Superman: el agotador y sobreactuado intento de contar todo a la vez en todas partes (**)

Un mito, en verdad, nunca es simplemente contado. Está en su naturaleza el ser recontado, una y otra vez. Un mito es, ante todo, un rito, una ceremonia de reconocimiento en la que se ponen en común creencias, valores, aventuras y sudores. Regresar a la historia de Superman para el cine es como volver a lo más genuino de un arte entendido como juego, ilusionismo y sorpresa. El cine de Méliès antes que el cine de los Lumière. Richard Donner, Bryan Singer, Zack Snyder y, ahora, James Gunn son todos (en masculino para nada plural) artífices, cada uno a su modo, de esta eucaristía que igual celebra los poderes omnímodos de la potencia que surgió de la Segunda Guerra Mundial, que avisa sobre las más íntimas debilidades de ese descabellado afán de dominio. No está mal y hasta resulta nutritivo —vencida la pereza inicial, eso sí— regresar por enésima vez al renacimiento del superhéroe de superhéroes, del mito de los mitos, del capitalismo de todos los capitalismos.

En realidad, el propósito del artífice de Guardianes de la Galaxia, encargado además de todo lo que el sello DC pueda producir para la pantalla de ahora en adelante, se antoja descomunal. Tras el humanismo de Richard Donner, el mesianismo de Bryan Singer y el oscurantismo de Zack Snyder, ¿qué nos queda? ¿Acaso una nueva versión en folclórico multiverso? ¿Otro intento intento más metanarrativo con la banda sonora de los omnipresentes y ya insoportables ochenta?¿Una actualización en clave geoestratégica mundial a fecha de hoy? Ante el grave dilema, y por evitar el suspense, se diría que Gunn ha optado por todo, por todo a la vez en todas partes. Y así, el nuevo Superman regresa a las fuentes del cómic para rescatar de él la emoción algo tontorrona del folletín en serie. Y eso sin descuidar el ruido ensordecedor del espectáculo digital en CGI de rigor (lo peor). Y eso sin dejar de lado todas las posibilidades de los agujeros negros, de los universos paralelos y de las siempre poéticas paradojas cuánticas. Y eso sin renunciar —lo mejor de todo, sin duda— al comentario político de la mano de un Lex Luthor transformado en una versión no por fuerza mejorada de Elon Musk. Y eso dejando claro que aquí, como siempre y en todos lados, lo importante es el amor, el amor entre Clark Kent y Lois Lane. No falta nada y es precisamente en ese no faltar ni Torrebruno donde acaba por sobrar casi todo. Agotadora, redundante y muy, pero que muy, ruidosa.

La primera escena de la película nos muestra a un Superman derrotado. A lo lejos (o muy cerca, según se mire) los acordes de John Williams para la película de 1978 con el insuperable Christopher Reeve dentro. Toda una declaración de principios dispuesta a hacer tabula rasa con sus más inmediatos predecesores. El arranque es, por así decirlo, in media res; esto es, con la historia ya lanzada, el enamoramiento con Lois ya cumplido y con un Luthor con un pleno dominio de su odio a la humanidad en cualesquiera de sus formas. Gunn deja claro desde muy el inicio que ha entendido la lección de Umberto Eco. En efecto, el superhéroe es por definición una figura ambigua. De un lado, representa lo mejor de nosotros. Es, un modelo de conducta, una figura ejemplar que encarna virtudes como la valentía, la astucia, la lealtad, la generosidad o la justicia. Pero, por otra parte, el superhéroe está ahí para recordarnos que somos mortales, que cada una de sus fortalezas se corresponde con cada una de nuestras más íntimas debilidades. Su perfección nos delata y, llegado el caso, nos humilla. Y, añadía el semiólogo italiano, «en esa ambigüedad, encontramos una fuente de fascinación y un recordatorio constante de nuestra propia humanidad». Sí, humanidad es la clave.

Si la película se hubiera quedado en la claridad de este simple precepto, tendríamos un remake de la cinta de Donner. Y estaríamos contentos, la verdad, aunque a nadie se le pasa por la cabeza confundir al melifluo David Corenswet con Reeve (Rachel Brosnahan como Lane sí que gusta). Pero, para no ser acusado de plagio probablemente, el director va añadiendo capas sin dejarse intimidar por la modestia o el buen gusto. Lo siguiente es hacer de tripas corazón y, por aquello de no defraudar a no queda claro quién, insistir otra vez en el inacabable recital de peleas absurdas, puñetazos de pressing catch y la exhibición de testosterona de rigor (lo que resulta lo más cansino de todo). Un paso más adelante, y aquí es donde más brilla este Superman, la película ofrece una divertida y a la vez angustiosa lectura de los conflictos actuales (en buena medida auspiciados por los magnates tecnológicos de los que Luthor es metáfora tan calva como Jeff Bezos) que, si no estuviera tan camuflada entre el barullo, podría pasar por memorable. ¿Está hablando quizá del genocidio de Gaza? ¿O de Ucrania y sus tierras raras? Si a lo anterior se añade el brillante comentario sobre las redes sociales con sus monos descerebrados a los mandos, queda la amarga sensación de lo que pudo ser y no es. La conclusión es que en su empeño de no fallar, Gunn lo ha intentado absolutamente todo en una producción sin narrativa a la que le falta foco y le sobran muchísimos decibelios. Agotadora.

Dirección: James Gunn. Intérpretes: David Corenswet, Rachel Brosnahan, Nicholas Hoult, Edi Gathegi. Duración: 129 minutos. Nacionalidad: Estados Unidos.