Antonio Pampliega: «Gaza tardará décadas en volver a ponerse en pie y ser un lugar habitable»

El pasado mes de diciembre, Siria vivió un cambio de poder tras una ofensiva por parte de una coalición islamista rebelde que duró 12 días. Tras más de dos décadas como ostentando el poder del país árabe, Bachar al Assad fue derrocado.

Uno de los periodistas y escritores que mejor conocen el terreno es Antonio Pampliega (Mejorada del Campo, Madrid, 1982). En el año 2015, fue secuestrado durante 299 días en Siria por el grupo terrorista Al Qaeda mientras estaba preparando un reportaje sobre la situación del país.

Relata en su nueva novela-testimonio, Cowboys en el infierno, cómo es la dura experiencia de trabajar como corresponsal de guerra freelance, la adrenalina, el miedo, pero también la precariedad laboral y económica. «Con 43 años, ya está bien de ir como freelance a las guerras. Esto ya se ha acabado. No voy a volver a adelantar mi dinero para ir a las guerras y luego no saber si lo recuperaré o no», destaca.

Mientras medio mundo mira cómo no se cesan los ataques en lugares como Ucrania, Gaza o el intercambio de ataques del pasado entre Estados Unidos e Irán, Antonio Pampliega se fija en que la reacción en todos los conflictos suele ser la misma. «Es una pena que jamás nos paremos a pensar en el daño que sufren los civiles y que, a día de hoy, las guerras sigan existiendo y se siga exterminando a población civil«, asegura.

¿Cómo nació la idea de Cowboys en el infierno?

Ya estando allí, en Siria, en 2012, al ver las aventuras que nosotros tenemos se me pasó por la cabeza la idea de no plasmarlas en un libro. Pero claro, no tenía los contactos que tengo ahora y no tenía la experiencia. Con el paso de los años, que había publicado En la oscuridad, me pregunté por qué no volver a retomar esta historia. La tenía en la cabeza, pero no tenía claro cómo contarla. En un ensayo, hablamos de periodistas y de Siria, convirtiendo el libro en un nicho o lo hacemos en una historia de aventuras, en forma novelada con hechos reales. Me decanté por esta. Así sale Cowboys en el infierno.

Has estado secuestrado por Al Qaeda. ¿Qué te lleva a seguir informando sobre los conflictos que sigue habiendo?

Ya no me vuelco tanto en zonas de conflicto. Sigo haciendo periodismo. Tengo un programa en Cuatro que se llama Territorio Pampliega. Hemos hecho entrevistas a sicarios, hemos hecho narcotráfico, hemos hecho maras en Honduras. Pero lo que es conflictos como las del libro ya no. Por dos motivos principales. El primero, porque tengo una hija de cuatro años, es lo más grande que hay. Obviamente, ya he tenido un susto muy grande, tuve la suerte de salir y no quiero volver a tentar a la suerte. La segunda, con 43 años, ya está bien de ir como freelance a las guerras. Esto ya se ha acabado. No voy a volver a adelantar mi dinero para ir a las guerras y luego no saber si lo recuperaré o no. Porque ya no es mi dinero, es el dinero de mi hija, de su educación. Cuando tienes 25 o 30 años, dices, no tengo nada que perder. Pero aquí, todo lo que puedo perder es dinero que quito a mi hija. Eso no va a volver a pasar.

¿Crees que Cowboys en el infierno puede funcionar también como una denuncia contra la precariedad del periodismo de guerra actual?

Tiene tres aristas. Es un libro de aventuras, un libro que denuncia lo que fue la guerra de Siria, que se contó muy mal, y un libro de denuncia de la situación de los periodistas de guerra. El último gran libro de periodistas de guerra en español fue ‘Territorio Comanche’, de hace 30 años. La situación de Pérez-Reverte y sus compañeros no tiene nada que ver con los ‘Cowboys’ de 2025. Nosotros nos lo teníamos que pagar absolutamente todo. Mientras mandábamos las crónicas o las fotos, teníamos que luchar con un editor que estaba a miles de kilómetros, que posiblemente no sabría dónde estaba Siria, para que en vez de 10 nos pagara 15 euros. Esto no puede ser. A nosotros nos secuestraron porque no podíamos pagar una escolta privada. No secuestran a alguien de la CNN o de la BBC, secuestran a los pringados españoles. Cada vez que sube el SMI, las portadas de los periódicos van a cinco columnas, pero nadie dice nada de cómo están los corresponsales de guerra sobre el terreno.

En el libro también hablas de tu secuestro y cómo fue la convivencia forzada con yihadistas de Al Qaeda. ¿Cómo la reflejaste sin caer en el sensacionalismo?

Uno de los objetivos que tiene el libro es intentar huir del sensacionalismo. El libro está basado en muchas de las crónicas que yo escribí desde el año 2011 al año 2014, antes de que me secuestraran. He intentado plasmar esa evolución de Siria. Siempre he huido del sensacionalismo, no lo considero ni periodismo. He intentado plasmar los hechos tal cual los vi. La gente se puede ir a los archivos y va a ver que las cosas que se cuentan en el libro aparecen en las crónicas.

En Cowboys en el infierno hablas del precio humano, el de los civiles, de los conflictos. ¿Qué paralelismos ves entre lo que narras en el libro y lo que está ocurriendo en la actualidad?

Al final no deja de ser lo mismo. Da igual que sea Ucrania, Gaza, Siria o Irak, al final los civiles son personas rotas, a los que nadie se para a preguntar que cómo están. Yo veo paralelismos. Las imágenes que llegan de Gaza son las mismas que nosotros grabábamos en los hospitales de Siria. Al final una guerra se parece a otra. Es una pena que jamás nos paremos a pensar en el daño que sufren los civiles y que, a día de hoy, las guerras sigan existiendo y se siga exterminando a población civil.

