«¡Viva Los Ángeles!», se escuchó gritar en medio del patio de butacas, inaugurándose el jaleo. «¡EEUU, EEUU!», aullaron inmediatamente otros, tratando de ahogar el primero, como si de repente la Ciudad de las Estrellas hubiese dejado de ser un emblema del país de las barras y estrellas. En el medio del palco del histórico Kennedy Center, el presidente estadounidense, Donald Trump, levantaba el puño en su mítica pose, acompañado de la primera dama Melania. ¿La función? Ah sí, la inmortal obra de Victor Hugo en forma de musical: Los miserables.
Esta fue la escena que generó la presencia del mandatario de EEUU en el mismo Centro John F. Kennedy para las Artes Escénicas al que se había negado a acudir durante el primer mandato de la Administración Trump. Pero al que ya no tenía problemas para entrar una vez dado una suerte de golpe en la mesa, en forma de imposición de una programación conservadora. ¿Cómo? Lo hizo despidiendo a su director, luego a su presidente y aseguró que reformaría el Kennedy Center porque era demasiado «liberal».
Esa es la carta de presentación de los factores que se conjugaban la pasada noche en el emblemático teatro capitolino. Y al que se sumaba el hecho de que estaba presente el presidente que ha mandado a miles de efectivos de la Guardia Nacional e incluso a 700 marines -contra la postura del gobernador de California, el demócrata Gavin Newsom-, a reprimir las protestas de Los Ángeles contra las redadas racistas del ICE -departamento de inmigración, mejor acrónimo de la temperatura moral con la que actúan-. Y ese presidente se disponía a presenciar una obra de teatro que habla del levantamiento popular contra el poder.
Recaudación de más de 10 millones: protesta de ‘drag queens’ en primera fila
Con su flamante esmoquin, un entusiasmado Trump adelantaba que lo de anoche no iba solo de cultura de teatro, sino que iba de dinero. «Lo haremos increíble. Contamos con todos los fondos. Recaudamos mucho esta noche e invertiremos mucho dinero para que vuelva al máximo nivel», comentaba a la prensa el político republicano de su objetivo para relanzar un Kennedy Center de corte conservador. Un escenario que albergará próximamente una gran novedad ¿conservadora?, una programación en celebración del nacimiento de Cristo.
«Hemos recaudado un poco más de 10 millones de dólares para esta noche, lo cual es bastante notable, y es una organización que necesita el dinero ahora mismo», aseguró el nuevo presidente del Kennedy Center, Ric Grenell, ex embajador en Alemania y estrecho aliado de Trump. Y en ese punto, se entienden perfectamente los vítores que trataron de contrarrestar a los silbidos y abucheos. Fiel al ADN de los eventos de recaudación de EEUU, a este tipo de espectador o invitado se le pedía por entrada una cuantía que iba desde un mínimo de 100.000 dólares a… 2 millones.
Con esa ‘donación’ tenían derecho a estar en una recepción antes de que se levantase el telón, además de llevarse una foto con Trump y, por supuesto, disfrutar de buena butacas en las propias instalaciones. Cabe señalar que había agentes del Servicio Secreto entre bastidores y estos revisaron todas las armas de atrezzo del espectáculo -el fantasma del magnicidio de Lincoln-. El verdadero motivo de la recaudación de fondos pasaba por capear la caída de venta de entradas y los propios abonos que se produjo cuando Trump movió ficha y metió a los suyos al cargo del Kennedy Center. Movimientos que hicieron que el exitoso musical Hamilton hiciese las maletas.
«Lo he visto muchas veces, es uno de mis favoritos», aseguraba Trump sobre Los miserables. Una función a la que acudió acompañado también de otras piezas clave de su círculo y su ejecutivo, como vicepresidente JD Vance, la fiscal general, Pam Bondi, o el secretario de Salud y Servicios Humanos, el antivacunas Robert F. Kennedy Jr. Pero entre el público -el que pagó solo la entrada y no donó- también hubo detalles muy críticos. Un grupo de drag queens ocupaba los primeros puestos del patio, como un recordatorio de que si Trump les puso en primera línea de sus críticas contra el Kennedy Center, allí permanecerán para denunciar la censura y defender las conquistas sociales del movimiento.