Israel ha atacado a Irán esta pasada noche. Más de 200 aviones, más de cien dianas, más de 300 proyectiles. Teherán ha replicado, hasta ahora, con el envío de un centenar de drones contra territorio israelí. La primera andanada ha tenido consecuencias nunca vista en la zona. La segunda, por ahora, ha sido abortada por los sistemas de seguridad israelíes.
Los dos países, archienemigos, ya cruzaron sables (o sea, drones y misiles) por primera vez el año pasado, en abril y en octubre. Nunca antes se habían atacado en su propio suelo, sino en países y cabezas ajenas. Ahora la gravedad es mayor, por los objetivos alcanzados por Israel y por las dudas que genera sobre la réplica y las consecuencias.
Vayamos con el resumen de lo ocurrido: Israel ha lanzado ataques en todo Irán, incluyendo Teherán, la capital, afirmando que apuntaban al «corazón» del programa nuclear iraní. Los ataques han matado a Hossein Salami, jefe de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán, una poderosa rama de las fuerzas armadas del país, así como a científicos nucleares, según los medios estatales iraníes. También han acabado con el jefe del Estado Mayor, el general Mohammad Bagheri. A ellos se sumó el general Gholam Ali Rashid, responsable de la importante base aérea Khatam ol-Anbiya.
Estas muertes han sido confirmadas por medios oficiales iraníes, al igual que las de seis científicos: Mohammad Mehdi Tehranchi, Fereydoun Abbasi, Abdulhamid Minouchehr, Ahmadreza Zolfaghari, Seyyed Amirhossein Faqhi y Motlabizadeh, todos ellos vinculados con el potente programa nuclear. La agencia IRNA informó además de la muerte de un número indeterminado de civiles en zonas residenciales del norte de Teherán.
El Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) ha confirmado, por su parte, que la planta nuclear de Natanz fue alcanzada por los bombardeos israelíes, aunque los niveles de radiación no han subido por el momento y la situación es segura en las instalaciones. Natanz es la principal planta de enriquecimiento de uranio en Irán -con miles de centrifugadoras de gas, de diferentes modelos y velocidades- y estaba supuestamente protegida por baterías antiaéreas. Se desconoce realmente el alcance de los daños, pero es la primera vez que Tel Aviv ataca objetivos atómicos; hasta ahora había ido a por intereses militares y políticos.
El primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, ha afirmado que los ataques son una «operación militar dirigida a contrarrestar la amenaza iraní a la propia supervivencia de Israel», afirmando que «si no se detiene, Irán podría producir un arma nuclear en muy poco tiempo». Es el principio, avisa, y por eso se ha declarado el estado de emergencia en Israel -los ciudadanos han empezado a abastecerse de agua y alimentos, por si acaso, y en la Cisjordania ocupada se ha impuesto un bloqueo en todas las ciudades palestinas hasta nuevo aviso- y se esperan contraataques «en el futuro inmediato». El espacio aéreo se ha cerrado y se aconseja a los ciudadanos que estén cerca de los búnqueres, una situación conocida.
Por su parte, el secretario de Estado de Estados Unidos, Marco Rubio, ha dicho que su país no estuvo involucrado en los ataques y no proporcionó ninguna ayuda, tampoco. Un portavoz de las fuerzas armadas de Irán ha dicho que tanto Estados Unidos como Israel pagarán un «alto precio» por los ataques.
Por qué es distinto
El ataque israelí de esta madrugada sube el nivel porque ha matado a las dos personas más importantes de la fuerza iraní, tanto en su ejército regular como en la Guardia Revolucionaria, un cuerpo militar de élite y emporio económico con la misión de proteger al país, con enormes ramificaciones internacionales. Aunque Teherán ya ha anunciado sustitutos, el golpe es serio. Hablamos de uniformados que ayer mismo estaban lanzando amenazas a Israel con capacidad para hacerlo, sin bravatas.
