Un presidente de salida y sin mayoría en la Asamblea: Francia, un año después de las legislativas equivocadas

El 9 de junio de 2024 fue un gran día para la ultraderecha europea: de golpe, conquistó uno de cada cuatro escaños en el Europarlamento, aunque la suma del bloque democrático salvó los muebles y la gobernabilidad del viejo continente y sus instituciones. En Francia, los radicales arrasaron con un 31,37 % de los votos para la Agrupación Nacional de Jordan Bardella. Esa misma noche, el presidente galo, el liberal Emmanuel Macron, se liaba la manta a la cabeza y convocaba elecciones legislativas anticipadas, en un intento de cortocircuitar el ascenso ultra. Unos comicios que no estaban ni previstos ni eran necesarios. Ahora lo asume y paga las consecuencias. 

El país vecino tiene hoy a un presidente saliente, que debe dejar el cargo en 2027 (si no hay adelanto electoral), que legalmente no puede repetir candidatura, y que no tiene mayoría parlamentaria con su partido, Renaissance. Una situación de caos en la que ya ha caído un primer ministro, Michel Barnier (duró tres meses) y su sucesor, François Bayrou, se ha enfrentado a ocho mociones de censura que lo debilitan por días. Sus ministros tienen miedo a elevar leyes a la Asamblea Nacional por quedar en ridículo ante la falta de apoyos y si salen nuevos articulados y no hay parálisis total es porque se completan procesos del pasado, ya en marcha, o por iniciativas parlamentarias de menor calado. 

De dónde venimos

El golpe en la mesa de Macron sorprendió a todos hace un año. Mal que bien, tenía estabilidad parlamentaria y adelantar las elecciones era un peligro para ella. Peligro real, como se vio desde el principio de la campaña. En la primera vuelta, el 30 de junio, la Agrupación Nacional (RN por sus siglas en francés) ganó con cerca del 30% de los votos, y junto a sus aliados de la Unión de la Extrema Derecha (UXD), alcanzó al final el 33,15% en un resultado histórico en Francia. Tan potente fue esa victoria, que al día siguiente toda la izquierda dejó de lado sus diferencias y constituyó un bloque sin precedentes, el llamado Nuevo Frente Popular (NFP), del comunismo al socialismo, de la Francia Insumisa a Los Verdes. 

Esa alianza, aún tan dispar, fue un clavo ardiendo para los electores que temían la llegada de los de Marine Le Pen pero veían en la atomizada oposición un magma que no servía para levantar una oposición viable. Ahora lo tenían y, contra todo pronóstico, la izquierda ganó. 182 escaños más 13 de independientes, frente a los 167 del macronismo o los 143 lepenistas, tercera fuerza apenas, cuando partió como favorita. 

Francias vivió días de ilusión, pero fue un espejismo. Las divisiones internas en la izquierda, tan fuertes, se dejaron ver desde el primer momento pero, sobre todo, se topó con un bloqueo absoluto por parte de Macron, que se negaba a tener un primer ministro de la línea de Jean-Luc Mélenchon. Se sucedieron las semanas de negociaciones imposibles, incluso pese a que la fórmula Mélenchon se descartó para abrir la puerta a aspirantes más moderados, pero tampoco. El presidente galo aplicó un verdadero cordón sanitario al progresismo y se alió finalmente con la derecha clásica de Los Republicanos, apenas con 46 escaños, desafiando la voluntad popular y condenando al nuevo Ejecutivo a la debilidad y a la inestabilidad constante. Lo que tiene ahora. 

Michel Barnier, el comisario que fue pieza clave en las negociaciones que Bruselas llevó a cabo con Reino Unido para su salida de la Unión Europea (UE), fue el hombre elegido el pasado septiembre como premier, un moderado con la misión de coser voluntades, tras meses de negociaciones fallidas y de una tregua -con guerra soterrada- por la celebración en París de los Juegos Olímpicos y los Paralímpicos. Con el «sí» de 331 parlamentarios franceses, de izquierda y ultraderecha, la Asamblea Nacional aprobó la moción de censura en su contra apenas en diciembre. Breve su reinado. Sólo gozaba del apoyo del centrismo y la derecha tradicional francesa. Ningún Gobierno francés había perdido en una moción de censura desde 1962, hasta él. Una de las crisis políticas más graves vividas en la Quinta República. 

El líder del Movimiento Democrático, exministro de Educación y de Justicia François Bayrou fue el elegido para tomarle el testigo, diez días más tarde. Con buenas relaciones con Marine Le Pen y muy experimentado, se le tomó como un buen capitán para pilotar el país desde el Hôtel de Matignon, pero en esta Francia tan fragmentada no hay milagros y arrastra medio año largo de gestión complicada. 

