Los premios Goya no son los Oscar. Hasta aquí nada nuevo. Y esta vez no hablamos de Karla. Los galardones de la Academia de Hollywood llegan después de una agotadora temporada de premios que a su manera acostumbra a dar una temperatura ajustada del ambiente. No son ciencias exactas, pero hasta las más torpes predicciones de los Oscar acostumbran a alejarse poco del resultado final. Eso no ocurre en la Academia española. O no en la misma medida.
Ni los Forqué ni los Gaudí ni los Carmen (sí, también existen) ni mucho menos los Feroz, más allá de que puedan influir en los votantes de los Goya, comparten en sentido estricto ni una filiación directa ni el electorado ni mucho menos eso que podríamos llamar de forma harto imprecisa la fiebre (y esto lo explicamos otro día). Es decir, no valen como sondeo. ¿De qué hay que fiarse, entonces?
Más allá de los posos del café, que tampoco yerran tanto, están asuntos como la propia estructura del electorado de 2.234 votantes (los actores, directores y productores, juntos y por ese orden, son algo más de la mitad); su procedencia (la mayoría, 1.381, están inscritos por Madrid. Por Barcelona, que es la segunda ciudad, 287), y, más complicado de cuantificar, el calor en la conversación y en la taquilla que ha provocado cada película en las últimas semanas desde poco antes a justo después de anunciadas las nominaciones. Definitivamente, esto no son ni ciencias ni mucho menos exactas.
Vaya por delante que los que nos ocupan son unos Goya muy raros que han dejado de lado a, quizá, las mejores películas producidas este año. No decimos que las que están no sean buenas, pero resulta difícil de entender que en el año en el que el cine español ha tenido representación importante en todos los festivales internacionales, ninguna de esas películas alabardas y premiadas en Cannes, Venecia, Toronto, San Sebastián o Locarno figuren entre las candidatas a mejor producción. Hablamos de La habitación de al lado, de Pedro Almodóvar, León de Oro en Venecia; de Volveréis, de Jonás Trueba, premiada en la Quincena de Realizadores de Cannes; de Polvo serán, de Carlos Marqués-Marcet, galardonada en la única sección competitiva de Toronto; de Salve María, de Mar Coll, con mención en el exclusivo certamen de Locarno, y de Los destellos, de Pilar Palomero, que brilló en San Sebastián como nunca antes lo hizo ni el cine español en general ni la propia directora de ‘Las niñas’ en particular.
La infiltrada, de Arantxa Echevarría (3 Goya. Mejor película y dos más. Quizá mejor actriz también)
Si hay que apostar por una ganadora, ésa es La infiltrada, la película de Arantxa Echevarría que ha demostrado una capacidad para sobreponerse al primer golpe realmente admirable. A nadie se le escapa que por la temática y por el propio pedigrí (llamémoslo así) de la directora de Carmen y Lola, la película sobre la infiltrada en la banda ETA tendría que haber tenido su primera cita en el Festival de San Sebastián. Pues se quedó fuera. Lo único que se vio de la película en la ciudad donostiarra fue un inmenso cartel a la puerta del Kursaal con el rostro de Carolina Yuste que obligaba a todo paseante a la misma pregunta: «¿Y ésta, ¿cuándo se pasa? No está en el programa». Fue desembarcar en la taquilla y arrasar (fue la película española más vista justo después de Segura y su enésima entrega de Padre… en 2024).
A su favor, la soltura con la que convierte las herramientas del thriller en la efectiva transcripción de algo más. Echevarría no solo habla de mujeres en ambiente de hombres –hombres machistas dentro y fuera de los cuarteles, hombres machistas dentro y fuera de los comandos terroristas– sino que ella misma con su trabajo, a su modo, habla de sí misma, del cine español y de todos nosotros. La infiltrada, en efecto, rompe una barrera de esas que llamamos de cristal. Cuando se habla de la buena mano de las directoras con las cintas intimistas, muchas veces de lo que en verdad se habla es del machismo, otra vez, de una industria que relega a la mujer a los presupuestos intimistas.
Digamos que es la candidata de consenso. Además, es, junto a Segundo premio, la única que atesora las dos nominaciones importantes: película y dirección. Nuestra predicción es que si le sumamos dos premios técnicos como montaje y efectos especiales, el total de premios puede rondar los tres contado el más importante de todos ellos. Carolina Yuste, la protagonista, podría ser la que haga el cuarto.
El 47, de Marcel Barrena (5 premios, todos técnicos)
El voto catalán este año es el más activo de todos. Siempre lo es, pero ahora más. El cine catalán ha batido este año no uno, sino dos récords. Primero fue Casa en llamas la película en catalán en convertirse en la más taquillera de todos los tiempos. Y así hasta que llegó la historia de extrarradios, Transición y conductores de autobús protagonizada por Eduard Fernández. El historial de la cinta hasta la fecha es perfecto. Ganó en los Forqué y lo volvió a hacer en los Gaudí. El estilo, siempre efectivo y siempre directo, de Barrena ha hecho de ella la película que hay que querer.