Es verdad que la inteligencia de Israel ha atacado a estos mandos en otras ocasiones, por ejemplo en Siria, pero hacerlo con precisión en su propia casa es nuevo. Se abre la puerta, también, a que se ataque en el futuro no a militares, sino a la élite política de Irán. A los que mandan. Ha quedado demostrado -como pasó por ejemplo con la eliminación de Ismail Haniyeh, líder de Hamás- que el Mossad tiene unas fuentes inmejorables en Irán, donde ha preparado este golpe durante meses, como han reconocido las propias autoridades. Estaban esperando el momento.
También preocupa que Netanyahu esta vez se haya atrevido a ir por instalaciones nucleares. Irán siempre ha dicho que su programa atómico busca exclusivamente fines civiles, energéticos o sanitarios, por ejemplo, pero no defensivos, algo que Israel no se cree. Por eso, Tel Aviv insiste en que esas investigaciones suponen una amenaza «existencial» para su país, que sería atacado con esas bombas en cuanto Irán pudiera.
Es más: en esta cadena de ataques, ha argumentado que Irán estaba a punto de lograr uranio enriquecido para construir ya unas nueve bombas atómicas, un extremo sobre el que no ha dado pruebas y que las inteligencias occidentales han puesto en duda en los últimos meses. Hoy por hoy, Irán no es una potencia nuclear, como sí lo es el propio Israel, aunque nunca lo ha reconocido públicamente.
Natanz, la planta afectada, es la joya de la corona de las actividades de Irán. Se recuerdan las imágenes de Mahmud Ahmadineyad visitando las centrifugadoras y metiendo el miedo en el cuerpo al mundo. Netanyahu ha dado un golpe medido que sabía que no iba a generar un problema por escapes o contaminación, no habría una catástrofe, pero sí lanzaba varios mensajes claros: si quiero, puedo darte hasta en el corazón. En todo un símbolo.
Coincide el ataque, además, con el hecho de que justo ayer la Junta de Gobernadores del OIEA adoptó este una resolución crítica con Irán por sus actividades nucleares, abriendo la vía a una eventual denuncia de la República Islámica ante el Consejo de Seguridad de la ONU. 19 de los 33 países miembros de la Junta con derecho a voto han apoyado el texto presentado por Alemania, Francia, Reino Unido y EEUU, en el que se insta a Irán a «subsanar urgentemente» su incumplimiento del acuerdo de salvaguardia (controles) con el Organismo. Eso no había pasado nunca.
Lo que también parece claro es que Israel está aprovechando una ventana defensiva, porque Irán aún no ha reconstruido sus defensas aéreas, que fueron degradadas por un ataque israelí especialmente en el ataque de octubre, y tampoco se sabe cuánto gastó en las ofensivas del pasado año.
Si distinta ha sido la primera piedra, distinta puede ser también la réplica. ¿O no? Ahora mismo, las inteligencias occidentales con base en Israel señalan que es de esperar una coyuntura como la del año pasado, en la que se produzcan una serie de lanzamientos cruzados sin pérdidas materiales o personales masivas, aunque desde luego las causadas por Israel ya son bien sensibles. Los objetivos deberían ser militares y de advertencia, pese a que el ataque nuclear genera más incertidumbre. Nadie sabe si habrá un ataque parejo de Irán en Dimona, en mitad del desierto, donde se supone que están las infraestructuras atómicas de su rival. «Sería suicida y lo saben», dice una fuente israelí al Jerusalem Post.
Las negociaciones y el papel de EEUU
También es muy novedoso este cruce porque se da en un momento en el que se han recuperado las negociaciones entre EEUU e Irán para reeditar un acuerdo sobre su programa nuclear. Israel ha amenazado desde hace años con atacar instalaciones atómicas de Irán, pero si lo ha hecho ahora es porque no puede aceptar de ninguna forma que haya un nuevo trato. Se niega.
El pacto previo, de 2015 y firmado por Washington, la Unión Europea o la ONU, fue un formidable logro de la diplomacia multinacional. Básicamente, lo que se acordó es que Irán tendría limitada su capacidad de enriquecimiento de uranio, supervisada por fuerzas internacionales, y a cambio, se levantarían las sanciones que ahogaban su economía.
