

La carta ha sido la gota que ha colmado el vaso, pero estaba ya muy lleno, así que Trump, al final, cedió, apenas minutos antes de la publicación de esa noticia, ordenando a Bondi que divulgue los testimonios del gran jurado que acusó formalmente a Epstein. «Basándome en la ridícula cantidad de publicidad dada a Jeffrey Epstein, le he pedido a la fiscal general Pam Bondi que presente todos y cada uno de los testimonios pertinentes del gran jurado, sujeto a la aprobación de la corte. Esta ESTAFA, perpetuada por los demócratas, debe terminar, ¡ahora mismo!», escribió el viernes. 

Mar de fondo

Esta retorcida historia ha planteado preguntas fundamentales sobre los límites de la capacidad de Trump para controlar las fuerzas conspirativas que ha desplegado en su búsqueda de la Presidencia, a por todas. Llegó al poder en un momento de profunda desconfianza en el país, presentándose como el único en quien se podía confiar para decir la verdad sobre una «camarilla unipartidista corrupta» que traicionó al país, esto es, los demócratas. Una frase que repetía constantemente durante su primera campaña presidencial era «créanme». La decía sobre todo tipo de situaciones y temas. Él era quien expondría la mano oculta que los oprime a todos. La gente espera de él otra cosa. 

Tras los atentados contra su vida del año pasado, ya promovió la idea de que representaba una amenaza tal para el establishment, que lo quería muerto. Ahí se enmarcan, se supone, ciertos ricos que pudieron estar con Epstein. Todo sonaba a lo mismo. Su regreso al lugar de un intento de asesinato durante la campaña, en Butler (Pensilvania), adquirió tintes de un evento religioso masivo precisamente por sus alusiones a la verdad, a la limpieza, a los principios. 

Los medios destacan que la multitud estalló en un cántico sostenido de «donde vamos uno, vamos todos», que es el grito de QAnon, la plataforma de teorías conspirativas que sostiene que algún día Trump será quien exponga una red de pedófilos que controla el Gobierno. Pero ahora que él tiene el control de ese Gobierno es el mismo que les está diciendo a sus partidarios que se olviden. El desconcierto es entendible. 

Ahora está por ver si cumple su palabra, cuándo y cómo se conocen los documentos, qué verdades contienen y a quién salpicarán.