Hasta el momento, Pedro Almodóvar, el más célebre y deseado de los directores españoles en los festivales internacionales (Cannes y Venecia, a la cabeza), había logrado ser premiado por el guion en dos ocasiones (una en el Lido por Mujeres al borde de un ataque de nervios y otra en la Croisette por Volver) y una por su trabajo en la puesta en escena (en Francia por Todo sobre mi madre). Digamos que el oro, sea en forma de palma o de león alado, le era esquivo. En 2019 recibió el premio de honor dorado a toda su carrera, pero eso es otro asunto. Hasta hoy. La habitación de al lado es desde ya el segundo León de Oro que recibe un cineasta español. El primero fue Luis Buñuel en 1967 por Belle de jour que, justo es reconocerlo, era una película francesa. En el pase de gala del lunes pasado, la película ahora León de Oro fue recibida en pie por el público con una ovación que, según la nueva moda de cronometrar el batir de palmas, alcanzó la marca de 17 minutos. Un récord de dolor de manos. Pues bien, desde su presentación hasta hoy el aplauso (o su eco) se puede decir, minuto arriba o abajo, que ha completado 7.200 minutos de gloria palmaria. Y lo que queda.
No hay forma de llevarle la contraria a un premio que es mucho más que eso. En la que es su película número 23, Pedro Almodóvar, como si de un director debutante se tratara, corre todos los riesgos. A todo se atreve. Como se sabe, es su primer largometraje en inglés protagonizado a dúo por Tilda Swinton y Julianne Moore, y como se sabrá en breve, en cuanto se estrene, se trata de una rara y perfecta pieza de cine feliz y tenso en cada una de sus contradicciones. Es melodrama, pero desde dentro; sanguíneo y desagrado a la vez. Es una película sobre la muerte, pero el argumento cierto e indubitable es la vida, la vida digna. Es una cinta excepcionalmente apasionada y fuera de norma, pero sobre el valor de algo tan a la mano y común como la amistad. Es una cinta de paisajes amplios e inabarcables que discurre enteramente sobre el rostro de sus personajes. Es un trabajo tremendamente íntimo, pero, como todo lo personal, acaba por ser político. El título hace mención a la ayuda que presta una amiga a otra desde, en efecto, la habitación de al lado. Y es ahí, en la obligación de estar y acompañar a los que sufren, donde la última obra maestra del director se hace fuerte para ser, también, manifiesto contra el odio y su fascista incultura.
Dijo Almodóvar al recibir el premio que gracias. Lo dijo primero en inglés y luego en varios idiomas y en todos sonaba igual. Igual de español e igual de emocionado. Y muy lejos de la fría y dura contención que demuestra en su película. «Aunque la película es en inglés, su espíritu es español», dijo antes de leer un breve discurso en, claro, español. Dijo que la suya es una película de actrices y a que a ellas les debe ser el primer testigo de un milagro cotidiano, el de su trabajo. También insistió en que La habitación de al lado habla de «una mujer que agoniza en un mundo agonizante» y de una mujer que decide compartir con ella sus últimos días. Y siguió: «Despedirse de este mundo limpia y dignamente es un derecho fundamental de todo ser humano. No es un asunto político. Y es desde la humildad desde donde hay que abordarlo, aunque los gobiernos tengan que articular las leyes adecuadas para que esto se pueda llevar a cabo. Este derecho atenta contra cualquier religión o credo que tenga a dios como fuente de vida y por lo tanto de terminar con ella. Yo les pediría a los practicantes de cualquier credo que respeten y no intervengan en decisiones individuales al respecto. El ser humano tiene que ser libre para vivir y para morir cuando la vida sea insufrible».
Días antes comentaba que todo el tiempo que le ha costado decidirse a rodar en inglés tenía tanto que ver con el deseo de dar con el proyecto adecuado («Tuve entre mis manos El silencio de los corderos, pero no pudo ser», dijo) como con el también deseo de que se alinearan los astros. Pasión y casualidad en equilibrio. A punto estuvo de ser Manual para señoras de la limpieza sobre el texto de Lucia Berlin y con Cate Blanchett, pero… «el proyecto era demasiado grande, incontrolable para mí». Y así hasta que se cruzó en su camino la novela de Sigrid Nunez que, en realidad, es dietario, ficción en primera persona y camino simplemente recorrido. Poco que ver con la película que finalmente ha sido; una cinta que pese a presumir de control es toda ella vorágine; que pese a ser ficción encantada en el único y personal universo almodovariano acaba por filtrarse por las grietas de la realidad de todos. Un León de Oro perfecto.