Pero cuando Donald Trump llegó a la Casa Blanca en su primer mandato decidió abandonar ese compromiso. Fue en 2018 y entonces argumentó que Irán estaba financiando el terrorismo internacional y violando los compromisos adquiridos. No era así, según las inspecciones internacionales que se habían pactado. Las visitas a sus instalaciones acababan con informes favorables. El llamado Plan Integral de Acción Conjunta funcionaba. Trump dio el paso por apoyar a Israel.
Desde entonces, todo lo logrado se ha ido desmoronando. En julio de 2019, los ayatolás entendieron que el pacto ya no les vinculaba, visto lo visto, y decidieron enriquecer uranio por encima del límite firmado. Al año siguiente, EEUU le asestó un duro golpe al matar en Bagdad a Qasem Soleimani, comandante de la Fuerza Quds de los Guardianes de la Revolución de Irán. Dolió mucho, era un mando clave. El líder supremo, Jamenei, anunció el abandono «total» del acuerdo de 2015 y en marzo de 2020 se anunció que ya tenían mil kilos de uranio enriquecido, el triple de lo permitido. Aún así, todavía Irán abría ocasionalmente las puertas a los inspectores del OIEA.
Llegó Joe Biden al timón de EEUU y dijo que estaba dispuesto a negociar de nuevo con los ayatolás. Se abrió un periodo de 16 meses de contactos que acabó en 2022 sin resultados, un tiempo jalonado de amenazas y sanciones cruzadas también, pero también de esperanza. En el verano de ese año aún se decía que el acuerdo estaba a punto de caramelo, sólo a la espera de un recalcitrante Israel. Pero venían las elecciones de mitad de mandato y Tel Aviv no cedía, se frenó el proceso, llegó 2023, no se reactivó, Hamás atacó a Israel en octubre como nunca antes (con el respaldo de Irán, supuestamente) y todo se acabó.
Ya desde abril de 2021 se sabía que Irán había logrado por primera vez enriquecer uranio al 60%, un porcentaje muy elevado que lo alejaba del uso civil y lo acercaba al militar, a la bomba atómica, que necesita un enriquecimiento del 90%. En 2023, la ONU llegó a decir que había alcanzado el 84%, pero en su reporte más reciente se afirma que Irán tiene hoy 8.294 kilos de uranio enriquecido, de los que 274 kilos tienen una pureza del 60 %. Hasta ahí.
Ahora Trump ha reactivado las negociaciones porque quiere estabilizar Oriente Medio y quitarse el problema que supone Irán. Desea calma en la zona para seguir haciendo negocios. También suma el hecho de que, en 2023, Irán hizo las paces con Arabia Saudí, amigo de EEUU y uno de los ejes sobre los que el republicano quiere hacer pivotar su crecimiento en la región. Los contactos justo deben retomarse este domingo en Omán, como han confirmado sus autoridades, en una sexta ronda de reuniones. Nadie ha dicho que se vayan a anular tras lo ocurrido esta noche.
Trump ha dicho en estos meses de acercamiento que si Irán no renuncia por completo a su programa atómico no va a firmar nada y, en cambio, estaría dispuesto a atacar al país en represalia. Igualmente, ha presionado todo lo posible a Teherán, por ejemplo, promoviendo el toque de atención de ayer en el OIEA, patrocinado por sus enviados.
Sin embargo, entiende que hay margen de entendimiento y las cosas marchan porque ayer mismo le dijo a Israel que mejor no atacase, porque estaba en condiciones de lograr un nuevo pacto y eso no ayudaría. Y no era la primera vez. Siempre avisa Trump de que un gesto así torcería el acuerdo y se iniciaría posiblemente un conflicto «masivo». Así, EEUU ha insistido esta noche en que el ataque de su aliado israelí es «unilateral», desmarcándose de lo hecho. No lo ha reprochado, claro, Rubio ha considera necesarios los «para la propia defensa» de Israel. Y, sin embargo, queda claro que las agendas de Washington y Tel Aviv no están en plena sintonía en este momento. No hay aplausos.
