Ni el León de Oro, el único logrado jamás por una película española, ni una de las grandes sorpresas del último Festival de Cannes, el más importante de todos ellos. Ninguna de las dos películas que, sobre el papel, podrían pasar como las más relevantes del año para la producción española merecieron la atención de los que producen cine en España. Raro. Digamos que la edición número 30 de los Premios Forqué, los que apadrinan precisamente los productores, empezó rara. Entre las nominadas no figuraba en ninguna de las categorías La habitación de al lado, la cinta del director manchego que acabó con una maldición, digámoslo así, de 81 años. Solo Buñuel antes que él y de la mano de una cinta francesa había conseguido triunfar en la más alta categoría de la Mostra Venecia. Y lo mismo para Volveréis, el trabajo de Jonás Trueba que mereció la solitaria distinción que otorga la Quincena de los Realizadores en el certamen francés. Cosas que pasan.
Sea como sea, los que sí estaban eran la película El 47, de Marcel Barrena, y la serie Querer, de Alauda Ruiz de Azúa. Y para ellas dos fueron los premios más importantes de la noche. La historia rescatada entre las cenizas de la Transición (la otra Transición, se podría decir) sobre el conductor de autobús Manolo Vital que con su protesta hizo visible el extrarradio de Barcelona y el de todas las ciudades de una España entregada a una bacanal de triunfalismo mereció ser coronada como la producción del año según los que financian. También se hizo con el premio Educación en valores. Su inmejorable rendimiento en taquilla y la más que emotiva dirección de Barrena soportada por el descomunal trabajo de Eduard Fernández parecieron criterios suficientes por encima de las otras nominadas: La estrella azul, de Javier Macipe; Segundo premio, de Isaki Lacuesta y Pol Rodríguez, y La infiltrada, de Arantxa Echeverría.
En el apartado de las producciones televisivas, poco que discutir. De hecho, nada en absoluto. La impecable y milagrosa miniserie sobre los maltratos dentro de la familia que firma la antes directora de Cinco lobitos y que protagoniza de forma imperial Nagore Aramburu con la ayuda de Pedro Casablanc empieza a dejar claro por qué ya es el gran acontecimiento que ha llegado a ser. No solo fue coronada como la mejor serie sino que los dos actores citados merecieron sus premios respectivos. Tres premios en total, la que más de la noche.
En los apartados de interpretación en lo que a cine se refiere, se diría que los dos premiados no hacen nada más que avanzar lo que bien podría suceder en los Goya. En La infiltradaCarolina Yuste vuelve a demostrar lo que dejó ver en películas como Carmen y Lola. Su capacidad para apropiarse de cada uno de sus papeles como si de una cuestión personal se tratara, hace que la palabra fiebre adquiera un nuevo significado con su sola presencia. En la cinta de Echevarría da vida a una policía que oficia de topo y que se ve obligada a interpretar el papel de etarra. Y, en ese juego de espejos de interpretación dentro de la interpretación, sienta cátedra.
El caso de Eduard Fernández es distinto. Fernández es distinto a todo. Y todo hace pensar que se encamina a su cuarto Goya. Pero lo más sorprendente es que al actor de Barcelona le vale tanto su trabajo en El 47 como su exhibición fuera de norma en Marco, la película de Aitor Arregi y Jon Garaño por la que finalmente ganó. No deja de ser curiosa la coincidencia que también aquí, como en el caso de Yuste, se trate de un personaje que interpreta ser alguien que no es (ese fue el mentiroso Marco que fingió ser superviviente del Holocausto). Por lo demás, Mariposas negras, de David Baute, fue señalada como la película animada y Marisol, llámame Pepa, de Blanca Torres, como el documental.
Así las cosas, a la espera de los Goya, veremos qué pasa con el otro cine español, el que ignoran los productores.