El estado de la cuestión

Bayrou llegó sin un presupuesto aprobado y en esas está, tratando de armar uno que logre la mayoría suficiente de la Asamblea Nacional. Ha superado ya ocho mociones, la última hace apenas seis días. Lo había intentado, hay que decir en su descargo: quiso rescatar la polémica reforma de las pensiones de Macron de 2023 para reabrir el debate y encontrar más base de consenso, pero ha sido imposible, hasta el punto de que los socialistas llevaron su salida a la Asamblea. ¿Cómo se salvó? Como en otras ocasiones previas, por el apoyo de la ultraderecha, lo que los analistas creen que es más una mano al cuello que una mano tendida para el rescate. 

Agrupación Nacional no ha descartado utilizar su influencia en el Parlamento para expulsar a Bayrou, como ya hizo con su predecesor, por el presupuesto de 2026. Esa es ahora la gran batalla parlamentaria. La Asamblea no podía disolverse de nuevo hasta que no pasara un año de las anteriores elecciones, pero desde mañana mismo el veto constitucional no existe y todos los escenarios son posibles. Esta primavera, Bloomberg informó de que Macron se planteaba disolver la Cámara de nuevo para aprovechar que está remontando ligeramente en las encuesta. También existe la posibilidad de convocar esos comicios -que no deberían celebrarse hasta 2029 en circunstancias normales- en marzo de 2026, cuando los franceses tienen comicios municipales. El equipo de Macron ha negado que se planteen esas posibilidades. 

Su formación, de hecho, defiende que pese a las complicaciones no hay congelación en la Asamblea y las cosas salen. Yaël Braun-Pivet, la presidenta de la Cámara, ha declarado a la prensa local que ha habido «momentos de caos indescriptible», pero que el hemiciclo «ha logrado funcionar» pese a ello. Reconoce el «desorden» y el «ruido», que dice que «deplora», pero niega la mayor: «La Asamblea no está bloqueada». Aún así, asume que lo que se va aprobando poco a poco son iniciativas parlamentarias, parciales o secundarias, porque no llegan leyes de Gobierno, las verdaderamente transformadoras, las que generan «debate» nacional. Pone como ejemplo una ley que iba a simplificar la vida de las pequeñas empresas del país y que directamente ha habido que rehacer entera, porque no se podía consensuar nada con el articulado original. Ha pasado lo mismo con las pensiones. 

Su compañero, el diputado Ludovic Mendes, dice a las claras que adelantar las elecciones fue «el peor error» de su formación, porque ha generado una «división a tres» que hoy parece irreconciliable. 

Los ministros de Bayrou están divididos entre los que empujan por elevar iniciativas y los que prefieren esperar y que pasen los meses, por no verse abocados al ridículo de la minoría, porque también están a expensas de lo que les reclamen Los Republicanos, la derecha que trata de crecer a costa de ser muleta. 

También pasa factura esta situación a la izquierda, que no ha logrado mantener su unidad de bloque en este año. Los hilvanes con que estaba unida la coalición estallaron a las primeras de cambio: los programas de sus integrantes eran muy diferentes; las tensiones para la formación de Gobierno, formidables; la pelea por el liderazgo, visceral. Durante meses, los socialistas han coqueteado con Macron y lo han apoyado puntualmente en algunos proyectos. Sería muy difícil hoy reeditar aquella suma si hubiera elecciones anticipadas. 

Por si llegan, quien está haciendo los deberes es la ultraderecha. Bardella ha ordenado una revisión de sus 577 candidatos para que, si llega el momento de presentar listas, todos estén «absolutamente limpios». No quiere más que «gente impecable», a la que no se la pueda relacionar con casos de corrupción o racismo, homofobia o antisemitismo, algo de lo que en sus filas van sobrados. Es la manera que tiene de buscar, desde lo interno, un parche a la crisis de credibilidad que arrastran por la inhabilitación de su jefa, Le Pen, por desviar fondos europeos para su partido. Aunque la lideresa lo ha recurrido, el fallo complica enormemente sus posibilidades de concurrir como candidata a las elecciones presidenciales del 27, su gran meta, para la que tiene enormes posibilidades de ganar.  

No es el único caso que los persigue, porque la semana pasada se supo que Agrupación Nacional, está siendo investigado junto a otras formaciones de la misma ideología por posibles nuevas irregularidades financieras en el Parlamento Europeo. Hay 700.000 euros que cambiaron de mano

El presidente y los sondeos

El propio presidente Macron asume que se equivocó con su jugada de hace un año y lo ha reconocido en público. En su discurso a la nación de la pasada Nochevieja, asumió que su paso «trajo división a la Asamblea Nacional, en lugar de soluciones para el pueblo francés». «La lucidez y la humildad obligan a reconocer que, en estos momentos, esa decisión ha producido más inestabilidad que serenidad y asumo mi responsabilidad», dijo en una intervención televisada en la que pidió que 2025 fuera el año de estar «unidos y fraternos». Deseo no concedido. 