Hace unos meses le pregunté lo mismo a Mikel Ayestaran. Denuncias en el libro la indiferencia del mundo ante el sufrimiento en zonas de guerra. ¿Nos estamos acostumbrando a la violencia como si fuera algo inevitable?

Las imágenes que estoy viendo en Gaza son las mismas que grabé en los hospitales de Alepo. Es exactamente el mismo nivel de violencia. Los mismos tipos de bombardeos. Obviamente, lo de Gaza no tiene nombre. Al final es lo mismo, siempre miramos para otro lado. Nos da absolutamente igual. Al principio estábamos más concienciados en Ucrania, con los bombardeos, llevan más de tres años y ya no aparecen ni en los informativos. El problema es que pilla muy lejos, las guerras duran mucho, nos cansamos siempre de lo mismo. Es una de las cosas que se denuncian en el libro. Vamos a poner el foco en esta guerra. La guerra de Siria, si tú coges la documentación, no hay libros porque no interesaba y no se cubrió bien. Allí ningún medio de comunicación mandó a su gente. Hay víctimas de primera y víctimas de segunda.

Parece que cuando más importancia se le da a una guerra es cuando nos va a afectar de forma indirecta.

Eso ha durado tres o cuatro días y ya nos hemos olvidado. A mí una cosa que me sorprende mogollón es que el mismo que te está hablando hoy de Cerdán, el día siguiente te está hablando del estrecho de Ormuz, que no sabe dónde está o de la guerra de Siria y que ha caído Bachar al Assad. Ahí te preguntas sobre qué estamos haciendo mal. Esa reflexión nos la tendríamos que hacer y es una de las que aparecen en el libro.

Es lo que mucha gente califica como los todólogos…

Exactamente, un todólogo. Dices, ‘vaya, el tipo sabe de todo’. Lo que hacen es mal informar a la población y tiras por tierra el trabajo de la gente que está sobre el terreno y que sí que te está informando. Es lo que dice Lucas Corso en el capítulo 2. Tiene un ‘boom’ en su carrera, le llevan a de plató en plató a que opinara de todo y cobraba más que cubriendo guerras. Esto está mal hecho. No puede ser así porque estamos desprestigiando la profesión. Mientras tanto, hay chavales que están en la guerra, ganándose 45 euros mientras están jugándose la vida.

Hace un tiempo, hablamos sobre un artículo sobre la moda de viajar a lugares en conflicto. Una situación que no es para nada divertida, ¿no?

No es divertida, pero llega un momento que la gente a través de las redes sociales quiere aparentar más que el resto. Si tú te vas a Benidorm, yo me voy a Afganistán. ¿Qué molan más, tus fotos o las mías? Van a molar más las mías, pero estás en una zona de guerra. Puedes decir, ‘ya, pero nunca pasa nada’, eso es hasta que pasa. Uno de los personajes que aparece en el libro es un fotógrafo japonés. La historia es real. Pasaba sus vacaciones en zonas de guerra. Caminaba las zonas del frente y su historia era que le había dejado su mujer y él lo que quería era que lo matasen, tenía un seguro de vida y quería que todo el dinero fuera para sus hijas. Hay gente que no valora lo que es una guerra ni la entendemos. La vemos en las noticias y pensamos que es mentira.

Otra de las reflexiones del libro es la del silencio y el peligro al que se enfrentan los periodistas de guerra de estar solos. ¿Cómo es esa soledad?

Al final estamos solos. Es una profesión que requiere muchas horas solo. El nombre del libro es el que es. El cowboy es el llanero solitario, el que está mucho tiempo solo, pero también el que va en camarilla con el resto de sus compañeros. La foto de portada es esa. Cuatro tipos que van caminando en una zona de guerra, pero son muchas horas estando solo, muchas horas comiéndote la cabeza. Es un trabajo muy solitario.

Desde la lejanía, ¿cómo ves la situación de Siria tras lo que pasó con Bachar al Assad?

La veo con preocupación. Por un lado, obviamente, me alegro de que haya caído Bachar al Assad y un régimen dictatorial después de 50 años, pero por otro, estoy preocupado. Lo último ha sido un atentado de Estado Islámico dentro de una iglesia. Luego tienes los ajustes de cuentas entre el régimen actual y los partidarios de Bachar al Assad. Es un país que ha sufrido tanto, que han asesinado a medio millón de personas, y piensas que esto no se va a recuperar de la noche a la mañana. Necesita muchísima inversión para levantar el país, que está destrozado.

Es algo que, salvando las distancias, puede ocurrir en Gaza…

Gaza tardará décadas en volver a ponerse en pie y ser un lugar habitable. Esa gente que vive ahí y que va a seguir viviendo ahí, siempre y cuando no las exterminen, a qué se va a dedicar. No tienen agricultura, el 86% de los pozos de agua ya no funcionan, no pueden pescar, van a tener que ser mantenidos por la comunidad internacional. Qué tipo de vida es ese.

Y ahí está el vídeo hecho por IA que Donald Trump publicó sobre Gaza.

Solo con ese vídeo de él, tomándose un mojito, con Benjamín Netanyahu, es una declaración de intenciones. Ya solo con eso, hostia. Te estás bañando y tomando un mojito sobre miles de muertos y te da exactamente igual. Pero no solo Trump, a mí lo que me da miedo es que la comunidad internacional se calle y no diga nada. Llevamos 80.000 muertos y 200 periodistas asesinados y nadie dice nada. De todos los hospitales de Gaza, solo queda uno en pie. Son crímenes de guerra. ¿Por qué Netanyahu puede hacer lo que quiera y Putin no? Y, entiéndeme, los dos están muy mal, no estoy diciendo lo contrario.