Comencé a escribir El misterio del último Stradivarius inspirado por un suelto que leí en la prensa durante los meses de la pandemia. Este contaba una historia macabra: el descubrimiento en Areguá, una pequeña localidad al este de Asunción del Paraguay, de los cuerpos sin vida de Bernard von Bredow, un alemán de 62 años que había sido violinista, lutier, arqueólogo y anticuario, y de su hija Loreena, de 14 años, encontrada en la bañera de su casa con un balazo en el estómago.
Lo más sorprendente del caso era el móvil del asesinato. Al parecer, von Bredow era dueño de una valiosísima colección de violines Stradivarius, y unos vecinos suyos, también de origen alemán, habían querido robárselos. Los asesinatos se habían producido cuando los ladrones entraron a su casa para conseguir los certificados de autenticidad, sin los que el precio de estos instrumentos musicales era igual a cero. A von Bredow lo habían torturado hasta matarlo, sin que llegara a revelar la ubicación de los documentos.
Recuerdo que dejé el diario, pero no pude quitarme la noticia de la cabeza. ¿Qué hacía una colección de Stradivarius en un lugar como ese? ¿Cómo había llegado hasta ahí? ¿Por qué von Bredow había tomado tan pocas precauciones para custodiar unos objetos de semejante valor? ¿Cómo habían entrado los asesinos en su casa? ¿Cómo había sido el interrogatorio, en medio de las torturas más horrendas?
El proceso creativo es misterioso. ¿Qué hace que un escritor se empecine con una idea, una vivencia, una imagen e incluso una frase, que para otros puede pasar desapercibida, pero a él lo obliga a consagrar su voluntad, su sensibilidad, su esfuerzo y parte de su vida hasta conseguirla desarrollar? Esta es una pregunta para la que no existe una sola respuesta, porque depende de los intereses y demonios de cada persona.
Lo concreto es que eso fue exactamente lo que me ocurrió con la historia de von Bredow, que se había convertido en una obsesión, a la que mi fantasía fue añadiendo preguntas. ¿Podría este crimen haber tenido una motivación distinta al robo y estar relacionado, por ejemplo, con la cercanía de Nueva Germania, la colonia fundada en 1887 por Bernhard Förster y Elisabeth Förster-Nietzsche —hermana de Friedrich Nietzsche—, bajo las premisas de la pureza racial y el antisemitismo, que queda a solo 300 kilómetros de Areguá? Por otra parte, ¿cómo habían llegado esos violines hasta ahí? ¿Qué recorrido habían seguido desde la Cremona del siglo XVIII en que Antonio Stradivari los fabricó, hasta convertirse en el móvil de un crimen?
Solo tenía una manera de responder a estas preguntas: escribiendo una novela. Es decir, apropiándome de esa historia gracias a la imaginación y los mecanismos de la ficción. Transformando el drama de von Bredow y las peripecias de los violines en una materia distinta, que se emancipara de la realidad real para convertirse en una realidad alternativa, con sus propias reglas.
El resultado fue El misterio del último Stradivarius, una novela que es, al mismo tiempo, policial e histórica. Por una parte, cuenta la investigación emprendida después del hallazgo, justamente, de los cadáveres del anticuario alemán y su joven hija, conducida por el comisario Alejandro Tobosa, a quien la vida ha tratado con dureza, pero no ha conseguido doblegar. Sobreponiéndose a toda clase de adversidades profesionales y personales —como la traición de sus compañeros y su propia esposa—, Tobosa seguirá el rastro de la única pista del crimen: un violín encontrado en casa del alemán, que resulta ser el último que, en el ocaso de su vida, Antonio Stradivari construyó con sus propias manos en su taller de Cremona.
Por otro lado, se cuenta la historia de este instrumento extraordinario, con un sonido tan sublime que llevaba a la fascinación y el éxtasis, desde que es forjado por el célebre lutier cremonés, hasta su improbable destino en Paraguay. En el camino tendrá un papel protagónico en algunos de los acontecimientos primordiales de la historia europea, como la invasión napoleónica de Venecia, la epidemia de cólera en Nápoles, el asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo, el nacimiento del fascismo o los horrores de los campos de concentración nazis. Por sus páginas, los personajes de ficción alternan con otros reales como Stradivari, Casanova, Giuseppe Verdi, Gavrilo Princip, Aurelio Padovani, Benito Mussolini y hasta el Papa Francisco.
Uno de los primeros borradores de El misterio del último Stradivarius llegó, a través de un amigo común, a manos de Mario Vargas Llosa. El libro lo entusiasmó tanto que quiso dedicarle un ensayo que comenzó escribiendo y terminó dictando a su hijo Álvaro. Me gustaría cerrar estas breves líneas citando parte de este texto, que resultó lo último que Vargas Llosa escribió en su larga y fructífera vida:
«El misterio del último Stradivarius pertenece a un género que tuvo su origen en la Inglaterra del siglo XVIII y dio en llamarse ‘novela de circulación’ (novel of circulation) o ‘literatura de objetos’ (object narrative), porque sus protagonistas eran objetos inanimados, cosas que podían ser intercambiadas, vendidas, regaladas o legadas y que pasaban de mano en mano, a veces de generación en generación. Como viejo aficionado a la música clásica que soy, he disfrutado viendo al violín, uno de los más hermosos instrumentos musicales, convertido en protagonista de una ficción. Tengo la seguridad de que los lectores, se interesen por la música o no, sabrán apreciar esta nueva novela de Alejandro Guillermo Roemmers».