Maura Delpero y Brady Corbet
Por lo demás, el resto del palmarés cumplió y se hizo cargo de lo más notable de una edición, sin duda, notable. Los puestos son quizá los que se antojan discutibles. El Gran Premio del Jurado fue para una de esas películas ocultas que ennoblece siempre todo festival que toca. Vermiglio, de la antes documentalista Maura Delpero, es una obra finísima, inteligente y muy calculada que se mueve con igual destreza entre lo real y la fabulación, a un lado y otro de la pantalla. La historia de un pueblo de las montañas que acoge a un soldado fugado (desertor, por tanto) en los últimos días de la Segunda Guerra Mundial es el motivo para ofrecer un retrato preciso y hondo de muchas cosas: la maternidad, la familia, las dudas, el deseo, el machismo y la huida. Pero cada fotograma siempre muy pendiente de lo que esconde la mirada. La historia de verdad, la que cuenta más allá de lo que se cuenta, discurre fuera de campo, en la conciencia del espectador, en un territorio no tanto mágico, que también, como esencialmente compartido. Y por ello tan perfectamente extraño por el lugar y el tiempo, como universalmente reconocible, que es de lo que se trata.
Que el premio de la dirección fuera para Brady Corbet por su monumental trabajo enThe Brutalist se antoja, la verdad, muy escaso. Pocas veces se atiende a la proyección de una película con la conciencia clara de ver una obra maestra diferente a todo, incluso a sí misma. Por la fotografía en VistaVisión, por la puesta en escena al límite con una desconsiderada pasión suicida y por abrumadora. Y de la misma manera que el especial del jurado sea para April, de la directora georgiana Dea Kulumbegashvili, es claramente insuficiente. La cineasta que ganara la Concha de Oro por Beginning no es solo una voz diferente sino que lo es profunda y clara en su voluntad de discutir la evidencia ritualizada (o mercantilizada) de la imagen. Nunca antes se ha visto en pantalla un aborto y un parto de la manera que ella los muestra. Y no es solo crudeza, es pura y muy dura (por difícil que resulte encajarlo) belleza. Sea como sea, y aunque en puestos equivocados, el caso es que los dos hallazgos radicales de este festival están.
El guion fue para un libreto modélico. Lo que hacen Murilo Hauser y Heitor Lorega en Ainda estou aqui. I’m Still Here, de Walter Salles, es admirable en su sencillez, en su rigor, en su conmoción. Se cuenta la historia de un desaparecido en la dictadura brasileña y, a distancia de tantas películas tantas veces contadas, se acierta a radiografiar una época entera y un dolor irrenunciable. Brillante en su clasicismo. No todo es romper reglas. También hay que saber interpretarlas.
En el apartado interpretativo, no hubo sorpresa. Nicole Kidman quería el premio y así lo dice en cada segundo de Babygirl, de Halina Reijn, un thriller erótico tan sabio, esquinado y turbio como conscientemente anacrónico. Y eso merece una Copa Volpi que no pudo recoger por el fallecimiento de su madre. Y que Vincent Lindon vuelva a demostrar que atraviesa la mejor vejez del cine actual es ya un lugar común. Su papel en la más que discutible Jouer avec le feu, de Delphine Coulin y Muriel Coulin, es sin duda lo más destacado de la cinta. Y quizá lo único. El drama de un padre que ve como su hijo se pierde entre la estupidez de los radicales de la extrema derecha (el fascismo otra vez) es cine social en el más tradicional y gastado de los sentidos, pero, y sobre todo, es un padre que se destruye. Y aquí, Lindon sabe como deshacerse en pantalla como nadie.
Y así las cosas, un aplauso histórico, un León de Oro histórico, un director de época.
Palmarés Mostra de Venecia 2024
León de Oro. ‘La habitación de al lado’, de Pedro Almodóvar.
Gran Premio del Jurado. ‘Vermiglio‘, de Maura Delpero.
Director. Brady Corbet por ‘The Brutalist‘.
Especial del Jurado. ‘April‘, de Dea Kulumbegashvili.
Guion. Murilo Hauser y Heitor Lorega por ‘Ainda estou aqui. I’m Still Here’, de Walteer Salles.
Actriz. Nicole Kidman por ‘Babygirl‘, de Halina Reijn.
Actor. Vincent Lindon por ‘Jouer avec le feu’, de Delphine Coulin y Muriel Coulin.
Premio Marcello Mastroianni a actor joven. Paul Kircher por ‘Leurs enfants après eux’, de Ludovic Boukherma y Zoran Boukherma.