Me consuela que entre las teorías conspiranoicas del gran apagón que se manejan no esté la de que todo esto ha sido un invento de Netflix para promocionar El eternauta. La serie argentina comienza con la caída del suministro eléctrico y las comunicaciones. Pero es todavía peor: la inesperada y extraña nieve que cae del cielo es tóxica: si te toca, mueres.
Juan Salvo (Ricardo Darín) y sus amigos quedan atrapados en casa de uno de ellos cuando la catástrofe se desata. Relativamente pronto (¿demasiado pronto?) Juan se pertrecha rudimentariamente como un astronauta en su propio planeta y sale a unas calles, las de Buenos Aires, desiertas y venenosas. Todavía no sabe contra qué lucha, pero empieza a hacerlo. El eternauta, la serie, tampoco sabe contra qué lucha: contra El eternauta, la mitificadísima novela gráfica de Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López, vigente desde 1957. El eternauta es un clásico del cómic. También es una serie decepcionante.
Producida y estrenada tras varios intentos fallidos, la serie se estructura, por ahora, en una única temporada de seis episodios. Si hubiera una segunda, en este momento más hipotética que otra cosa, el final de esta primera entrega podría ser defendible. Pero si esto es todo lo que hay, el cierre de El Eternauta bordea la estafa. Y además nos escatima gran parte de la complejidad de la obra original.
El eternauta pide un esfuerzo de guion que Bruno Stagnaro y Ariel Staltari no han querido hacer. Ellos apuestan por una linealidad que en una narración televisiva teóricamente tan ambiciosa se queda muy corta. Así, la serie transita de un primer episodio orgullosamente teatral a un tramo final solo interesado en rentabilizar su presupuesto de serie de acción. La tensión entre lo intelectual y lo espectacular lleva en los relatos de ciencia ficción desde que nacieron. Oesterheld y Solano López la manejaron muy bien en su libro. En su serie, Stagnaro y Staltari (y Darín, que habrá opinado mucho por el camino) pierden ese control. O quizá nunca lo tuvieron. O quizá nunca lo quisieron tener.
El espectador de El Eternauta verá cómo Alien, una obra maestra, original y metafísica, se transforma en Falling Skies, una serie tan decente como olvidable y clónica. El que tenga el libro a mano echará de menos cierto mecanismo metanarrativo que éste usa. Entenderá también que trasladarlo a una serie es complicadísimo. Bastante tiene El eternauta, la serie, con la decisión de ambientarse en la actualidad, donde, como bien hemos visto esta misma semana, las telecomunicaciones son mucho más importantes.
Ahí Bruno Stagnaro y Ariel Staltari hacen un buen trabajo: el arranque que proponen es potente en forma y fondo, El eternauta va a por todas. Luego, como The Last Of Us, ignora que su material de partida no es una obra olvidada o minoritaria sino un auténtico tótem. La no sumisión total al libro o el videojuego es condición necesaria para que las series funcionen. Sin embargo, no saber ver por qué El eternauta y The Last Of Us son lo que son puede impedirte trasladar su esencia y su grandeza a otro medio.
Una serie cara, argentina, de ciencia ficción, basada en un libro mítico y con Ricardo Darín es la serie más importante de la semana por definición. Y más si en esa semana hemos vivido un acontecimiento similar al que desencadena la historia que cuenta. Pero esa serie importante no tiene por qué ser buena. En el salto entre la página y la pantalla, El eternauta se ha dejado atrás a sí misma.