Su propia presidencia, más allá de la Asamblea, está en juego. Insiste el liberal en que va a agotar el mandato, mientras en su partido se pelean por ver quién se quedará con su centro y cuán vapuleado puede salir el liberalismo de la siguiente cita por El Elíseo. Macron ha ido sumando crisis y decepciones propias, sin necesidad de mirar a unas elecciones en las que ya no estará: en el último año, ha vivido una rebelión campesina sin precedentes que le valió una tormentosa aparición en el Salón Agrícola, revueltas en Nueva Caledonia en un contexto de impasse institucional que su visita expresa al archipiélago no logró resolver, el cese de la prometida reindustrialización del país, un juicio por mala gestión de las finanzas públicas, la desolación y rabia en Mayotte, devastada por el ciclón Chido, y la economía que no acaba de tirar, con un déficit público que se situó en el 5,8% del PIB en 2024, al acelerarse los ingresos y no crecer tanto el gasto como el año anterior. Son 169.600 millones de euros.

Medios como Le Monde y Le Figaro han informado de que Macron podría celebrar a lo largo de este año varios refrendos, en un intento de escuchar a la ciudadanía y congraciarse con ella, por ejemplo sobre medidas de inmigración, eutanasia, representación parlamentaria y acuerdo UE-Mercosur. 

Así podría luego hacer propuestas menos impopulares o tomar decisiones con el sentir de la calle como refuerzo, lo que le ayudaría a subir su popularidad, que llegó a mínimos históricos antes de los comicios de hace un año. Ahora, a Macron lo aprecia entre un 29 y un 31% de los ciudadanos, según diversas encuestas. Entre febrero y marzo llegó a subir hasta seis puntos, en buena parte a lomos de su proyección internacional. El problema es que sigue perdiendo fuelle entre los jóvenes y los jubilados, dos sectores que en su momento lo auparon como el joven valiente del centrismo europeo, el desconocido con partido nuevo que merece la presidencia. En esos votantes, no pasa del 20% de apoyos, como máximo. 

Frente a eso, el ascenso de la ultraderecha, que de nuevo se alimenta de decepciones y fracasos ajenos, sin tener que hacer mucho más. Si hoy se celebrasen elecciones legislativas, ganarías con un 33% de los sufragios, dice Elabe en un sondeo para BFM TV. Los entrevistadores preguntaron por dos escenarios: con la izquierda unida y con la izquierda separada. Da igual, los lepenistas ganan en los dos hipotéticos futuros. Sumando, la izquierda se quedaría en el 30% de los votos, seguida de la suma de centristas y macronistas, con un 15,5% apenas, y los republicanos, con un 10%. También se preguntó en esa entrega si la idea de hace 12 meses de adelantar los comicios fue buena: un 71% de los franceses dice que no. Los ultras son, ahora, quienes piden con más ansia una repetición electoral. Saben que pueden ganar. 

En el terreno internacional, Macron, el hombre que quiso quedarse con el cetro europeo tras la marcha de la alemana Angela Merkel y no pudo, también ha perdido empuje, lastrado por los problemas internos. No luce propuestas, sólo polémicas. Aún así, se ha recuperado un poco desde principios de año, por varios motivos: ha sido un abanderado del rearme europeo y el gasto extra, en un contexto en el que se ha convertido en la máxima prioridad de la UE; ha liderado los debates sobre las necesidades de seguridad, porque es el líder que más ha estudiado la materia en la última década, apostando incluso por un Ejército europeo; y ha impulsado, junto con Reino Unido, la llamada Coalición de Voluntarios para Ucrania, una alternativa a las imposiciones del presidente de EEUU, Donald Trump, en las negociaciones entre Ucrania y Rusia para acabar con la guerra.

El presidente francés ha lanzado mensajes televisados a la nación, con enorme impacto, sobre la necesidad de seguir ayudando a Kiev y también ha sido el anfitrión de encuentros en los que cuajaba una hoja de ruta distinta, justa y sin cesiones a Moscú, algo que en Washington no ha hecho mucha gracia. Macron ha tenido que hablar con Trump para explicarse, algo poco común en estos tiempos a este lado del Atlántico. Ha llegado a exponerse en redes sociales durante horas para explicar su compromiso con Ucrania, además. 

No ha dejado de lucir la marca Francia en la Cumbre de Acción sobre la Inteligencia Artificial de París o al anunciar una conferencia mundial de financiación para Líbano, tras ayudar en la mediación de un alto el fuego entre Israel y Hizbulá. También al organizar, junto a Arabia Saudí, una conferencia en Nueva York sobre el reconocimiento del Estado de Palestina, en plena crisis de Gaza, que fue suspendida por la guerra Irán-Israel-EEUU del mes pasado. Eso hace que, pese a sus mediocres datos de popularidad, el 49% de los franceses aún considere que es un buen representante del país en el exterior. 

Mañana mismo intentará ganar nuevos puntos en ese campo, con una visita oficial a Reino Unido que incluye discurso en el Parlamento y acto con el rey Carlos III sobre medio ambiente, con la inmigración, las relaciones comerciales y la defensa como ejes de su agenda. Unos días de respiro fuera de la tóxica burbuja que la política doméstica genera hoy en París.