Lola Índigo en el concierto de su vida: La bruja, la niña, el dragón y la madre que la parió

Ella lo advirtió en una reciente entrevista con este diario: «Con los estadios se me ha ido la puta olla». Y ha cumplido su palabra, casi su amenaza: se le ha ido pero bien. Lola Índigo ha ofrecido este sábado por la noche un concierto literalmente desproporcionado en el Riyadh Air Metropolitano de Madrid: ha cantado y bailado 43 canciones durante casi dos horas y media en las que han pasado por el escenario hasta 60 músicos y bailarines con un montaje escénico gigantesco y centelleante, con más de una hectárea de luces LED (no es una figura retórica: había 1.200 metros cuadrados de superficie lumínica) entre la pantalla vertical de 26 metros de altura a la medida de TikTok y las historias de Instagram y la pasarela que llegaba hasta el centro de la pista.

El apabullante show ha tenido como objetivo manifiesto saciar a los seguidores más fieles de la cantante y bailarina andaluza, con un repaso pormenorizado por los cinco discos y numerosos singles que ha publicado en sus ocho años de trayectoria. Con un repertorio aún limitado para un tipo de actuación tan extensa y aceptando la casi imposibilidad de producir un asombro continuo durante 145 minutos, ha habido momentos fantásticos y otros olvidables durante este épico maratón de pop.

El espectáculo se ha dividido en varias partes en función de los discos y sus respectivas simbologías, al modo del Eras Tour de Taylor Swift, la gira más taquillera de la historia. Si la estrella estadounidense ofrecía las canciones en bloques por sus 11 álbumes, Lola Índigo ha empezado el concierto por Akelarre, su debut de 2019 tras salir de Operación Triunfo, para dar el salto después al EP GRX (2023) y a canciones de sonoridad aflamencada, luego ha continuado con su segundo álbum (La niña, de 2021) y otros singles de esa etapa, para terminar con el repertorio de El dragón (2023) y Nave dragón (2025).

Y así se llama el espectáculo: La bruja, la niña y el dragón. Y la madre que la parió, porque la granadina ha salido al escenario con una banda de metales de decenas de músicos para cantar Ya no quiero ná, que ha encadenado con Mujer bruja y Maldición entre columnas de fuego en plan Dracarys y una decena de bailarines, devorando canciones con coreografías energéticas y luz suficiente para ver el concierto con gafas de sol, ya cuesta abajo y sin frenos desde el primer minuto.

Entre los cantantes que tienen un estilo y no se salen de él, con el tiempo y el correr de los discos la mayoría evolucionan hacia un espacio de comodidad, los hay que van dando vueltas sobre sus temas y su fórmula y unos pocos van empujando su identidad artística hacia mensajes y estéticas más radicales. A sus 33 años, Lola Índigo pertenece a estos últimos, los que hacen de sus canciones algo más complejo y desafiante a cada paso. En su caso, radical significa hacer un pop comercial más sinvergüenza, airado y provocador, tanto en el contenido lírico como en el sonido crujiente: una celebración desinhibida de la sexualidad, del placer y de la felicidad más carnal, y del poder que todo eso proporciona (evidente en las interpretaciones calentorras de La santa o Discoteka, por ejemplo). De ella no se espera un gran riesgo creativo, lo suyo no es la experimentación, pero ha ido ganando en confianza para soltar la chulería y la ambición que ha mostrado desde sus inicios. «No escuchéis a la gente que os dice que no podéis conseguir vuestros sueños o que estáis locos. Rodeaos de quien os apoya en vuestros sueños», ha dicho en uno de sus pocos discursos entre canciones, cuando ha celebrado llenar el estadio madrileño «por haber soñado grande».

Está en su prime, en su pick, llamadlo como queráis, y ha querido demostrarlo y celebrarlo ante 65.000 personas. Y, guste o no, es inigualable ver a un artista en su mejor momento.

El primer bloque ha acabado arriba del todo con Casanova, un buen ejemplo de cómo la música urbana ha alcanzado el estatus de nuevo pop. Lola Índigo fue quien metió la música urbana en el universo Operación Triunfo hace más de un lustro. Desde la escena, donde la autenticidad es un valor muy preciado, fue recibida como un pastiche de marketing sin alma que vaciaba de contenido el sonido desafiante y asalvajado del urbano. En el pop de masas, sin embargo, la autenticidad carece por completo de importancia, lo relevante es el producto, y, diablos, ella ha sabido modelar un producto diferencial con esta mezcla de latineo, electrónica y rap-pop que se ha empecinado en desarrollar: la cantante granadina ha grabado con iconos del underground como Dellafuente, La Zowi, Pepe y Vizio, Maka, Quevedo, Rvfv o Saiko, con una estrategia que podría interpretarse como la de un caballo de Troya que lleva el género urbano al público generalista.

