«Fumar es parte de mi vida de artista». Y David Lynch lo llevó hasta las últimas consecuencias. Hasta la muerte que le ha provocado un efisema pulmonar fruto de haber sido un fumador empedernido desde los ochos años. Un niño de Montana, aún con dientes de leche, ya agarrado a un cigarro que se resistió a soltar. Lo muestran buena parte de las imágenes que nos quedan suyas. También su filmografía. E incluso su última aparición en la pantalla.
Fue en 2022, cuando Steven Spielberg le pidió a uno de los grandes directores de culto de Hollywood que formara parte del elenco de Los Fabelman. Lynch, claro, le dijo que no en un primer momento. Hasta que le convenció su amiga Laura Dern -indiscutible en Terciopelo azul y Corazón salvaje– y Spielberg le concedió un deseo: tener una bolsa de Cheetos en el camerino. Su función era muy simple: convertirse durante unos minutos en John Ford. Y lo hizo, como no, con un purazo en la mano. Con la contundencia del eterno fumador. Con 70 años de nicotina en sus pulmones que han dicho basta.
Al tabaco fue una de sus últimas declaraciones de amor, ya después de tener diagnosticado el problema pulmonar que le acabaría matando. «Me encanta el tabaco, su olor, prender fuego a los cigarrillos, fumarlos…«, aseguraba el director a través de sus redes sociales el pasado mes de agosto. Ahí ya llevaba dos años sin fumar, pero tras el diagnóstico, que se produjo en 2020, aún siguió pegado a sus inagotables cigarrillos otros dos. Sin salir de casa, sin apenas poder caminar y aferrado al oxígeno, pero enamorado del tabaco. «Este placer tiene un precio», reconocía él mismo en ese mensaje.
El precio era la muerte, pero también había sido la eternidad en su carrera en el cine. La creación de una imagen siempre asociado a un pitillo entre los dedos. No es difícil encontrar una de esas imágenes ya en sus inicios, rodando la terrorífica Eraserhead a finales de los 70, con la que se empezó a forjar su personalidad de cineasta independiente pese a que tardó seis años en que le financiaran el proyecto. Solo el cartel de la misma ya muestra la importancia del tabaco en su vida. La cabeza de un despeluchado Jack Nance aparece cubierta por una boina blanquecina más propia de un cigarrillo que de un día neblinoso.
Nueve años después dejaría Lynch una de las escenas más recordadas de su cine con, efectivamente, un cigarrillo entre los protagonistas. Fue en Terciopelo azul cuando un inesperadamente emocionado Dennis Hopper -cuyo papel era de mafioso sin escrúpulos- observa a Dean Stockwell, dueño del pub en el que se produce el encuentro, interpretando esa magnífica balada que es In dreams de Roy Orbison. En la mano izquierda sostiene el micrófono, pero en la derecha va meneando, cual vedette, una alargada boquilla en cuyo extremo se sostiene un cigarillo.
In dreams I walk with you / In dreams I talk to you / In dreams you’re mine all of the time se escucha de fondo mientras el humo del tabaco apenas se deja ver ligeramente por el escenario. Tampoco se veía apenas el humo que el cigarrillo de Laura Dern, acompañada de Nicolas Cage, fumaba en el descapotable de Corazón salvaje.
Y quien podría desvincular el tabaco de Twin Peaks. Qué sentido hubiera tenido todo ese universo onírico, surrealista, indescriptible sin el humo de los cigarillos corriendo libre. Laura Palmer tumbada en la cama con un cenicero a su lado mientras pasa las página de un libro. Laura Palmer, con un Zippo en las manos. Laura Palmer, envuelta en luz roja con un sugerente pitillo entre los dedos. Laura Palmer, simplemente Laura Palmer y el tabaco.
Porque por mucho que se empeñara en abandonarlo nunca pudo hacerlo, igual que nunca se podrá desligar el tabaco de la filmografía de quien se convirtió en la imagen misma del culto. «Muchas veces [intenté dejarlo], pero cuando se puso difícil, fumaba el primer cigarrillo y era un viaje de ida al cielo«, reconocía él mismo en una entrevista con People.
David Lynch agarrado a su infinito cigarrillo. Hasta que se consumió.