Una región de Ucrania clave en la guerra se mantiene en vilo ante los últimos avances de las tropas rusas

Ni la lluvia ni el zumbido de los drones rusos que sobrevuelan constantemente la zona han logrado disuadir a un puñado de ancianos que, cada día, se acercan a la parada del bus del pueblo de Stetskivka para ir a Sumy, la capital de la región ucraniana que lleva el mismo nombre. Lo que antes era un trayecto rutinario en el noreste de Ucrania, ahora se ha convertido en una actividad llena de riesgo.

“Da miedo. Nadie sabe lo que puede pasar con el bus que cogemos”, asegura Galyna Golovko, la propietaria de una pequeña tienda situada junto a la parada. Su testimonio forma parte de un reportaje publicado en el Kyiv Post sobre el día a día que se vive en las ciudades próximas al frente de la guerra. Un texto en el que, además, confiesa que solo sale de casa por pura necesidad y, siempre, evitando las mañanas y el anochecer, que es cuando los drones rusos cruzan el cielo. “A esas horas es un infierno”, afirma.

Stetskivka se encuentra a solo 17 kilómetros de la frontera con Rusia, en una región que el año pasado fue el escenario de una incursión ucraniana en la región rusa de Kursk. Una zona en la que Kiev llegó a controlar parte del territorio durante ocho meses, hasta que una ofensiva rusa, con la ayuda de tropas de Corea del Norte, los obligó a retirarse. Desde entonces, los rusos han ido avanzado hacia la capital de Sumy, tomando varias aldeas y forzando evacuaciones de civiles en diferentes puntos de la región.

El frente se sitúa ahora a solo 10 kilómetros del pueblo. De los 5.500 habitantes que tenía antes de la guerra, quedan apenas unos pocos vecinos y soldados ucranianos. Muchos tienen las maletas preparadas por si deben marcharse de un momento a otro. “Más allá de Stetskivka, todo está arrasado, no queda ni un solo pueblo”, lamenta Golovko.

En la ciudad de Sumy, más al sur, la vida cotidiana resiste a duras penas. Antes del conflicto contaba con 255.000 habitantes. Hoy todavía hay restaurantes abiertos y movimiento en las calles, aunque muchos edificios muestran las cicatrices de los bombardeos. Por las noches, cuando se apaga el bullicio del tráfico, se escuchan explosiones a lo lejos. Las calles están salpicadas de búnkeres de hormigón, construidos para proteger a la población. Mientras tanto, Moscú asegura que quiere establecer una “zona de seguridad” a lo largo de la frontera.

“La ofensiva enemiga sigue”, afirma Anvar, comandante del batallón de drones del 225º regimiento, desde un piso reconvertido en base militar. “A veces ellos avanzan, a veces nosotros. Es una guerra de posiciones”. Según dice, aún quedan unidades ucranianas dentro de territorio ruso y la línea del frente cambia a diario.

En la base, varios soldados trabajan en silencio entre impresoras 3D, baterías y placas de circuito. Modifican drones comerciales (la mayoría fabricados en China) para adaptarlos al combate. “Ahora todo gira en torno a los drones”, explica Anvar. Rusia, añade, lanza constantemente oleadas de soldados con la intención de saturar las defensas ucranianas. “Conozco a gente que ha perdido la cabeza al ver cuántos enemigos llegan a abatir en un solo día”, confiesa.

A pesar de todo, algunos se resisten a marcharse del pueblo. “Me quedaré en casa”, dice Golovko mientras golpea el mostrador con el puño, al borde de las lágrimas. “He estado en Rusia. Tenemos amigos allí, familia. Antes todo iba bien. Esta locura que ha desatado Putin acabará algún día», añade.