Sin embargo, con el voto catalán dividido entre los dos acontecimientos del año y con la incomprensible ausencia del realizador entre la nómina de los directores nominados, nos tememos que para El 47 se irán buena parte de los premios técnicos y, con toda probabilidad, el de mejor actriz de reparto de la mano de una imponente Clara Segura. Es una cinta de época, pero de una época que, el que más y el que menos, aún conserva en la retina. Y la reproducción de la España de los tardíos 70 y siguientes no solo es impecable sino que hasta emociona. Nuestra predicción es un total de cinco Premios Goya. Al de la intérprete le sumamos vestuario, maquillaje y peluquería, producción y dirección de arte.
Casa en llamas, de Dani de la Orden (3 premios, entre ellos seguro guion y probables actores)
Con su desembarco reciente en una plataforma, el runrún (o simple ruido) de la comedia de Dani de la Orden no ha hecho más que crecer en decibelios. Pocas películas este año dispusieron de un estreno tan callado hasta transformarse en un auténtico estallido. La brutal disección de la burguesía catalana que ofrece De la Orden de la mano del inmisericorde guion de Eduard Sola deja pocas opciones para la indiferencia. O se ama con locura o no. Incluso se puede odiar con la misma locura.
El premio que ganará seguro Casa en llamas es el de, precisamente, el guion. La ceremonia de los Goya merece un nuevo discurso tan emotivo como viral del libretista del momento. Pasó en los Gaudí y a punto estuvo de suceder en los Feroz, donde el guionista triunfó además por el texto de la serie Querer, de Alauda Ruiz de Azúa. Otro más que probable Goya es el de Emma Vilarasau en dura competencia con Carolina Yuste por La infiltrada. Le damos estos dos y le sumamos el de Enric Auquer como actor de reparto con el permiso de Antonio de la Torre, el hombre que siempre está ahí, por su trabajo fuera de cualquier norma en ‘Los destellos’. Si esto fuera de justicia, De la Torre, pero va de premios.
La estrella azul, de Javier Macipe (2 Goya seguros: director novel y actor revelación)
La más original de las propuestas de la temporada es la película sobre la que nadie guarda pega posible. Hay que ser muy desalmado para no caer rendidamente enamorado del trabajo tan sutil, mágico y verista a la vez, de un director que, ¡Eureka!, ha encontrado su voz. Le damos dos Goya de forma indiscutible. Él, con permiso de Sandra Romero (que es la debutante del año), es el director novel (que no debutante, porque se es novel también con la segunda película) del año. Y, sin duda, pocas deslumbrantes revelaciones como la del actor Pepe Lorente.
Segundo premio, de Isaki Lacuesta y Pol Rodríguez (2 Goya que puede ser ninguno)
Sería una lástima, además de doloroso, que la película que eleva Granada a la categoría de mito pop contemporáneo (que no solo imprescindible turístico) se quede sin nada en, en efecto, Granada. La pena de ser ciego en Granda. Pero podría darse. Segundo premio, la soberbia obra maestra de Lacuesta y Rodríguez a vueltas con los accidentes de Los Planetas, debería ganar la dirección. La película, junto a La infiltrada, goza el privilegio de estar en las dos categorías más importantes. Y por lógica, y por el propio argumento de la cinta, suyo debería ser el premio al sonido. Ganó en los Carmen (que existen), fue ignorada de manera vergonzosa en los Feroz… Veremos qué pasa. Le damos dos, pero siempre hay que contar con el permiso de Almodóvar, que le podría quitar dirección perfectamente. Los sonidistas votantes apenas llegan a 90. Es decir, en las categorías técnicas que muchos votan sin mirar y por pura inercia, puede pasar cualquier cosa.
La habitación de al lado, de Pedro Almodóvar (2 Goya con posibilidad de cuatro)
Del resto, a La habitación de al lado, de Pedro Almodóvar, le damos dos casi seguros. La música de Alberto Iglesias (sería su 12º) y la fotografía de Eduard Grau, que de forma tan cuidada y brillante continúa, reedita y corrige con brillantez la labor del maestro José Luis Alcaine durante tantos años al lado del manchego. Podría ser también el director del año, lo que sería completamente lógico. Pero esto, definitivamente, va de otra cosa.
Eduard, Laura y Pilar
Por lo demás, Eduard Fernández parece condenado (lo ha ganado todo y lo que queda) a conseguir su cuarto Goya por su réplica, que no solo interpretación de Eric Marco en Marco, de Aitor Arregi y Jon Garaño. Para Salve María sería el Goya a la actriz revelación en el brutal derroche de Laura Weissmahr y para Los destellos el guion adaptado (aquí cuidado, de nuevo, con Almodóvar y su lectura de Sigrid Nunez, claro) de la novela de Eider Rodríguez.
Y hasta aquí, los posos del café de hoy.