173 kilómetros a 50 por hora, la intrahistoria de la última locura de Van der Poel para cumplir el sueño de un compañero: «Pensé que estaba bromeando»

En la salida de Chinon, etapa de esas mal llamadas de transición, domingo para sprinters en la víspera de la primera gran jornada montañosa del Tour, a Mathieu Van der Poel se le encendió la bombilla. Pensó que su compañero Jonas Rickaert, belga, 31 años, toda la vida en el Alpecin, uno de esos esforzados de la ruta que siempre trabaja para los demás (apenas en su palmarés una clásica menor flamenca, Dwars door het Hageland), se merecía una alegría. En pareja, desde la salida, iban a protagonizar una preciosa (casi) gesta. Pero había que tener ganas y valentía para desafiar al pelotón en un trazado llano de 173 kilómetros.

Allá que se fueron, desde el banderazo. «Habíamos hablado con Jonas, queríamos ir a por todas. Su sueño era subir al podio del Tour de Francia, y me alegró haberle ayudado a ganar el premio a la combatividad. Estoy muy contento. Estuvimos cerca, lo dimos todo», se explayaba, exhausto, maillot abierto, el nieto de Poulidor, que se quedó a un suspiro de la victoria en Chateauroux, la que hubiera sido la segunda de la presente edición, en la que ya vistió de amarillo.

Cabalgaron al alimón hasta seis de meta, cuando Rickaert («creo que me iré a casa mañana, estoy muy cansado», bromeaba después), dijo basta. La hazaña de Van der Poel, en un día sin más, murió a 800 metros, cuando los sprinters ya enfilaban la Avenida Cavendish (aquí se estrenó en la Grande Boucle y repitió dos veces más) para el triunfo final de Tim Merlier por delante de Jonathan Milan.

Mathieu se marcó tres horas y media de puro esfuerzo, 173 kilómetros a una velocidad de 49,9 por hora. El pelotón, en persecución de los insensatos, voló esquivando abanicos a una media de 50,013, la segunda más alta de la historia, sólo por detrás de la de 1999 entre Laval y Blois, ganada por Mario Cipollini (50,355). Todo esa locura por un compañero, que pensaba que lo de su líder era una bravuconada. «Siempre he soñado con subir al podio del Tour y estar presente en la ceremonia. Pensé que Mathieu bromeaba, pero iba en serio. Así que seguimos», admitía el otro hombre del día, elegido más combativo, cómo no.

«Fue un día muy difícil, las carreteras no estaban hechas para dos hombres solos al frente, sobre todo con el viento que obligó a los equipos de la clasificación general a correr», explicaba Van der Poel, que se congratulaba de haber dado «un gran espectáculo» y aclaraba que su objetivo no era «el maillot verde»: «Sufrimos, pero también disfrutamos».

Son las ocurrencias de un ciclista único, que vive su profesión como una aventura. Al gran animador de este principio de Tour no le hacía demasiada falta semejante osadía. Había ayudado a su compañero Jasper Philipsen a ganar en Lille en la primera etapa, se había impuesto en el Boulogne sur Mer por delante de Tadej Pogacar, con el que también peleó en Rouen. Y había vuelto a vestir de líder, como en 2021.

La escapada de Van der Poel y el segundo triunfo de Merlier fueron las noticias del día, pero no menos lo fue el abandono de Joao Almeida, rendido a sus magulladuras y al dolor de su costilla fracturada en la etapa del viernes llegando al Muro de Bretaña. Todo un problema para Pogacar, quien elogió a su gregario portugués. «Había sido increíble cómo Joao había lidiado con las consecuencias de su caída durante los dos últimos días. Si yo he sufrido durante toda la etapa, no me puedo imaginar lo que habrá sufrido él. Siento un gran respeto por él y me entristece mucho que tenga que abandonar», pronunció el líder del Tour, quien pierde a su gran escudero en la alta montaña y también a un elemento clave para la táctica del UAE Team Emirates. «Tenerlo metido en la lucha de la general era un lujo para nosotros. Ahora nos toca replantear nuestra estrategia para que su ausencia nos afecte lo menos posible. Estaba en plena forma y tengo muchas ganas de que se recupere y vuelva a competir. Y, por supuesto, ahora quiero ganar este Tour de Francia también por Joao», concluyó.