Todo este debate estético e incluso ético sobre su música probablemente le importa un pito a las miles de niñas, adolescentes y chavalas que esta noche han llenado el Metropolitano: son jóvenes y no necesitan promesas ni predicciones, vivir ya es en sí una profecía. Ellas lo que han hecho es bailar, grabar vídeos, bailar, dar saltos, bailar, chillar al reconocer los grandes hits y, sobre todo, bailar. Lola Índigo quería hacer felices a sus más fieles seguidoras con este espectáculo gigante y puede volver a casa con la satisfacción del objetivo cumplido.

Muy urbano ha sonado el bloque de La niña, en la que han quedado deslucidas las estupendas Yo tengo un novio y 4 besos por problemas de sonido en su micrófono (algo que ha sucedido en varias ocasiones esta noche). En el espectáculo ha habido pocos invitados, pero se han llevado griteríos ensordecedores como Tini, que se ha sumado para cantar ‘La niña de la escuela’, uno de los grandes momentos del concierto. Poco después sonaba en ese mismo bloque, de estética barbie, Toy Story, que ha cantado con mucha emoción junto a una banda de formato pop-rock y alegre ritmillo disco-funk (la mayor parte del concierto se ha desarrollado con la música grabada). «Han sido meses, casi un año, de mucha motivación y mucha ilusión, pero también de mucho calentamiento de cabeza», ha confesado. «Ha costado, joder, a pesar de todo, y de mierdas varias, pero hoy estamos aquí», ha celebrado Lola Índigo, que ha terminado agradeciendo al público su respuesta eufórica. «Es muy difícil asumir esto, esto es increíble».

Entre ambos bloques ha habido una serie de canciones de flamenquito, con un cuadro formado por tocaores y cajón dirigido por José del Tomate, hijo de Tomatito. Sentados sobre sillas blancas en el centro del estadio, han interpretado con brío El condenao y han puesto el estadio del revés con una versión del Corazón partío de Alejandro Sanz, convertida ya en un estándar español como Mediterráneo o Volando voy. Ha sido emocionante comprobar la alegría que transporta, y que ha permanecido con El pantalón de Omar Montes, cantadísima hasta la grada, bulliciosa y rápida.

La recta final del concierto ha sido básicamente una discoteca para 60.000 personas, con momentos álgidos como su megaéxito El tonto, con el estribillo cantado por todo el estadio entre efectos de pirotécnica y ráfagas de rayos láser. Muy celebradas han sido las dos colaboraciones del rapero argentino Paulo Londra, Adán y Eva y Perreíto pa llorar, pero ha sido mucho mejor y más emocionante por ejemplo Sin autotune, ese himno agridulce de club que la cantante ha presentado llorando al dedicarla a una fan menor de edad recientemente fallecida (ha llorado varias veces esta noche).

1.000 cosas, la recién publicada y bien pegajosa Mojaíta y La reina, en una larga interpretación con trono de hierro, fuegos artificiales y aspecto de himno generacional han sido el tremendo final de este espectáculo concebido como acontecimiento casi único y que solo se repetirá en el estadio de La Cartuja de Sevilla el 21 de junio y en el Estadio Olímpico Lluís Companys de Barcelona el 10 de julio. Únicamente tres conciertos de un show muy caro que quizá se podría rentabilizar si se extendiera en una gira amplia. ¿Quiere esto decir que perderá dinero? Sin duda, lo decía ella misma en la entrevista con EL MUNDO: «No voy a ganar un puto euro, me da alergia el dinero. Esta es mi fiesta para los fans», aseguraba. Una apuesta mastodóntica (y accidentada, tras las suspensiones en el Bernabéu y el RCDE Stadium de Cornellà) con la que persigue mejorar el prestigio y el estatus de su marca. Parece difícil que pueda amenazar a medio plazo la hegemonía de Rosalía o Aitana como grandes estrellas del pop español, pero consolida su posición de figura clave con identidad propia.