Mickey 17: Bong Joon-ho regresa con el blockbuster del año, una fábula futurista tan naif como disfrutable (****)

Como a Inseón, la protagonista de la novela de Hang Kang Imposible decir adiós, tampoco a Bong Joon-ho parece que nada le sorprenda de lo que un ser humano puede hacerle a otro ser humano. Así lo ha demostrado por extenso en su filmografía el director de Parásitos siempre empeñado en desnudar, a veces con humor y otras en crudo, la infinita crueldad que nos habita. ¿Y si Corea del Sur hubiera acabado por ser la metáfora inflamada de todos los abismos que pisamos? Ahora imaginemos que no se trata tanto de seres humanos, sino de réplicas de nostros (o nosotras); de fotocopias del mismo sujeto reproducidas con total impunidad. Si no hay límites para el sadismo neoliberal con el que nos empleamos con nuestros semejantes, imaginemos con Inseón y con Joon-ho de lo que seríamos capaces con una versión, digamos, degradada de nosotros. Da miedo.

De todo esto precisamente trata Mickey 17, la esperadísima película del director justo después de que la película citada arriba dejara para los restos uno de los capítulos más brillantes del cine reciente. No solo por lo que la película fue y es en sí, sino por que significó para todo lo demás (premios Oscar incluidos). Es decir, en sí y para sí. Pues bien, no es comparable con su obra maestra, pero sí coherente con ella. Riman. En verdad, todo lo que vemos en ella está en perfecta sintonía con el cine del director desde mucho antes de la Palma de Oro, el Oscar y todo lo demás. En sentido estricto, enlaza a la perfección con buena parte de las preocupaciones que le guiaron, y a nosotros con él, desde antes de adquirir fama mundial. Aunque también es cierto que en el año en que nos hemos arrojado a leer con devoción a Hang Kang era perfectamente esperable y deseable otro golpe desaforado de genio. No es el caso. No conviene llevarse a engaño. Estamos ante un cuento infantil que recuerda a Okja y en un universo apocalíptico que nos lleva a Rompenieves. Y todo ello combinado con un vigor visual y un gusto por lo viscoso y lo tremendo que obliga a volver a ver The Host. Nada que objetar, en consecuencia.

Basada en la novela de Edward Ashton Mickey 7 (diez menos que la cinta), la película cuenta el empeño de un loco rico y visionario por conquistar otros mundos después de haber arrasado este nuestro, al que previamente su locura y su riqueza explotaba con saña. Cualquier parecido con Elon Musk, por ejemplo, es cualquier cosa menos simple coincidencia. De nuevo, con Inseón, ya nada puede sorprender de lo que un ser humano puede hacer a otro ser humano (con o sin brazo en alto). La historia se centra en el ser particularmente humano al que interpreta Robert Pattinson; un ser con la virtud de ser replicado una y otra vez sin pausa. No es que nunca muera, es que puede morir cuantas veces sea necesario para que otros le puedan explotar, maltratar o bajar el SMI sin que por ello sufra la conciencia (si es que alguna vez sufrió). Pocos puntos de partida tan alegóricamente pertinentes. Si por un momento alguien se lleva la impresión de que la IA está en el centro del debate, pues también.

Bien es cierto que hay problemas. Alguno de los muchos platillos que giran sobre la punta del alambre se cae. La sátira funciona, pero siempre constreñida por unos buenos modales que dejan la carga explosiva de la propuesta a medio detonar. La película, toda ella, duda entre convertirse en una fábula casi infantil o en exhibir la brutalidad que asiste al argumento sin más contemplaciones que las que arden. A veces, cuento delicado y preciso en su desopilante y desprejuiciada ingenuidad, otras veces metáfora demasiado nítida. Y ahí, en el gesto dubitativo tal vez se pierde algo de la fuerza de la propuesta original. Pero siempre, eso sí, sin que se pierda un ápice del dinamismo de lo disfrutable, de lo ingenuamente provocador, de lo Bong joo-ho. También es muy de agradecer la vocación por el optimismo que ahora demuestra un director siempre tan fiel al Apocalipsis. El pesimismo tiene mejor prensa, pero cansa mucho más. Y igualmente resulta digno de entusiasmo ese gusto por el ridículo libre de marca, sin resentimiento.

En realidad, el director insiste en buena parte de las obsesiones y los modales que le han perseguido desde que en el año 2000 estrenara Perro ladrador, poco mordedor. De nuevo, es la imposibilidad de comunicación (esta vez interspecies) la que guía lo que parece una comedia con el alma negra. Otra vez, la sociedad dividida en dos estratos sociales no sólo antagónicos sino condenados a la explotación, la humillación y el miedo. Y, como no podía faltar, esa extraña obsesión por las cloacas, los túneles y las vidas ocultas. Póngase, una al lado de otra, The Host, Rompenieves, La madre, Okja y, claro, Parásitos, y lo que sale es un relato cruel a medio camino como siempre entre el horror, el slapstick y el más corrosivo de los absurdos. Todo está aquí y Bong Joon-ho está en todo.

El ser humano, queda demostrado, es ya capaz de todo contra otro ser humano. Pues bien, nos dice Bong Joon-ho, en nuestra voluntad de seguir jodiéndonos la vida unos a otros (a unos mucho más que a otros), existen otros mundos por explorar. Inseón, di algo.