La doble crisis doméstica
Si importante es el contexto regional, no lo es menos el doméstico. En Israel, Netanyahu ha acelerado en estos días sus ataques a Hizbulá en Líbano y a los hutíes de Yemen, en este último caso incluso pese a que EEUU ha pactado un alto el fuego con las milicias, otra vez llevándole la contra a Trump. Bibi lo ha hecho tratando de desviar la atención de los problemas que el primer ministro tiene en casa: por el nombramiento del jefe del Shin Bet, por el reclutamiento de los judíos ultraortodoxos para el ejército, por la petición de la oposición de disolver el parlamento, por la imposibilidad de devolver a casa a los rehenes de Hamás que siguen en Gaza, por las guerras del hambre en la franja palestina que le está trayendo una condena internacional y un aislamiento nunca vistos…
Netanyahu ha hecho de la causa contra Irán uno de los argumentos-pilares de sus Gobiernos, desde que empezó a mandar a mediados de los 90. Insiste en que con un Irán nuclear Israel tiene los días contados. Ha indicado que no le importa ponerse a malas con EEUU si es por proteger a su gente. Y ese mensaje cala en buena parte de los ciudadanos. Una reciente encuesta afirmaba que el 45% de la población defendía que se atacasen instalaciones nucleares de Irán, incluso aunque EEUU no los apoyase. Ese es el ataque de hoy, que podrá lucir el lunes en la polémica boda de su hijo menor, Avner.
Pero, por otro lado, por mucha fuerza que tenga Israel, no puede sostener tantos frentes armados abiertos, no con la intensidad de los que ya tiene. Ni con la ayuda de EEUU es posible. Y sin contar con cómo se puede prender el fuego en toda la región, ya particularmente inestable. Otro detalle que hace pensar en que estamos ante un gesto calculado, que calentará la zona en estos días, pero sin ir más allá.
Y si crisis tiene Israel, crisis tiene Irán. El presidente Masoud Pezeshkian ha destacado repetidamente la gravedad de la situación económica actual, sobre todo por el impacto de las sanciones internacionales, afirmando que es más difícil que durante la guerra entre Irán e Irak en la década de 1980 y señalando, por ejemplo, que la última ronda de castigos estadounidenses contra petroleros que transportaban petróleo iraní ha sido clave para el hundimiento total. Fue la debilidad de la economía iraní la que impulsó a Jamenei, de hecho, a respaldar el acuerdo nuclear de 2015.
Pero es que la debilidad es doble, ya que el llamado Eje de Resistencia en Oriente Medio ha quedado desmadejado. Teherán, durante décadas, ha sido el líder de una coalición, informal y desestructurada, de varios grupos armados con un mismo enemigo: Israel. En ese Eje están Hamás, las Brigadas Al Quds (de la Yihad Islámica palestina) Hizbulá, los hutíes de Yemen y la resistencia islámica en Irak. Desde que Israel comenzó la ofensiva en Gaza, tras los atentados del 7 de octubre de 2023, sus aliados se han visto severamente dañados. Comenzaron, cada uno por su cuenta, con oleadas de ataques contra Tel Aviv y la respuesta fue feroz. Hoy no son muleta de Irán, no pueden atacar intereses de Israel como un enjambre imparable. Menos aún tras el fin de la dictadura de Bashar El Assad en Siria, país que era guarida y teatro de operaciones clave de la Guardia Revolucionaria iraní. Ya no más.
El poderío militar de Irán es innegable, pero se hace poco viable comenzar una guerra sostenida, desgastante, cuando la situación no acompaña. Hay que ver ahora el daño que Israel ha hecho a sus instalaciones militares esta noche y, en concreto, cómo ha afectado a su sistema de misiles. Y habría que tener en cuenta, además, la respuesta popular de los iraníes si se enrolan en algo así, cuando sigue viva la llama de las protestas por la libertad, tras el asesinato de Mahsa Amini. Los ciudadanos mostraron un cansancio profundo con el régimen de los ayatolás y, por más que Israel y EEUU sean rechazados mayoritariamente en la calle, una cosa es la dialéctica o los ataques puntuales y, otra, entrar en una espiral bélica mayor.
La comunidad internacional está ya esta mañana llamando a la moderación y a rebajar las tensiones. Las próximas horas serán decisivas para ver qué ocurre. La prensa israelí dice que la ofensiva puede durar varios días y las autoridades de Irán anuncian una respuesta «severa». No hay paz para el golpeado Oriente Medio.