«Dale tiempo». Es la respuesta de su compañero de reparto David Harbour. Ella, de momento, calla. No lo hace tanto por vergüenza, que quizá también, como por respetar los turnos del Zoom. Pero calla. «Dale 10 años como mucho y será la nueva Tom Cruise», insiste el actor que da vida al Guardián Rojo en Thunderbolts*, la película con asterisco que, si no fallan las cuentas, cierra la fase cinco del Universo Cinematográfico de Marvel, una franquicia que, si las cuentas vuelven a ser las que parecen, ha llegado ya a las 36 producciones sin contar la decena larga de series. Y en medio, Florence Pugh (Oxford, 1996).
Ella es la que de momento se mantiene respetuosamente en silencio y de la que todo el mundo habla. No en balde, a un lado virtudes y fracasos de la mejor película de la desastrosa última tanda desde que en 2023 se estrenara Ant-Man y la Avispa: Quantumanía (no era tan difícil, la verdad), la actriz está a salvo. No solo es su trabajo lo más destacado de la cinta, además, y sin sonrojo, luce modales de estrella en su más amplio sentido y, apurando, ya tiene premio incluso antes del estreno: su salto desde la azotea del edificio Merdeka 118, el segundo más alto del mundo con 679 m de altura, le ha valido entrar en el libro Guinness de los récords. Eso sí, no queda claro dentro de qué categoría, si en el de las actrices más insensatas, las más valientes o, por qué no, las más calladas.
«La verdad», ahora ya sí y por fin es ella la que toma la palabra, «estoy muy feliz por haberlo hecho. Recuerdo que estaba en el guion original. Me impresionó verlo de repente en la primera página. Me encantó. Me encantó leer cómo la voz en off de mi personaje se superponía al cuerpo cayendo desde esa altura. Recuerdo haber pensado: ‘Guau, esa sí es la manera correcta de empezar’. Pero poco después, mientras rodábamos, alguien, no recuerdo quién, dijo: ‘¡Para nada! No vamos a tirar a la protagonista desde un edificio. Eso no va a pasar’. Y desapareció del guion. Me sentí destrozada. Lo hablé con el director y él fue el que me animó a que intentara convencer a todos y que me preparara a ello en silencio. Si estaba decidida a hacerlo, tenía que ser yo y nadie más la que me moviera. Nadie podía cargar con esa responsabilidad. Y a eso es la que me dediqué desde entonces. Me entregué a escribir correos electrónicos cada vez más atrevidos. Me aseguré de que todo el mundo que tenía algún poder de decisión me escuchara. Y así hasta que un buen día me contestó el propio Kevin Feige (presidente de Marvel Studios). ‘Espero que te gusten las alturas’, decía únicamente el texto. Luego de lo único que había que asegurarse es de que no muriera en el intento». Y Florence cayó, que no calló.
«Lo más necesario ahora mismo en este mundo es comprensión, ternura y paciencia»
Para situarnos, ella da vida a Yelena Belova, más conocida como la Viuda Negra. La actriz regresa a su papel marvelita tras su debut al lado de Scarlett Johansson en, precisamente, Viuda Negra (2021) y después de su participación en la serie Ojo de halcón (2021). Cumple un ciclo hasta cierto punto prodigioso que va desde ser una figura venerada en el cine independiente a transformarse en santo y seña de la más popular de las sagas populares. Pugh irrumpió en el imaginario cinéfilo con su voz rota y perfectamente reconocible cuando en 2016 se hizo cargo de una particular y arrebatada versión de Lady Macbeth a las órdenes de William Oldroyd. La película desmontaba paso a paso, pieza a pieza, el mito de la mujer fatal. Y lo hacía en un universo tan lejos del noir como del melodrama; tan consciente de su meditada y casi simétrica puesta en escena como de la tormenta desordenada que discurría por las tripas de sus personajes. En 2019 llegaría Midsommar, de Ari Aster, donde alcanzaría el tamaño de las actrices imprescindibles por atreverse a todo («No lo volvería a hacer. Fue demasiado exigente en todos los sentidos», comenta) y ese mismo año se haría con una nominación al Oscar de la mano de Mujercitas, de Greta Gerwig. Lo que siguió fue la Viuda Negra que nos ocupa al lado de trabajos sin saltos (o con otro tipo de saltos: hacia dentro) del tamaño de El prodigio, de Sebastián Lelio, Oppenheimer, de Christopher Nolan, o Vivir el momento, de John Crowley. Todo ello sin olvidar el ruido de la arena de Dune, de Denis Villeneuve.
«Se pueden hacer las dos cosas. Ser actriz consiste en eso», dice por aquello de explicar su empeño de mantenerse a los dos lados: del lado del dinero, digámoslo así, y del lado del prestigio. «Mi trabajo en Marvel lo tomo como una gran diversión. Es muy divertido rodar un papel como éste. Pero, que no se me malinterprete, también es un gran honor. Los fans me querían de vuelta y no me lo tomo a la ligera. Impone dar vida a un personaje adorado por tanta gente antes de que tú supieras siquiera quién era. Es más, lo más interesante de esta película a mi juicio no son tanto las peleas y los efectos como el propio desarrollo de los personajes. Desde ellos, y no desde sus piruetas, es desde donde creamos todo».
«Impone dar vida a un personaje adorado por tanta gente antes de que tú supieras siquiera quién era»
Sea como sea, y probablemente por lo apenas dicho, a nadie se le escapa que la nueva película de Marvel se empeña desde el minuto uno en ser la más profunda y meditabunda de todas ellas. Todos los personajes, empezando por la propia Yelena Belova, arrastran un trauma del que han de curarse, todos están solos y todos encuentran en el grupo el alivio de sus soledades. No es Dostoyevski, pero dale tiempo, que diría Harbour. «El tema es la soledad, el aislamiento… Porque la gente tiene miedo, está aislada, está sola, y cree que un smartphone —con el que puede pedir un Uber, o comida, o tener citas, o lo que sea— es la solución de todo… Y te das cuenta de que es el grupo, la sociedad, la que tiene esa solución. El aislamiento solo genera desprecio por el otro», dice la actriz en una explicación de la película y de más cosas. Y sigue ahora en lo que se refiere al grupo de perdedores que componen los Thunderbolts: «Personalmente, me gusta ver personajes improbables y hasta desagradables porque siento que puedo verme reflejado en ellos y puedo identificarme con ellos. Siguiendo con lo de la soledad, creo que muchas de las cosas que vemos son falsas, demasiado perfectas, demasiado limpias. Y, en cierto modo, hemos llegado a un momento donde demasiada gente se siente insegura y ve que no está bien, que no está haciendo las cosas bien. Y todo ello, mientras sus teléfonos les hacen sentir que su vida no es tan bonita ni tan colorida ni tan perfecta como las publicaciones que ven en Instagram». Queda claro.
- Por cierto, la película propone un mundo dirigido por un grupo de inadaptados con serios problemas psicológicos. ¿No es eso lo que estamos viviendo ahora mismo?
- Es complicado responder. Hicimos esta película el año pasado y desde entonces han pasado muchas cosas en muchos sitios diferentes. ¿Qué intentamos decir sobre el mundo en este momento? Sería maravilloso si tuviéramos un grupo de antihéroes que viniera a salvarnos… Sea como sea, lo que tengo claro es que lo más necesario ahora mismo en este mundo es comprensión, ternura y paciencia.
Queda dicho. Démosle tiempo.